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Lleva más de tres décadas en activo y ha grabado centenares de discos. Junto a su esposa Muni Camón, regenta un estudio que se ha convertido en santuario sónico de la cofradía independiente. Productor, ingeniero, músico y docente, Francisco Martínez ya tiene documental y ha publicado su segundo libro.
¿Cómo estás, Paco? ¿Tienes algún disco entre manos ahora?
Mira, ahora mismo no. Justo esta semana estoy haciendo unas tutorías para grupos en un curso de la Fundación Paideia.
Así que ahora también eres profesor...
Bueno, profe, profe… No exactamente. Soy una cosa que todavía me da más vergüenza decir. Los grupos vienen, escucho su trabajo, opino sobre ello y digo lo que yo haría con ese material. Como si los fuera a producir, pero sin grabar.
Tu primera producción fue para el grupo de Oviedo The Amateurs. ¿Qué te llevó a dar ese paso?
En aquella época, en Gijón, toqué con Los Locos y tenía un proyecto paralelo, Los Sangrientos, muy distinto. Fuimos de los primeros en reivindicar el rollo noise y el feedback de la Velvet y similares, influenciados sobre todo por The Dream Syndicate. Los Amateurs se hicieron muy amigos nuestros y, como yo ya grababa cosas en casa, decidieron hacer el disco conmigo. Fue un poco el principio del lo-fi en Asturias, aunque en América se llevaba mucho, pero creo que fue de lo primero que hubo así. Los Amateurs era un grupo avanzado a su tiempo; hacían mucha gira por España, estaban muy activos cuando nadie giraba.
La experiencia debió engancharte, porque, 30 años después, aquí sigues.
Hay ese famoso dicho de estar en el sitio adecuado en el momento preciso. Pues eso me ocurrió a mí. Fue un poco de suerte tener el estudio en un momento de gran efervescencia. Grabar discos era muy caro, mucho más que ahora, y yo di la oportunidad de plasmar sus canciones a un precio más o menos asequible.
En “Loco 2. Cómo llevar un estudio de grabación y no morir en el intento” (Hurtado & Ortega, 2020), citas publicaciones como ‘Tape Op’ entre tus fuentes de aprendizaje. ¿Qué otra escuela has tenido?
La gente de nuestra generación nacimos en la peor época para aprender sonido. No había escuelas, no había cosas, todo era caro y malo. Sé que la gente de otras generaciones entraron en estudios, pudieron aprender poco a poco. Yo estoy aprendiendo a base de error y fallo, que está bien por un lado, pero por otro podría haber ahorrado mucho tiempo con alguien diciéndote cómo son las cosas. No era muy usual tener un estudio de grabación, era un estudio de maquetas más que nada y era difícil llegar a otra gente. Pero tuve la suerte de que en Gijón había un estudio grande en el que trabajaban Pedro Bastarrica y René de Coupaud, que me enseñaron mucho.
La tradición de grandes productores en España se desarrolla en los 60 y 70, con José Luis de Carlos, Alain Milhaud, Rafael Trabucchelli, Gonzalo García-Pelayo, Ricardo Pachón o Jesús N. Gómez un poco más tarde. Pero, al llegar a los 80, parece que ese legado se interrumpe.
Todos los productores que mencionas los conocí muy a posteriori, leyendo un libro que para mí fue muy inspirador, “Bienvenido Mr. Rock”, de Salvador Domínguez. Gracias a él, aprendí un montón de cosas, como lo del “Sonido Torrelaguna”, quiénes eran Alain Milhaud y Maryni Callejo… En los 80 hubo productores como Paco Trinidad o Julián Ruiz, pero yo tampoco los conocía mucho. Seguro que había mucha gente haciendo cosas, aunque su nombre no destacase tanto.
Has trabajado con gente muy experta, como Mikel Erentxun y Bunbury, pero también con muchos primerizos. ¿Qué prefieres?
Lo que me gusta es trabajar con gente que tenga la ilusión del primer disco. La suerte de trabajar con Mikel o Enrique es que no tienen la actitud de “esto ya lo hice”. Son gente que se pone nerviosa, que está ilusionadísima con sus canciones nuevas, que no piensan lo que va a pasar con su nuevo disco. Patti Smith, cuando se retiró, dijo que ya sabía lo que era ser famosa y que no quería volver a serlo, que no le impresionaba mucho. Enrique y Mikel se lo toman así. Hacen música porque quieren, porque les gusta, ese es su espíritu, no tienen ni que ganar ni que perder. Lo que quieren es hacer música y centrarse en ella, sin pensar si va a vender o si va a gustar o si se va a entender. Por eso me gustan los grupos que empiezan.
¿Lidiar con el ego de los músicos es más complicado que lidiar con los cables?
