
El mismo año de su debut homónimo, el grupo coruñés publicó “El hombre del siglo V”, una colección de inéditos y demos que constituyen el germen de su potente identidad noise y post-punk. Entre las canciones con las que se posicionaron en el Festival de Benicàssim, se les pueden ver las costuras a sus emblemáticos “El himno de la bala” y “El fantasma de la transición”, con todo su encanto maquetero.

Sin sacarse el cuchillo de entre los dientes, al tercer disco la melodía entró en sus vidas y al noise le dio el sol. Toda esa amalgama de energía, oscuridad y fuerza de “Año santo” (Mushroom Pillow, 2010) confirma que había venido para quedarse y, además, aquí abraza más colores, se despliega en formas sensuales y hasta se hace corpórea y sudorosa. Es el otro Rubens, distorsionado, y su deambular por el lado salvaje.

Más que barroco, para ellos es un disco “churrigueresco” en el que lo dieron absolutamente todo. El caos planea sobre un compendio de rock’n’roll con sus palos, sus guitarras y sus acordes, todo ello cocinado con el estilo propio e intransferible de la banda. En directo, alcanzó cotas de volumen y de velocidad sobrehumanas que parecían difíciles de superar. Es lo que hay después de “citius, altius, fortius”.

Cuando se publicó “El Gatopardo” no sabíamos que iba a ser tan significativo en la trayectoria de TAB. Ahora es cuando somos conscientes de la ironía en la relectura de Lampedusa –“O, Isa, el Gatopardo quiere cambiar todo para que todo siga como está”, en “El Gatopardo”– y de que este EP político, de canciones crudas y sin traje, era un punto y aparte. “Nos valió para decir: ‘Ahora no queda otra que empezar olvidándolo todo’”. ∎