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Slowdive, el presente de una vieja gloria. Foto: Alfredo Arias
Slowdive, el presente de una vieja gloria. Foto: Alfredo Arias

Festival

Tomavistas: algo se nos quedó en el camino

La sexta edición del festival madrileño –celebrada entre el 19 y el 21 de mayo– ha sido la primera en el recinto de IFEMA, lejos del Parque Tierno Galván en el que se consolidó. Pese a contar con más cabezas de cartel y más asistentes, no es oro todo lo que reluce.

23. 05. 2022

“Quien mucho abarca poco aprieta” o “La avaricia rompe el saco” son refranes que se podrían aplicar perfectamente a esta edición de Tomavistas, la primera en su nuevo emplazamiento de IFEMA, concretamente en el parking que ya ha acogido festivales como aquel Río Babel de Bad Bunny y que en esta ocasión al menos llegaba con la cara lavada, una zona de césped artificial y algunas parcelas verdes.

Hay que reconocer que el cambio podría haberle sentado peor a un evento que creció en torno a las comodidades del Parque Tierno Galván, muy cerca del centro de Madrid y de las estaciones de Atocha y Méndez Álvaro, lo cual garantizaba buenas conexiones de transporte con prácticamente todas las poblaciones de la región. Pero en esta ocasión, sin un servicio oficial de transfers, la vuelta a casa se convirtió en un caos y la sensación fue un poco de “búsquese usted la vida”. Si a esto sumamos el incremento de los precios, el problema de las colas durante el primer día –en el que dos propuestas nacionales como Rigoberta Bandini y Alizzz demostraron poder atraer prácticamente el mismo público que las dos jornadas restantes juntas– y cierta sensación de abandono por parte de la organización –que dio señales de vida tarde y regular–, el balance es difícilmente reseñable en lo positivo, más allá de la calidad de la oferta artística.

También cabe subrayar la actitud del público: los años de parada pandémica se han notado y ponemos mucho de nuestra parte para disfrutar en estos espacios que, además, siempre se han prestado a la convivencia relajada, aunque todo se ponga cuesta arriba y, como ocurrió en la jornada del sábado, llueva con violencia. Si algo salvó esta edición de Tomavistas fue sin duda la interacción espontánea y maravillosa entre artistas y asistentes. Y esa cosa mágica que muchas veces tiene la música: su virtud reparadora, sanadora. Pero me cuesta pensar que los padres que reservaron esta primaveral cita madrileña para compartir afición con sus hijos tengan ganas de repetir el año que viene. Tomavistas habrá ganado público y presencia, puede ser, pero también es obvio que algo se ha perdido en el camino con el viraje hacia las masas y que, visto lo visto, nunca fue del todo necesario, porque la propuesta musical era un salto hacia adelante. En el fondo, Tomavistas fue lo de siempre pero un poco más lejos, un poco más caro y mucho menos bucólico. Si alguien sale ganando desde luego no es el público.

El eclecticismo de Rojuu, que encaja a la perfección con la juventud de internet. Foto: Sergio Morales
El eclecticismo de Rojuu, que encaja a la perfección con la juventud de internet. Foto: Sergio Morales

Jueves, 19 de mayo

Rojuu: la revolución será streameada

El nivel de fervor que alcanzan los seguidores de Rojuu –dándolo todo a las seis y pico de la tarde, con ola de calor sofocante en Madrid y sobre la parrilla de un parking– es encomiable y se ve poco por ahí. El catalán, por su parte, demuestra el poder de los discursos generacionales y sabe poner a bailar a los más jóvenes, que durante la pandemia han tenido que sustituir sus espacios habituales de desvarío hormonal por la virtualidad, en un coitus interruptus de su maduración social. El choque entre ambos es de una energía liberadora y de un eclecticismo bizarro que encaja a la perfección con la juventud de internet. Rojuu sirve grandes canciones, sirve emo, sirve rock, sirve electrónica gótica, mákina y bakalao, digicore, chiptune y post-punk en una mezcla arrasadora que hubiera encajado mejor a horas más intempestivas.