Lidiar con los egos de todas las personas es bastante complicado, pero también tengo que decir que a veces los músicos tienen que lidiar con los egos de los técnicos (se ríe). Una vez que la gente se conoce y se sabe que estamos de tú a tú, haciendo algo muy chulo como es crear música, los egos se dejan de lado. No he tenido la oportunidad de trabajar con artistas con mucho ego en el mal sentido. Sí he trabajado con artistas que se creen mucho lo que son y confían en ellos totalmente, pero el ambiente de trabajo se convierte en algo tan de amigos que nos olvidamos quiénes somos unos y otros.
En el documental “Paco Loco. Viva el noise” (Daniel Cervantes, 2020) se comprueba que los lazos que estrechas con algunos músicos van más allá de lo laboral. ¿Cómo se concilia amistad y clientela?
Lo peor de mi trabajo es que tengo que cobrar, hay una especie de barrera ahí… Pero siempre digo que si me tocara la lotería no cobraría a los grupos. Es complicado, pero el propio grupo, aunque sea amigo, sabe que viene a hacer un trabajo. Que se trabaja duro y que hay que pagarlo. No deja de ser una inversión en su carrera. En algunos discos he invertido yo como sello discográfico. Es algo que me gustaría recuperar, estamos preparando una lanzadera para invertir en los grupos y sacarlos adelante sin cobrarles directamente. Me da mucha pena que los grupos se tengan que hacer sus discos, pagarse la promo, la fabricación. Necesitamos que vuelvan a salir otra vez las funciones de la compañía de discos y del mánager.
En “Loco 2”, hay una trama imaginaria que hila toda la narración con mucho sentido del humor: la tecnología amenaza con extinguir el ecosistema de los estudios y lo que lo rodea.
El otro día hablaba con Muni de que iban a preparar ya los autobuses sin conductor. Me fastidia que las cosas se modernicen tanto que no haga falta gente para hacerlas. Por eso, no me gusta que un grupo que empieza ahora tenga que pensar en cómo hacerlo todo, cuando antes había gente que se encargaba. Eso es lo que está pasando ahora. No soy consciente de si hubo algo tan grande como Amazon antes. La gente ahora se hace muy millonaria muy rápido. Y eso de que la técnica lo haga todo se volverá contra nosotros. No creo que sea una cosa de persona mayor lo que estoy diciendo, sino de persona joven.
En el libro, sí que te muestras como una persona ya anciana que ha asistido a la extinción del ecosistema de estudios. Hay un episodio muy interesante en el que hablas sobre Bob Clearmountain y David Bowie y reflexionas sobre cómo la ausencia de libertad te obliga a exprimir el ingenio, a ser más sutil. Y lo equiparas a la imposibilidad de hacer que los discos suenen como sonaban hace 50 años, por mucho que se empeñe uno.
En las tutorías de la Fundación Paideia que te comentaba antes, hay un grupo que me decía que ahora hay muchas maneras de hacer cosas, que antes si querías grabar un grupo de cornetas de Semana Santa, no te quedaba otra que contratarlo, y que ahora con grabar a un cornetista ya lo tienes. Y no, un cornetista puede grabar ocho cornetas, pero eso no es un grupo de cornetas. Si quieres grabarlo, ve a un local de ensayo y grábalo. Me decían que no sonaría bien, pero sí que va a sonar bien. Igual no todo lo bien que esperas, pero es el grupo de cornetas y va a sonar que flipas. Has de saber espabilarte para lograr lo que quieres. Cuando grabé uno de los primeros discos de Nacho Vegas, yo no tenía piano, y nos buscamos la vida para poder grabarlo en una tienda de instrumentos de Chiclana, durante la hora de la comida.
El otro día, viendo un documental sobre Rembrandt, me acordé de ti. Decían que él solía pintar los cuadros en un día, y a ti también te gusta trabajar rápido. ¿Por qué esa economización del tiempo?
Soy impaciente, no me gusta retrasar los discos; quiero sacar la idea rápidamente. Me resultan estresantes los tiempos de hoy en día, esa gente que tarda cuatro años en grabar un disco. Creo que el proceso de producción del arte ha de ser rápido. Se habla de la inmediatez de internet y de las redes, pero no deja de ser lo mismo que el primer éxito de Elvis Presley, que lo grabaron en una tarde, fueron por la noche a la radio y al día siguiente ya se había convertido en una sensación mundial. Lou Reed decía que la música, cuanto menos pase por el técnico, mejor.
¿Y estás de acuerdo, siendo técnico?
A mí lo que me gusta es la música, lo de técnico es porque no me ha quedado más remedio. Me gusta muchísimo la música. Yo solo pienso en Muni o en la música. Bueno, y a la hora de comer, en comer. Me interesa que lo que grabe sea muy guay. La técnica es un medio para que sea lo mejor posible, pero me gusta que el tío tenga las ideas claras, que sea rápido, que disfrute del momento y pasar a otra cosa rápidamente, para así gozar de otra distinta.
¿Qué ocurre cuando se te atraganta una parte de la grabación?
