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Cuenta la leyenda que, en su tour de 1982, Van Halen pedía por contrato que en el camerino de sus conciertos hubiera un bol lleno de chocolatinas M&M’s que no fueran de color marrón. La cláusula, que ha pasado a la historia popular del rock como un capricho más de una banda famosa, al parecer tenía su razón de ser en el complicado montaje técnico de aquella gira. Si el promotor cumplía con el requisito, significaba que había prestado atención a todos los detalles a la hora de hacer su trabajo. Este tipo de estipulaciones sobre comida y bebida –y sobre otros aspectos referidos a la comodidad de los músicos, como transportes o mobiliario– se conoce como hospitality rider y puede llegar a convertirse en una pesadilla. Este año, la de Isabel Amorim, coordinadora de hospitality del festival Primavera Sound, tiene un nombre: tequila.
“Es la bebida favorita de muchísimas bandas, sobre todo estadounidenses. Todos la piden. Pero este año no hay. Literalmente, no queda. Y estamos intentando hacer milagros, pero no siempre salen”. Lo que cuenta Amorim es una realidad a escala global. El auge en la popularidad del tequila tiene un tope, porque se trata de una bebida regulada por una denominación de origen, con reglas estrictas tanto respecto a su zona de producción –el estado mexicano de Jalisco– como a las especies de agave que se pueden utilizar para destilarlo: la weberi. El agave tarda mucho en crecer, lo que significa que, como dicen algunos aficionados al tequila, la bebida envejece en la planta y no en un barril, como pasaría con el whisky. Por eso este año no habrá tequila en las barras del Primavera Sound. “Y apenas en los camerinos”, apunta Amorim. Su equipo, compuesto por 28 personas, ha ido comprando como una hormiguita cuantas botellas ha encontrado, pero no siempre se podrán ajustar a los muy específicos requerimientos que tienen algunos artistas, a los que recomienda comprarlo directamente en el duty free. “Sin embargo, suelen entenderlo. Intentamos tratarles con cariño y acomodar sus peticiones, y lo notan, pero nuestra red de compra llega donde llega. Por ejemplo, les hemos pedido que sean realistas e intenten no encargar más comida de la necesaria para evitar el desperdicio. Y aunque depende mucho de cada banda, algunas han llegado a reducir un documento que tenía cinco páginas de peticiones a otro de una. Yo intento tenerlos contentos; el sábado del festival salgo a comprar flores frescas, si les tengo que dar un ‘no’ procuro dar dos ‘sí’”.
Amorim entró en el festival como becaria en 2014 ayudando en temas de alojamiento, pero ahora se dedica exclusivamente a hospitality “porque las bandas cada vez son más profesionales, y son muy meticulosas con lo que piden, y esto requiere mucho tiempo, correos interminables etc.”. También acompaña a los cabezas de cartel porque, según comenta, “les gusta tener un solo interlocutor, y es normal, porque somos un festival muy grande, con muchos departamentos, y eso les agobia a veces, aunque ellos a veces también vienen con equipos de muchas personas, entre producción, técnicos y artistas. ¡Algunos llegan a viajar con 70 personas!”. El festival tiene que alimentar a unas 1500 personas en cada edición, sin contar con los trabajadores. Antes, artistas y trabajadores comían en una misma carpa, pero hoy “sería impensable”.
¿Y qué es lo que más piden los cabezas de cartel? ¿Comen lo mismo que tú y que yo? “Están muy en sintonía con las tendencias del mundo. Hace un par de años estaba muy de moda pedir licuadoras para que pudieran hacerse sus propios batidos. Este año piden mucha kombucha, el té fermentado, y otra cosa muy friki, la miel de manouka. Aunque luego se toman una cucharada y la dejan… Y son muy específicos también con el tipo de vino que quieren, la uva, la marca…”. Más preguntas: ¿las bandas de fuera conocen la gastronomía española? “Pues algunas sí. Y siempre nos gusta proponerles opciones locales. Por ejemplo, si me piden vinos de Nueva Zelanda les explico que en España tenemos muy buenos vinos y vamos haciendo este ejercicio… Hay que pensar que las bandas a veces piden tanto porque no sabemos qué se han encontrado en otros festivales. Viajan mucho, hay quien los trata con más cariño y hay quien con menos. Cuando ellos ven que contestas y que has leído todo y les explicas suelen ser razonables si perciben tu esfuerzo, aunque haya alguno especialillo. Los americanos tienden a pedir sus propias marcas, que a veces son hiperlocales, pero por suerte en general hay bastante complicidad”.
Amorim también gestiona otros pedidos, como una televisión para jugar a videojuegos o una mesa de pimpón. En esta edición alguien le ha pedido un cuarzo rosa. “Les dije que no podíamos y que, de todos modos, a saber qué energía iba a tener el cuarzo en cuestión”, comenta riendo. Y en una ocasión tuvo que hacer que de madrugada reabriera una tienda de ropa del festival porque cierto músico había sudado mucho sus shorts en escena. En cuanto a dietas, Amorim también explica que algunos piden solo verdura hervida y algo a la plancha sin aceite ni sal. O dietas keto y paleo. Y hay muchos, muchísimos vegetarianos: “¡Y cada año más!”. Del mismo modo, años atrás muchos pedían comida rápida y el tiempo ha hecho que las opciones saludables ganen partido. Algunos, los menos, piden reservas en restaurantes –desde el Celler de Can Roca hasta el Bar Brutal–, aunque este tipo de peticiones suelen gestionarlas directamente desde los equipos de management de cada artista.
Para el personal del festival hay una carpa donde comen unas 600 personas al día, que gestiona el Catering D’Ins, de la Fundació Formació i Treball, más la comida en forma de pícnic que reciben mil personas trabajadoras si están estacionadas en un puesto del que no se pueden mover, como los de seguridad. Al cierre del festival, todo lo que sobre de esta pequeña ciudad irá a parar al Banc d’Aliments. ∎