“Un panfleto, por muy bueno que sea, nunca se lee más de una vez. Pero una canción se aprende de memoria y se repite una y otra vez”. Lo dijo en torno a 1910 el sindicalista y cantautor Joe Hill. Son palabras que podrían describir el espíritu que impulsó la creación del primer álbum homónimo de Rage Against The Machine, una bala ideológica y musical en la cabeza de la generación X que aún conserva su potencia y que fue publicado hace treinta años.
En 1986, tras pasar por la Universidad de Harvard para graduarse con honores en Ciencias Políticas y practicar con la guitarra ocho horas al día como autoimpuesto método de aprendizaje, el joven Tom Morello, de 22 años, abandona su Illinois natal rumbo a Los Ángeles para montar un grupo con el que vehicular sus inquietudes musicales y políticas. Allí forma parte de Lock Up, una banda de funk-metal en la línea de Living Colour con la que en 1989 publicó “Something Bitchin’ This Way Comes”, primer, único y recomendable disco del grupo, editado bajo el paraguas de Geffen Records. Aunque el trabajo de nuestro hombre aquí ya es impecable, aún no se aprecia la maestría y originalidad que aflorarían poco después, con su siguiente proyecto.
Durante su tiempo de aprendizaje, ensayo y estudio en las filas de Lock Up, Morello logra perfeccionar una forma de tocar con la que exprime de modo totalmente novedoso las posibilidades de la guitarra eléctrica. Sirviéndose de pedales, potenciómetros, cambios de pastilla y de cada recoveco posible de la caja, el mástil, la pala, el puente o las propias cuerdas de la guitarra, consigue extraer sonidos totalmente inesperados, abriendo un nuevo tiempo para el instrumento e inaugurando una vía con la que expandir su sonoridad. Para muchos, es el gran innovador tras Jimi Hendrix. De lo que no hay duda es de que había logrado tener su propia voz, totalmente reconocible, que marcaría no solo el sonido de su próximo grupo, sino que influiría en nuevas generaciones de músicos que, desde entonces, tratan de emular algunos de los trucos que inventó para intentar ir un paso más allá.
La clave radica en su forma de entender la guitarra y su función dentro de la dinámica sonora de una banda. Su inspiración proviene no solo de músicos de rock, sino también del hip hop, porque, como él mismo ha explicado, se ve a sí mismo no solo como guitarrista, sino también como DJ. De este modo, su labor pasa de ser específicamente melódica a sumar un añadido rítmico que logra con ese uso original de los diferentes componentes de su herramienta musical. Ya había antecedentes de esta fusión de estilos. Algunos se remontarán hasta “Year Of The Guru” (1968), de Eric Burdon & The Animals, para poner fecha a la primera canción de rock más o menos rapeada. Pero sin tener que ir necesariamente tan atrás en el tiempo, y hablando en términos con mayor propiedad, sí encontramos bandas como Urban Dance Squad, Red Hot Chili Peppers, Faith No More o los Beastie Boys de “Licensed To Ill” (1986) frecuentando ese tipo de crossover estilístico ya en la década de los 80. Por no citar colaboraciones gloriosas entre artistas de ambos géneros, como “Walk This Way” de Run DMC y Aerosmith en 1986 o, un poco más tarde, en 1991, “Bring The Noise” sumando a Public Enemy y Anthrax. El caldo de cultivo estaba listo para la llegada de algo realmente intenso como el disco que nos ocupa. Pero regresemos a la narración de la historia.
Tras la separación de Lock Up, cargado de nuevas ideas que expresar, Morello no pierde tiempo y comienza a gestar otro plan musical. En sus propias palabras, quería sonar como una mezcla entre Public Enemy y Black Sabbath. Recluta al batería Brad Wilk, quien había hecho una audición para Lock Up que no superó. Y el puesto de vocalista se lo propone al cantante de Inside Out, grupo de hardcore que acaba de editar su EP debut, “No Spiritual Surrender” (1990), y al que acaba de ver actuar: le había gustado esa facilidad para rapear en ciertos momentos del concierto. Su nombre es Zack de la Rocha, es hijo de uno de los integrantes de Los Four –colectivo de artistas chicanos fuertemente politizados– y conecta inmediatamente con Morello en lo personal, en lo musical y en lo ideológico. El cantante propone a su amigo Tim Commerford para el puesto de bajista, y con él se completa la formación de Rage Against The Machine. Corre el año 1991. El nombre del grupo proviene del título de una canción de la anterior banda de Zack de la Rocha, pero, según Morello, el término “máquina” se refiere a la globalización, el racismo, el neoliberalismo o la ignorancia, entre otras ideas, y está inspirado en un discurso de Karl Marx. Su posicionamiento político está claro desde el principio.
