Un oyente desprevenido podría calificar de “experimental” o “vanguardista” un trabajo como “Tres golpes” (Lovemonk-El Volcán Música, 2022), el nuevo disco de Perrate (Utrera, 1964), antes conocido como Tomás de Perrate. El veterano cantaor (58 años), en cambio, lo define como todo lo contrario: “protoflamenco”, en el sentido de “primer flamenco” o aquel que, supuestamente, practicaban los gitanos cinco siglos atrás. En realidad, y aunque pueda parecer paradójico, ambos tienen razón. Perrate se ha embebido de las raíces del cante para elaborar un trabajo que es al mismo tiempo revolucionario, gracias, en gran medida, a la labor de Raül Refree en los arreglos y la producción.
No podría alguien como Perrate, de tan egregia estirpe gitana (es nieto de Manuel Torre, hijo de Perrate de Utrera, sobrino de María La Perrata, primo de El Lebrijano y tío segundo de Dorantes), dar la espalda al flamenco puro, ni tampoco obviar otras influencias, a las que lleva dando cabida desde el inicio de su discografía. De trato agradable y cercano, en ocasiones, sin embargo, se pone a la defensiva y responde con preguntas, un poco a la gallega, cuando discrepa de lo que se le plantea.
¿Cómo se hace un disco como este?
Siempre he sido muy aficionado a las músicas populares del Siglo de Oro, que hasta ahora se englobaban en la clásica: folías, chaconas, jácaras, zarabandas, pasacalles… Mi director artístico, Pedro G. Romero, me propuso hacer un repertorio en torno a esos temas. Mi sorpresa fue cuando descubrí que en el protoflamenco puede tener mucha influencia el africanismo, de la población negra que había en aquella época sobre todo en Sevilla. Y con esa motivación empecé a indagar y comprendí que todos estos estilos están construidos a partir de un compás de tres por cuatro, uno de los compases en que mejor me muevo.
¿Cómo fue la primera conversación con Refree?
Raül llega a propuesta de mis productores, tanto de Pedro G. como de la oficina A Negro. En principio yo no tenía gran interés en que fuera tal o cual persona. Mis maquetas eran bastante claras y limpias, hasta el punto de grabarme yo mismo la voz, las percusiones, el bajo… No quería que nadie desvirtuara mi idea. Fui a ver a Raül a su casa, en Barcelona, le planteé los temas… No me fiaba mucho de él, porque estaba acostumbrado a trabajar con voces blancas: Sílvia Pérez Cruz, Rosalía… Nunca se había enfrentado a una voz negra y yo no le tenía especial confianza. Hasta que me di cuenta de la cara que puso cuando escuchó la voz. Me dice: “Tomás, de madera; tenemos que hacer un disco que sea de madera, que suene a madera”. Entonces supe que lo había entendido. Respetó por completo mis ideas y además las enriqueció. Hay una cosa que debo agradecerle: me invitó a probar mi octava grave y fue todo un descubrimiento. Me parece que seguiré con ella forever.
Si tuviera que describir este disco con sensaciones diría que es oscuro, tétrico, tenebroso… Habla mucho de muerte, de locura, de puñales.
Yo no tengo esa sensación. Para mí es una fantasía. Cuando empecé a trabajar con esa mezcla de protoflamenco y la música africana, me puse en la situación de un gitano que llega a España en el siglo XV o XVI y se coloca como estibador en el puerto de Triana… Como buen gitano, ya traía su propia cultura musical: bulerías, seguidillas, soleá… Y ese cante que tú dices, que habla de muerte…
No hablo solo de ese cante, “Melisenda insomne”, romance carolingio de tradición serfardí, sino de todo el disco. Debería llevar una pegatina que advirtiese que en menores de 12 años puede provocar pesadillas.
A mí no me da esa impresión. Déjame que te cuente que me pongo en la situación de ese gitano que llega y debe adaptarse al medio, que era la música popular de la calle que adapta a lo que lleva dentro. Y de ahí nacen estas músicas. Más que tétrico, lo veo surrealista. Si bien puede asustar, porque el único detalle que se sale del tiesto es la poesía de…
… “Los fonemas (Karawave)”, un poema dadaísta que comienza “jolifanto bambla o falli bambla” y termina “tumba ba-umfkusa gaumaba-um”...
Sí, la poesía de Hugo Ball. Era un empeño que tenía, pues llevo cantándola desde 2010. Y voy a seguir haciéndolo. Cuando realicé la adaptación notaba como si el fonema se viniese a la boca, como si estuviese diseñado para cantarlo de esa manera. Lo hice en una forma de toná, y me gusta difundirlo, porque demuestra que se puede hacer una toná sin que haya palabras de por medio. No necesita una historia.