Cariño: CUUUUuuuuuute

Se nota que las Cariño vienen de actuar en Coachella, con un show ya rodado y que además están disfrutando tocar en directo las canciones de su nuevo disco. Suenan mejor, más empastadas, le han metido una marcha más a las bases y han rejuvenecido su espíritu y su sonido con más guiños digitales y un rollito kawaii que seguramente las está haciendo conectar con generaciones más jóvenes, con esa ligera fusión del pop de guitarras con la electrónica brilli-brilli que recuerda, por ejemplo, a Kero Kero Bonito o a CHAI. ¿Están en su mejor momento? No hay duda.

Cupido: historia de amor

Siempre increíbles –es así: desde el primer concierto suenan clear as day y van a más–, también es cierto que los momentos más brillantes del concierto de Cupido se corresponden con temas de su primera era como “Autoestima”, “U Know” o “La pared”. Y que el espacio que dedican a presentar las canciones de su segundo trabajo nos muestra a una banda algo más madura, que se aleja de la psicodelia bubblegum y el desenfado rítmico para acercarse a ese nuevo adult oriented pop que tira con descaro de R.E.M.: tremendo el parecido de “Un cabrón con suerte” con “Man On The Moon”. Sosiego para las masas –y solos clásicos de guitarra de vuelta a la actualidad– con “Todas menos tú” o “Santa”. Será muchas cosas, pero Pimp Flaco siempre está dispuesto a adelantarse a los derroteros del pop en español.

Rigoberta Bandini y su performance. Foto: Alfredo Arias
Rigoberta Bandini y su performance. Foto: Alfredo Arias

Rigoberta Bandini: “¿Y no tendrán algo de Sparks?”

Quien siga dudando de la intención tras el proyecto de Rigoberta Bandini que vaya a un concierto suyo. Es ahí donde se entiende que hay más retranca de la que parece, que esto es un juego escénico que se regodea ofreciendo al oyente lo que este quiere: electrónica festiva y festivalera más lolololos y caramelos melódicos de fácil digestión, todo ello disfrazado de música clásica y teatralidad. La Séptima de Beethoven, Julio Iglesias y nuestra canción melódica, Massiel y su flema eurovisiva y cánones como el de “Perra” –que cobra aún más protagonismo en directo convirtiéndose en un juego con el público– caben en un show en el que Esteban Navarro, de Venga Monjas, reivindica su aportación, mucho menos accesoria de lo que parece. Deja guiños a las píldoras de “Da Suisa”, a los hits“this is the remix”, ruge– y hasta al Porc Makinetis, que aparece en el éxtasis final tras la siempre revitalizadora “Too Many Drugs”. Este es el verdadero himno tras las luces que acaparan “Ay mamá" –que se mantiene en extraño equilibrio entre la emoción y el cringe– y el combativo alegato que es “Perra”. Para no tener ni siquiera planteado un disco de debut y para venir del ultrahype de Eurovisión, Rigoberta Bandini dio un concierto de otro nivel que muestra a una banda consagrada, en un momento de plenitud. Si es broma de unos días, una genialidad de estudio social basado en la comedia y en el engagement emocional de la música o una banda de pop de estadios, todavía está por ver, pero el de hoy es un triunfo a grito pelao.

Alizzz con C. Tangana. Foto: Alfredo Arias
Alizzz con C. Tangana. Foto: Alfredo Arias

Alizzz: impecable

Otro “debutante” que demostró la solvencia de los mejores. Alizzz rueda su proyecto en solitario desde hace apenas cuatro meses, pero el sonido parece llevar años de engrasado. Despliega poco Auto-Tune y el grueso de las guitarras descansa en el emo y en un espectro de grupos de entre los 90 y los 2000 que va desde Death Cab For Cutie hasta Placebo, demostrando que pretende trascender los límites del pop y llevarlo a la tierra del rock para adultos. Este sonido es una realidad en nuestro país: como Cupido, Alizzz ha sido rápido prediciendo esa tendencia de la fórmula alternativa hacia un pop más maduro. Al repertorio, de altura, se suman sorpresones como la aparición de C. Tangana en “Ya no vales”, que remató una noche en la que Rigoberta también subió al escenario en “Amanecer”. Además, Alizzz se reserva un hueco para reivindicar su faceta de productor-compositor en la sombra con “Antes de morirme” –la canción de C. Tangana que lanzó a la fama a Rosalía y que solo ella ha descartado en sus repertorios– y, sobre todo –es lo que hace que tenga sentido el guiño– con “Lobo-hombre en París”, tema estandarte del primer álbum de La Unión, que fue producido por Nacho Cano.