Eso ya no es tanto técnica, sino inspiración. Si el arreglo no sale guay, es que no estamos inspirados. Eso lo incluyo en el campo de la creación artística. Es algo que nos pasaba cuando grabamos el disco de La Habitación Roja –“Memoria” (Mushroom Pillow, 2018)–. Empezamos pensando que era de una manera y la canción iba cambiando y teníamos que empezar otra vez con la batería. Darle vueltas a la canción para que el arreglo sea guay sí que me gusta. Es lo que más me gusta de todo.
Antes mencionabas una conversación con un grupo de otra generación ¿Los productores jóvenes, se te acercan para pedirte consejo?
Bueno, es que yo de técnica no sé mucho, a veces soy yo quien les pregunto a ellos.
Dices que las generaciones más jóvenes saben cosas que tú no sabes. ¿Qué productores jóvenes te gustam?
Hay mucha gente. En Madrid está Fran (Meneses) de Metropol; en Sevilla, Raúl (Pérez, del estudio La Mina)… Lo que me pasa es que no me gusta cómo se graba la música de hoy; ni la mía ni la de nadie. Cuando escucho los discos que me gustan, no suenan como los de ahora. Igual es por haber nacido en una cultura diferente. Escucho a la Velvet Underground o a Fleetwood Mac y me flipan, pero no me gusta cómo suenan The Strokes o The War On Drugs, por decir algo. El sonido de las canciones de Dua Lipa está muy bien, pero me mola más cómo suena Donna Summer.
Me parece muy interesante la reflexión que haces en el libro sobre las mujeres en el mundo del audio.
Tengo la suerte de vivir con una gran mujer que me da vueltas por todos los sitios. Veo hasta dónde puede llegar una mujer. Tienen más sensibilidad, más responsabilidad que el hombre. Soy muy mujerista, que no muy mujeriego.
¿Por qué no ocupan un espacio mayor en este sector?
Creo que el mundo del audio es muy infantil y la mujer es menos infantil que el hombre. Lo digo en el buen sentido. Los técnicos solo hablamos de chorradas cuando nos juntamos. Muni se sabe todo lo de The Beatles, pero no tiene necesidad de saber si usaban este compresor o aquel de más allá. Sabe cómo está puesta la música, el arreglo, el coro que se hizo… Ahora que con el rollo del ordenador se acaba todo ese infantilismo de los aparatos quizá ellas tengan el poderío, porque también son mejores que nosotros usándolo. ∎
El primer álbum con repercusión comercial de nuestra generación noise contenía el hit nonsense “Chup Chup” y logrados ejercicios de estilo a costa de Lou Reed, Dinosaur Jr. o The Lemonheads. Para Paco Loco fue importantísimo: “Si no hubiese sido por él, no estaría ahora aquí hablando contigo. Fran (Fernández, cantante y guitarrista del grupo) me parece uno de los compositores con más talento del país, lo que pasa es que es un poco antihéroe, sigue siendo un hombre en el silencio, que es lo que le gusta y hay que respetarlo. Le debo mucho a este disco. Y me parece bueno”.
El segundo álbum del incombustible grupo guipuzcoano es un monolito del punk-rock en castellano con una propuesta artística mucho más abierta de lo que parece a simple vista. La habilidad del quinteto a la hora de manejar referencias dispares –a Paco Loco le pusieron sobre la pista de X con la versión de “Los Angeles”; años después, John Doe también pasaría por su estudio– y la rutilante energía que desprende todavía impresionan. “Lo grabamos en un día”, advierte. “Empezamos como a las 10 de la mañana y a las 12 de la noche se piraron para Donosti. Aprendí mucho con ellos. Muy buena gente”.
Manta Ray trascendían el remedo habitual entre los músicos de su quinta, con un cantante que marcaba la diferencia y se situaba a años luz del resto. Tenían un directo apabullante y su marco referencial era exquisito aunque omnívoro. Hablamos de un debut que sigue conmoviendo por su aventurada propuesta y que convirtió a los asturianos en excepción dentro del ecosistema indie. Fue la primera y única vez que Paco Loco trabajó con ellos, aunque, mucho tiempo después, produjo el bellísimo “Simetría” (Mont Ventoux, 2020) de Elle Belga, el dúo que Josele, la voz de Manta Ray, comparte con Fany Álvarez.
El cuarteto portuense transcribió con elegancia y enjundia las enseñanzas del Nuevo Rock Americano, del folk-rock y de clásicos como Neil Young en dos álbumes que siguen sonando a gloria y merecen toda reivindicación. El segundo cambió la vida de Paco Loco para siempre. Al poco de grabarlo, él y Muni Camón se casaron. “Es el disco de mi vida”, dice. “Pienso que Muni es de las personas más talentosas del mundo haciendo música. Tiene tanto talento que es un poco dejada. No lo digo solamente yo: cuando viene cualquier grupo extranjero a grabar y ella canta, siempre se quedan flipaos”. ∎