En la edición en vinilo cada letra viene precedida de un sesudo texto introductorio, por un lado absolutamente necesario (es un proyecto que hay que explicar), pero no sé hasta qué punto también como justificación preventiva ante los puristas más cerrados, como si quisieras decirles: “Oigan, que esto no es una broma; que esto es algo muy serio”.
No por mi parte. Eso lo redacta Pedro G., que es un intelectual. Lo que hace es tirar de argumentos. A mí me hace lo mismo, ¿eh? A mí viene a proponerme repertorios y me aporta toda la documentación. Por mi parte no tengo nada que justificar. Entiendo lo que dices. Como si tuviera que justificar el hacer un disco más moderno, pero estoy muy tranquilo: con la edad mía ya lo que se hace es disfrutar. Estoy de vuelta de todo.
Tu primer disco, “Perraterías” (Flamenco Vivo, 2005), empezaba con un reggae.
Claro. Este nuevo álbum está en la línea de los otros dos que tengo. “Infundio” (MRP, 2011) viene de la palabra que utilizábamos en mi familia para hablar de una fantasía. Y en mi vida artística, todo es un infundio. El otro día estaba haciendo en el Monkey Week, en El Puerto de Santa María, una improvisación libre, probándome. Hace unas semanas Pedro G. me propuso retomar, para la Bienal de Flamenco de Sevilla, un proyecto que tenemos desde 2010 en torno al compositor Astor Piazzolla y el cantante de tangos Roberto Goyeneche. Yo estoy en todos los charcos.
¿Por qué no te vale el flamenco tradicional?
¿Que no me vale? (parece ofendido).
Necesitas salirte de él.
Por curiosidad. Y, sobre todo, porque los de mi generación crecimos con músicas diferentes. Mi padre era muy clásico; mi abuelo, más todavía. Lo que sabían lo habían aprendido por transmisión oral. Yo he crecido con Janis Joplin, con el rock andaluz, con Veneno, con Mark Knopfler, con Eric Clapton… Con Tom Waits. El descubrir a Tom Waits me cambió la vida. Mi padre no se salía de sota, caballo y rey, mi abuelo tampoco, y la etnia gitana era bastante más cerrada en cuanto a su cultura. Pero debo vivir con mis tiempos.
¿Cuál ha sido para ti el gran renovador del flamenco?
Me remitiría al productor Mario Pacheco, a Ricardo Pachón y, por supuesto, a Camarón y Enrique Morente. Al mismísimo Paco de Lucía. El mérito es de quien tiene la idea. Conocí a Mario y era un revolucionario; sabía ver dónde estaba la persona con cualidades, dónde estaba el arte, hasta dónde podía llegar… Y animaba. Y Ricardo Pachón, igual.
¿Es más difícil hoy llegar al gran público con propuestas de flamenco heterodoxo? Eran otros tiempos, pero Ketama vendieron 600.000 copias de “De akí a Ketama” (1995)…
Pero Ketama no hacían flamenco, ¿no?
¿No lo hacían? Fueron abanderados del movimiento del nuevo flamenco y, de hecho, lanzados por Nuevos Medios, el sello de Mario Pacheco, a quien acabas de mencionar.
Pero Ketama no hacían flamenco, ¿no? Yo no entiendo eso como flamenco. Entiendo que se acercan, porque son gitanos, de familias de tradición flamenca… Pero prefiero nombrar a Mario Pacheco antes que a los intérpretes, porque considero que tenía el concepto bastante claro. A Ricardo Pachón le pasaba igual: ha hecho cosas con La Macanita o el mismo disco de “Perraterías” cuando yo entonces no tenía clara la idea y era él quien la tenía. De todos modos, pienso que lo que no sea evolutivo no funciona. La evolución natural sí se admite. Lo que no se admite es un concepto de moda, que va a durar dos días.
Imagino que todo el mundo te pregunta por Rosalía y que tienes una respuesta preparada. ¿Cuál es?
No tengo ninguna respuesta preparada. Mira, yo a Rosalía la conocí en un ensayo en el Mercat de les Flors de Barcelona. Era amiga de mis amigos. Había trabajado con Alfredo Lago, que es un guitarrista habitual mío. Y me pareció una cantaora excelente. Cuando la escuché con Refree, en Sevilla, me encantó ella y odié a Refree por no saber tocar.
De ahí viene tu recelo inicial hacia el productor.
Había escuchado el primer disco de Rosalía, que sí es flamenco; tenía una voz muy linda, un aire como angelical, y Refree estaba ahí dándole a la guitarra… sin ningún tipo de arte. Ahí Rosalía ya me parecía una cantaora genial. Lo de después… me parece admirable desde el punto personal de ella, pero que nadie lo etiquete como flamenco.