La creatividad fluye de manera natural en los primeros ensayos del cuarteto, que combina los gustos de sus cuatro integrantes en una amalgama que tiene tanto de punk y metal como de hip hop y funk. Muy pronto tienen lista una maqueta con doce canciones de la que despachan 5000 copias en sus actuaciones en pocos meses. Tras un concierto como teloneros de Jane’s Addiction, Perry Farrell los invita a actuar en uno de los escenarios pequeños de su festival itinerante Lollapalooza y los cazatalentos no tardan en aparecer. Será Epic Records quien ofrezca la propuesta más interesante y, tras firmar contrato, el grupo entrará a grabar su primer disco en los estudios Sound City de Los Ángeles, en la primavera de 1992. Su principal motivación al escogerlo es que Nirvana había registrado allí “Nevermind” (1991) pocos meses antes.
Afuera, mientras el grupo se concentraba en la grabación, en las calles de Los Ángeles se propagaba el estallido de rabia generalizada provocado por las tensiones étnicas y finalmente desatado tras la absolución de los dos agentes de policía que habían propinado una brutal paliza a un taxista negro llamado Rodney King en marzo de 1991. Las sesiones serán tranquilas y, en algunas de las jornadas, con el grupo al completo tocando en directo frente a una audiencia formada por amigos. Durante las mismas, se registran dos notables colaboraciones, las de Stephen Perkins (batería de Jane’s Addiction) y Maynard James Keenan (cantante de Tool), aportando percusión y voces adicionales, respectivamente, en “Know Your Enemy”. Garth “GGGarth” Richardson coproducirá junto con la banda. Todavía resulta impresionante escuchar lo que el productor canadiense –curtido durante los años 80 en trabajos de ingeniería de sonido en el ámbito hard rock para artistas como White Lion, Alice Cooper o Helix; durante los 90 produjo álbumes de L7, The Jesus Lizard o Melvins– hizo con el material recogido en directo. La fuerza y la inmediatez de la banda quedan reflejadas con una fidelidad y una autenticidad que sigue superando sin problema la prueba del paso del tiempo.
Tras la publicación, el 3 de noviembre, de “Rage Against The Machine” (Epic-Sony, 1992), ya nada sería igual para el cuarteto. Aupados por la ola generada por Nirvana pero a cierta distancia –no solo geográfica sino también estilística– del grunge, el sonido crudo y directo del disco aparece como un puñetazo y encandila a toda la generación de jóvenes que caen rendidos ante semejante sucesión de trallazos sónicos.
Lo primero que llama la atención es la portada, una imagen en blanco y negro tomada por Malcolm Browne, fotógrafo de ‘Asociated Press’ que levantaba acta de la autoinmolación del monje budista Thích Quảng Đức en una calle de Saigón en junio de 1963, como protesta contra la persecución que sufrían los budistas por parte del gobierno vietnamita.
En los textos del libreto destacaba una frase: “Ningún sampler, teclado o sintetizador fue usado para hacer este disco”. En una época en la que solo se consumía el formato físico y aquello que incluía cada álbum era importante, ese mensaje intrigante hacía que la escucha de las canciones fuera más atenta. Los sonidos que nacían de la guitarra de Tom Morello sorprendían por su complejidad y extravagancia. ¿Aquello que sonaba era una guitarra? ¿Cómo era posible?
El primer encuentro con el universo sonoro de Rage Against The Machine era desconcertante por lo novedoso de su lenguaje musical, pero al mismo tiempo era terriblemente estimulante para quienes buscaban emociones dentro de los parámetros del rock, por entonces aún la música del momento. La base rítmica sumaba elementos interesantes y la voz terminaba de completar un conjunto perfecto de rabia y poder que pedía a gritos escucharse a todo volumen. Era una revolución que venía a completar la aportación del rock alternativo de aquellos años. Esto era más sofisticado que la mayoría de los grupos del momento, pero también más directo y más cañero.
Podríamos hablar largo y tendido de cada una de las canciones que conforman este magnífico debut, pero nos centraremos en las más significativas. Los primeros segundos de “Bombtrack”, la que abre el repertorio, recuerdan inmediatamente a Fugazi, pero en cuestión de segundos dan paso a una cadencia hip hop que, aupada por el riff de guitarra, atrapa desde la primera escucha. La letra va a degüello, no deja títere con cabeza. Ideas claras y versos potentes. Su fórmula está clara y es esta: no hay medias tintas ni pose de ningún tipo. Envalentonados por su juventud –tienen entre 21 y 25 años– y por un pasado donde quienes los preceden han sembrado las semillas de la ideología y la libertad, no hay lugar para la cobardía, están aquí y ahora para llamar a las cosas por su nombre. Recuerda: las canciones son más efectivas que los panfletos. Y las vamos a cantar todos. Ya no hay escapatoria porque inmediatamente después aparece “Killing In The Name”, probablemente su canción más emblemática, un alegato antirracista y provocador que se convertiría en un éxito inmediato en todo el mundo. Aunque no pasó del puesto 45 en la lista oficial de ventas estadounidense, el álbum ha certificado algo más de cinco millones de copias vendidas desde su lanzamiento.