Sen Senra: castigado contra la pared

El hombre que miraba a la pared está arropado por un sonido abrumador que abraza a la perfección sus ambiciones narcolépticas: Blanco Palamera le sirven de telón con precisión quirúrgica, hondura sonora y un flow cannábico que solo se puede degustar en contadas ocasiones, con artistas como Ferran Palau o The Internet. Pero Sen Senra parece cada vez más desconectado de todo: su interacción con el público es mínima aunque también es altiva, como su pose y su conexión con unos músicos casi invisibles. Busca siempre su cámara personal, muchas más veces de las que la realización le busca a él, y da el concierto de cara a la pared, con una actitud que no puede estar más fuera de lugar. Le salvan canciones como “No me sueltes más”, “Tumbado en jardín viendo atardecer”, “Sublime”, “Euforia” o “Perfecto”. Que, oye, siendo justos, tampoco es poca cosa.

El compromiso punk de Biznaga. Foto: Alfredo Arias
El compromiso punk de Biznaga. Foto: Alfredo Arias

Viernes, 20 de mayo

Biznaga: de plata

A más de 30º de temperatura, los malagueño-madrileños ofrecieron en el escenario pequeño del Tomavistas lo que mejor saben hacer: compromiso punk. Y eso que las circunstancias casi nunca acompañaron y hasta se les rompió, nada más empezar, una cuerda de la guitarra. Remontaron, como siempre, a base de himnos como “Una ciudad cualquiera” y dando buena cuenta de los mejores temas de su estupendo último trabajo, “Bremen no existe” (2022), con unas “Espíritu del 92” y “Madrid nos pertenece” sobresalientes.

Goat Girl: meh

Ni el volumen ni la energía del grupo británico acompañaron para rubricar uno de los conciertos más insulsos y olvidables del festival. Lo que más se escuchó comentar fue que por qué no las habían puesto a tocar en el escenario pequeño y a Biznaga en el grande. Un buen resumen de lo que ofrecieron Goat Girl en Tomavistas.
Rolling Blackouts C.F.: otra vez será. Foto: Alfredo Arias
Rolling Blackouts C.F.: otra vez será. Foto: Alfredo Arias

Rolling Blackouts C.F.: entre dos tierras

Su primer concierto fuera de Australia en tres años coincidió además con la puesta de largo en nuestro país del estupendo “Endless Rooms” (2022), pero dejó un sabor agridulce: la banda tardó en conectar con el público y el sonido nunca fue óptimo ni en las primeras filas. “The Way It Shatters” y “Talking Straight” sirvieron para enchufarles un poco más, pero se les echó el tiempo encima y tuvieron que despedirse con “Fountain Of Good Fortune” dejándonos sin “French Press”. Habrá que acercarse a verlos en el Primavera Sound.

Carolina Durante: sonando mejor que ayer

Arrancaron algo socarrones con las condiciones generales del festival –sonido y volumen especialmente–, pero el público los arropó en todo momento y les hizo crecerse. Después de “Las canciones de Juanita”, el grueso de los asistentes empezó a corear ese mítico estribillo ya generacional –“no sonamos mal, sonamos mejor que ayer"– y Carolina Durante respondieron con uno de esos conciertos que les han aupado a la primera línea del rock nacional. Contundentes, enérgicos y frenéticos, invitando al pogo y al espíritu de borrachera común, salieron a flote con un bolazo, como ya es costumbre. ¿La banda de rock más sólida de nuestro país junto con Triángulo de Amor Bizarro? Yo digo sí. Estos cuatro chavales son imbatibles y lo serán todavía más cuando desechen del repertorio “Cayetano”. Pocas bandas superarían ese sambenito, pero ellos ya han olvidado la silueta de cualquier fantasma

VVV [Trippin’you]: a 90 con un Lambo

Grimaldo, que hace de técnico de los VVV [Trippin’you], se quejaba en Twitter de las limitaciones de decibelios del festival, que afectaban más severamente al tercer escenario. Eso, unido a que la orientación es la misma que la de los escenarios principales, con los que siempre coincide en programación, hace que los 90 decibelios de límite le quedaran muy cortos a estos valencianos afincados en Madrid. Pese a todo, se encuentran en su mejor momento y lo saben. Y sus conciertos han alcanzado el equilibrio perfecto entre temazos coreables y zapatilla makinera. Hay mucho más allá de lo que parece en cómo afrontan el directo, alejándose siempre de los subidones fáciles y desafiando cualquier ritmo bailable con una bomba de IDM y parkineo deconstruido. A día de hoy, imprescindibles.