Un crítico flamenco escribió, tras verte en un festival, algo así como: “Me vuelve loco como cantaor, pero que deje de hacer cosas raras”.
Sí, sí. Cada día comprendo menos cómo las personas… Creo que es cuestión de conexiones neuronales. Cuantas más conexiones tengas entre neurona y neurona, mejor funciona el cerebro y eres más abierto. Si estás cortito de conexiones neuronales, como que te cierras en banda y solo te vale el sota, caballo y rey. Esta música no la entiendes. Al final te pudres por dentro y ya está: pobrecito de ti.
Un insulto muy elegante, por otra parte.
Procuro meditar cada mañana, dejar mi mente en silencio y abrirme a lo que el día me ponga por delante. Determinadas cosas hay que escucharlas varias veces para entenderlas.
El anterior disco lo sacaste en 2011, hace once años.
Tuve muy mala suerte.
¿Qué pasó?
Ricardo Moreno era el guitarrista eléctrico, excepcional, que llevaba en la gira de “Perraterías”. Cuando esta terminó, me dijo: “Vente a Lebrija, a ver qué se nos ocurre”. Y me tiré los dos años más apasionantes de mi vida descubrimiento del flamenco y de la música. Fui a Lebrija, donde él tenía un home studio, y nos juntábamos mucho con Manuel Molina, pues su hija Alba se había mudado allí e iba a verla, y con Andreas Lutz, el de O’funk’illo. Tuve la oportunidad de conocer a los gitanos mayores de Lebrija, que me enseñaron muchísimas cosas. Tanto, que me daban unos revolcones de muerte. ¡Y yo era el artista! Pero me cogían y me decían: “No, esto va por aquí”. Después, pobrecitos de nosotros, le dimos la maqueta a una discográfica, MRP, donde había un personaje bastante afín a nosotros y, de buenas a primeras, recién publicado el disco, la compañía desaparece y nos deja con la miel en los labios. Se quedó eso ahí, sin pena ni gloria.
¿Se puede vivir de la música sin publicar un disco en once años?
Pues mira, después de eso entré a trabajar en la compañía de Israel Galván en un espectáculo titulado “Lo real” con el que giramos por el mundo entero. Yo lo iba mezclando con otras cosillas que me iban saliendo. Y más tarde Israel organizó otro espectáculo. Y así me he tirado ocho años, ganando dinero y trabajando todos los días. Y con dos niñas en la universidad a la vez. No había tiempo para crear.
¿Tus hijas no cantan?
Una estudió Arquitectura Técnica y la otra es enfermera. Ya están trabajando, bien colocadas. Me apoyan mucho, son mis mejores críticas, me acompañan… De forma profesional no cantan. Pero somos una familia muy musical, compartimos Spotify, nos hacemos recomendaciones…
Por seguir hablando de familia, ¿qué habrían pensado tu padre o tu abuelo de este disco?
Mi abuelo no lo sé, pero mi padre habría estado encantado. Mi padre se quedó inválido por un ictus del que hoy se habría recuperado, pero que en aquel momento lo dejó en una silla de ruedas. Perdió el 70% de su movilidad. Lo teníamos allí y, claro, nos aguantó a que aprendiéramos a tocar la guitarra tres niños, yo el mayor. Sabía de todos los tipos de música que le poníamos, aparte del flamenco. Le poníamos a Eric Clapton y le gustaba. Venía de una familia muy abierta. Él era hermano de La Perrata, que es la madre de El Lebrijano y abuela de Dorantes. Y cuando lo comentábamos con este último, decía: “Primo, la abuela hace lo mismo. Nos pide que le pongamos a The Police porque dice que el batería toca al revés, que la toca sincopada”. (Perrate imita el ritmo de “Don’t Stand So Close To Me” acompañándose de palmas). Era una familia un poco atípica. El flamenco es un arte muy abierto y te aporta una amplitud de miras… sobre todo si andas bien de conexiones neuronales.
¿Siguen existiendo barreras para que los gitanos puedan ser reconocidos como innovadores?
¿Porque ha habido algún problema alguna vez?
¿No se ha discriminado a los gitanos? Hay plataformas que lo denuncian, y artistas como Cathy Claret muy combativos en ese sentido.
Yo no he sentido nunca nada de eso. Es más, te digo una cosa: yo vivo en Utrera, a 28 kilómetros de Sevilla, y en Utrera es una ventaja ser gitano. Allí no es que no haya ningún tipo de discriminación, es ventajoso. Como si te vieran mejor. En Jerez pasa lo mismo. En general, en lo que viene siendo Sevilla y Cádiz es todo muy así. Y he estado en Barcelona con propuestas innovadoras sin ningún problema. No tengo esa percepción. Y menos ahora, que todo el mundo es proflamenco o progitano. Protodo, en general. ∎