Pero si hay que escoger un solo tema que incluya todos los elementos que hicieron de Rage Against The Machine un grupo único y hasta entonces incomparable, ese es “Bullet In Your Head”. Con una letra crítica con el sistema capitalista y con aquellos que permanecen pasivos ante los atropellos de sus libertades, comienza con el bajo de Commerford en un riff que guiará toda la primera parte de la canción y con la guitarra de Morello a modo de scratch, sonando a cualquier cosa menos a una guitarra convencional. A partir del minuto 2:54 –de los 5:06 en total– la canción pasa a su segunda parte. Aparece un riff de guitarra con una clara influencia de Tommy Iommi que, de paso, resume todo el rock de finales de los 80 y primeros años 90, de Soundgarden a Nirvana, pasando por Jane’s Addiction o Red Hot Chili Peppers. Seguidamente la guitarra desaparece y es el bajo quien soporta la canción para que la voz comience a entrar de manera sinuosa y avance hacia un crescendo del cuarteto al completo, que desemboca en un tramo final donde la voz rasgada de De La Rocha induce un sentimiento de furia primitiva que hoy, treinta años después, es capaz de sacudir como el primer día. Para rematar, redoble ensordecedor de caja, con el bajo y la guitarra acompañando en lo más alto. Impecable, inmejorable. Una obra de arte. E inmediatamente después, sin dejar descanso, aparecen las primeras notas de “Know Your Enemy”, otro de los momentos álgidos de un trabajo sin desperdicio, sin relleno, en el que todo encaja y funciona.
Semejante derroche de originalidad pilló a público y prensa con el pie cambiado, y hubo que inventar un término para denominar los sonidos afines que vendrían a continuación. A alguien se le ocurrió aquello de “nu metal” y los demás lo dieron por bueno. Aunque lo pareciera, no sería un reflejo fiel del espíritu de la banda, sino por lo general una visión distorsionada o parcial de su legado. Si en la primera mitad de la década de los 90 el idealismo, el feminismo, la igualdad y la conciencia de clase imperaban en muchos de los artistas con los que parte de la juventud se identificaba (Nirvana es buen ejemplo de ello), en la segunda mitad de la década serían bandas con mensajes y actitudes más cercanos al machismo, la homofobia y el hedonismo sin sustancia las que coparon las listas de éxitos en el mundo del rock.
Aunque Rage Against The Machine significaron un soplo de aire fresco estilístico y un vehículo de expresión y propagación de ideas políticas al inicio de los 90, buena parte de quienes continuaron ese sonido poco o nada tuvieron que ver con el noble propósito del cuarteto y llegaron a situarse en las antípodas de lo que este había propuesto. Porque, sí, es innegable su influencia sobre el sonido de bandas como Korn, Linkin Park o Slipknot, más orientadas hacia el metal con una carga importante de hip hop, aunque no con un peso ideológico tan evidente o radical, cuando no inexistente. Y su huella es también muy notable en otros artistas de estilo similar pero situados casi en el extremo ideológico opuesto: Kid Rock y sus canciones cargadas de testosterona, el metal cristiano de Creed o P.O.D., Limp Bizkit y su propuesta de rabia mal orientada.
Quizá su influencia más directa podamos encontrarla en proyectos como System Of A Down o At The Drive-In, pero si avanzamos en el calendario hasta nuestros días también encontramos bandas que continúan aquello que Rage Against The Machine iniciaron. Nombres como Fever 333, Downtown Boys y Turnstile, artistas comprometidos que utilizan el crossover musical como vía para expresar y difundir su ideología. A sus más directos sucesores los encontramos en “The Children Will Rise Up!”, la canción ecologista que ha unido a la estrella de YouTube y virtuosa música de doce años Nandi Bushell con Roman Morello, hijo de Tom. En ella, los dos niños enumeran parte de los problemas de la sociedad actual y piden cuentas a los adultos por el planeta que les vamos a dejar. En el vídeo aparecen Jack Black, el propio Tom Morello y Greta Thunberg, y lleva ya más de 300.000 reproducciones en YouTube.
El sonido de Rage Against The Machine es tan característico que a lo largo de los álbumes con material propio que vendrían tras su debut homónimo – “Evil Empire” (Epic-Sony, 1996) y “The Battle Of Los Angeles” (Epic-Sony, 1999)– no habría apenas espacio para innovaciones reseñables, aunque sí para nuevos clásicos a sumar a su repertorio, como “Guerrilla Radio” o “Bulls On Parade”. El último de esos trabajos, “Renegades” (Epic-Sony, 2000), un disco de versiones, fue acogido con mayor tibieza que sus predecesores, al tiempo que dejaba entrever cierto agotamiento creativo entre sus integrantes. Lo siguiente es la separación amistosa del grupo en 2000 para continuar con diferentes proyectos que los han mantenido en activo y en primera línea hasta las reuniones de 2007 y 2019. Desde entonces y hasta hoy, han venido realizando conciertos en los que sus canciones –especialmente las de su primer disco– y su mensaje permanecen ajenos al paso del tiempo, inmutables y vigentes, atravesando nuevas generaciones. ∎