El tiempo no pasa para Brett Anderson y sus Suede. Foto: Alfredo Arias
El tiempo no pasa para Brett Anderson y sus Suede. Foto: Alfredo Arias

Suede: inmortales

Aunque Suede se resista a envejecer y continúe investigando sonidos y sacando discos con cierta regularidad para una banda de su época, lo cierto es que sus conciertos son mejores cuanto más se acercan a la idea de un grandes éxitos. Por suerte fue lo que sucedió en el Tomavistas, que recuperó las sensaciones de lo que es un gran concierto de rock clásico con el grupo londinense. Un poco lo de siempre: nunca está de más recordar que Brett Anderson sigue siendo un frontman incombustible, con energía para enterrar a cualquier jovencito, además de que la banda puede presumir de algunos himnos imperecederos como “Beautiful Ones”, que no sabe de edades o preferencias musicales y que sirvió como gran colofón a un concierto que empezó arrollador con el tridente formado por “She”, “Trash” y “Animal Nitrate”. Para algunos seguro que fue su primera vez con Suede, y los británicos siguen garantizando la conmoción.

Slowdive: maestros de la siesta lenta

En los festivales muchas veces hay dudas con los grupos tranquilos. La gente va por unos pocos artistas y, con el ánimo festivo y las copillas de más, es lícito no estar para descubrimientos que requieren escucha y paciencia. Ante esto, Slowdive son excepción. Su sonido, envolvente y aplastante, acaricia a todos por igual: arañando lo justo, emocionando lo justo, doliendo lo justo. Esa nana abrasiva –que se toma su tiempo para recorrer pasajes tan intensos como “Sleep”, la homónima “Slowdive”, “Alison” o “Souvlaki Space Station”– es la melodía que acompaña a festivales asentados con propuestas de postín. Y es difícil no abrazarla sin complejos. Onírico y lunar, el suyo es un concierto que invita a una buena fumada y que sienta como un buen masaje, rematado por ese totum revolutum de ruido celestial que es “Golden Hair”. Desde que se reunieran en aquel alineamiento planetario que fue el Primavera Sound de 2014, en lugar de vivir de sus pocas rentas han sabido mantenerse relevantes y ofrecer, de nuevo, su mejor versión. Por ejemplo en “Sugar For The Pill”, que les ha permitido abrazar a otra generación que les adora en presente más que como una vieja gloria. Cada advenimiento suyo es como una noche de las Perseidas.
JARV IS...., no Pulp. Foto: Alfredo Arias
JARV IS...., no Pulp. Foto: Alfredo Arias

Sábado 21 de mayo

The Marías: sin maldad

Correctos para el papelón de la hora, The Marías tuvieron que adaptarse a un contexto al que no están acostumbrados: en Puerto Rico son verdaderas estrellas y acaban de aparecer en el último disco de Bad Bunny. Aquí no tocaron “Otro atardecer”, que seguramente es lo que esperaba la gran mayoría de público que los acababa de situar en el radar precisamente por esta canción, pero aun así supieron meterse a la audiencia en el bolsillo con su sonido telúrico, su febril psicodelia y una versión de “… Baby One More Time” de Britney Spears.

Camellos: contra viento y marea

Con camiseta del Real Madrid en el día en que Mbappé nos dijo que no, Camellos salieron a darlo todo en el Tomavistas para un buen número de fans, que siguen sus aventuras con fervor y fidelidad desde el principio y que permanecieron impertérritos mientras la lluvia amenazaba con desatarse. Les dio tiempo a hacer “Becaria” o “Siempre saludaba”, grandes temas de sus primeros días. Pero también a demostrar la solidez y la contundencia de los temas de su nuevo trabajo, “Manual de estilo” (2022). Hacia la mitad del concierto la lluvia estalló definitivamente y todo se convirtió en una desbandada en busca de refugio.

Kings Of Convenience, afectados por la lluvia. Foto: Alfredo Arias
Kings Of Convenience, afectados por la lluvia. Foto: Alfredo Arias

Kings Of Convenience: diluvio universal

Los grandes afectados por el diluvio fueron Kings Of Convenience. La organización repartió como pudo chubasqueros entre la gente, que corría despavorida en busca de un refugio que escaseaba. Familias enteras metidas en los baños y grupos de amigos buscando un árbol bajo el que refugiarse. Amainó la lluvia, pero no la incertidumbre, y durante una hora pendió de un hilo la reanudación del festival. Era el tiempo reservado a los noruegos y al final no pudo ser. Salieron a tocar un par de canciones en acústico y a disculparse con la gente, visiblemente afectados. De hecho, una de las dudas fue por qué no se les reprogramó en el tercer escenario. No era lo idóneo, pero su propuesta intimista tampoco hubiera desentonado allí.
Shame lucharon contra las adversidades. Foto: Alfredo Arias
Shame lucharon contra las adversidades. Foto: Alfredo Arias

Shame: shame

Aunque arrancaron arrolladores y destilando energía –especialmente su bajista, que corría de un lado a otro haciendo dobles mortales y flips con el instrumento–, pronto empezó a pesar el hecho de que la voz apenas era un murmullo entre el despliegue instrumental, que la mayor parte del tiempo generaba una bola sin definición. Como tuvieron que cortar sin haber llegado a los 40 minutos –nunca fue una opción retrasar el fin de fiesta tras los problemas ocasionados por la lluvia; a La Plata les pasó igual en el escenario pequeño–, el concierto de Shame –con potencial para ser de los mejores del Tomavistas– quedó en algo completamente anecdótico. Otra vez será.

JARV IS...: él mismo

Tras arrancar con el “anticlásico” de Pulp “She’s A Lady”, híbrido discotequero entre “I Will Survive” (Gloria Gaynor) e “It’s A Sin” (Pet Shop Boys), Jarvis Cocker aclara las cosas: “soy Jarvis Cocker y este es un concierto de JARV IS...”. No de Pulp. El caso es que ambas propuestas comparten elementos y no son tan distantes entre sí, excepto por la calidad y el ánimo más vitalista de las canciones, que podrían abrirse al repertorio más conocido de Pulp. Evidentemente, hay momentos geniales, como “Proceed To The Route” o la cataléptica “Further Complications”, porque Jarvis es casi siempre genial, pero a veces también se atraganta un poco.

La pista de baile de Confidence Man. Foto: Alfredo Arias
La pista de baile de Confidence Man. Foto: Alfredo Arias

Confidence Man: Neo Boney M.

Siempre divertidos y provocativos, los australianos Confidence Man han ido reforzando la parte visual y performativa de sus directos hasta convertirlos en una pista de baile frenética y algo bizarra. Con lo hortera por bandera, y a mucha honra, en su espectáculo caben el italo disco, el dance-punk, el nu funk y el rollo de programa de televisión para niños, con las sutiles referencias a ácidos y demás sustancias alucinógenas. Pero sobre todo caben mucha fiesta, coreografías imposibles, infinidad de cambios de vestuario y una ambientación entre infantil y siniestra. También se quejaron del sonido.

Jungle: fuego

Es cierto que Jungle ha perdido cierta capacidad de sorpresa por la fijación con su propia fórmula –que, ojo, es ciertamente original en su manera de entender el funk y la música disco desde un lugar electrónico, con ínfulas de UK garage, que adopta apariencia orgánica–, pero sus directos siguen siendo toda una experiencia. Seguramente dieron el mejor concierto del festival, tanto en lo visual como en lo sonoro. Fuego desde los primeros compases con “Keep Moving”, “Talk About It” o “The Heat”. Bajos nítidos golpeando el pecho, fantasías armónicas y un groove endemoniado. Jungle son una máquina de baile diseñada para el placer hedonista y, por muy previsibles que suenen o resulten a cualquiera que les siga desde su descomunal disco homónimo de 2014, nunca está de más citarse con ellos, porque siempre van a estar a la altura. Se marcharon empalmando “Time” –todavía su mejor canción– con “Casio” –snippet de “Stayin’ Alive” (Bee Gees) incluido– y “Bussy Earnin’”, para volver después con “Good Times” (Chic), algo que no está al alcance de muchas bandas. ∎

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