https://assets.primaverasound.com/psweb/pd23zyhvfmnnunb895zr_1645025172111.jpg

Firma invitada / Música de la basura

Mis amigues nazis

Una tarde del último verano de la era precovídica acabé tomando unas jarras de cerveza en un pub rockero de Castelldefels. En la barra saltaba a la vista el busto de un curioso personaje con sombrero de vaquero. “Es Lemmy”, me dijo el camarero. “Llegué a verlo tocar en vivo antes de que muriera”.

Lemmy Kilmister, nacido en 1945 en un pueblo de Inglaterra y fallecido en 2015 en Los Ángeles, Estados Unidos, fue uno de los rockeros más emblemáticos de la historia. Pero de todos los rasgos característico de Lemmy (su voz ronca, su forma de estar en el escenario con el pie del micro muy alto, el micrófono apuntando hacia abajo y su cuello estirándose hacia arriba para cantar; el bigote y el sombrero que le hacían asemejar un sheriff) una cosa me llamó la atención cuando empecé a ver sus entrevistas por internet: su afición por los objetos nazis.

En el documental que le dedicó en 2010 el director Wes Orshosky, Lemmy accede a mostrar a las cámaras parte de su rutina diaria: lo podemos ver sentado solo en un rincón de su bar favorito jugando a la tragaperras y desayunando whisky o yendo a una tienda de discos. Cuando las cámaras entran en su casa les enseña con orgullo una habitación cuyas paredes están repletas de espadas, sables, esvásticas y aguiluchos nazis. “Todos coleccionamos algo, ¿no? Mi exbatería coleccionaba elefantes, tenía la casa llena de elefantes. Creo que mi colección es más interesante”, y acto seguido le dice al cámara “sígueme, te quiero enseñar algo”. Se van al garaje y Lemmy saca de ahí un tanque de guerra original de la Segunda Guerra Mundial, se pone su uniforme nazi más bonito adornado por una vistosa Cruz de Hierro y salen al campo a disparar.

“Alguien, viendo este documental, podría pensar que eres un nazi…”, comenta el entrevistador. “He tenido seis novias negras, así que sería el peor nazi de la historia”, contesta Lemmy. “¿Me puedes ver presentándole mi novia al Führer? Me gusta llevar ropa nazi, no le pido a nadie hacer lo mismo, estamos en un país libre, se supone. Si el ejército de Israel tuviera uniformes más bonitos coleccionaría los suyos”.

La fascinación por la esvástica es algo más común de lo que se pueda imaginar. Yo misma tengo un brazalete nazi que un sastre exquisito me convirtió en liguero. Modificada para adaptarla a la anchura de mi muslo, la exhibí en un vídeo que me encargó el Ayuntamiento de Barcelona para promocionar alguna novedad editorial por Sant Jordi. Yo escogí “La musa fingida” de Max Besora, libro power-fascista donde los haya, que cuenta con las hitlerianas Siervas de Satán como personajes centrales.

También he descubierto que una vecina mía que sale a alimentar las palomas se gana la vida cosiendo imitaciones de uniformes alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Si nos remontamos a los orígenes del uso de esta simbología como adorno provocativo en el mundo del rock, es imposible no recordar las entrevistas a Sid Vicious donde el célebre bajista llevaba camiseta con círculo blanco y esvástica negra, y lo mismo Germán Coppini con Siniestro Total, y lo mismo los Gabinete Caligari.

En tiempos más recientes hay otro artista cuya afición a lo nazi no le ha traído mucha suerte (¿o tal vez fue la mala idea de ir a una rueda de prensa bajo el efecto de sicofármacos?): hablo del director de cine Lars von Trier, que por sus declaraciones sobre el nacionalsocialismo fue echado del festival de Cannes de 2011. No puedo saber si el bueno de Lars se había tomado algo ese día, pero sus tartamudeos y sus fracasados intentos de hacer bromas en ese y otros momentos de la entrevista dejan alguna que otra sospecha. Además, es sabido que sufrió de depresión y que se solía medicar. Cuando una periodista le pregunta sobre sus “raíces alemanas y el aspecto gótico de la película” y su “interés por la estética nazi”, Lars se excita, y cómo no hacerlo. Transcribo a continuación su respuesta:

“Durante mucho tiempo creí ser judío, y era feliz siendo judío, luego apareció Susanne Bier y de repente ya no era tan feliz siendo judío… mmm… no, esto era una broma…” 

(Susanne Bier es una directora danesa de familia judía que se suele asociar a la misma corriente fílmica de Von Trier). Sigamos:

“… pero resultó que tampoco era judío, y si hubiera sido judío habría sido un judío de serie B porque ellos tienen una especie de jerarquía. De todas formas, yo quería ser judío, pero descubrí que en realidad era un nazi, porque mi familia era alemana, lo cual también me agradó. ¿Qué os puedo decir? Yo entiendo a Hitler. Creo que hizo cosas malas, desde luego, pero lo puedo ver sentado en su búnker, al final…”. Aquí, la actriz Kirsten Dunst, sentada a su lado, empieza a desesperarse y apoya una mano en el hombro de Lars, agachando la cabeza y emitiendo una risa nerviosa que se parece más bien a un lamento.

“Pero… llegaré a una conclusión…”, continúa intentando tranquilizarla: “… quiero decir que yo entiendo al hombre. No fue lo que llamaríamos un buen tío, pero lo entiendo mucho y empatizo con él. Pero no estoy a favor de la Segunda Guerra Mundial y no estoy en contra de los judíos… Susanne Bier… no… ¡ni siquiera Susanne Bier! Esta también era broma, estoy totalmente a favor de los judíos… bueno, no mucho, porque Israel es un grano en el culo, pero… ¿Cómo salgo de esta frase?”.

“¡Con otra pregunta!”, le sugiere en voz alta el moderador de la rueda de prensa. “Será tu salvación”.

“Pero…”, sigue diciendo Lars. “Pero quiero decir algo del arte… Speer. Me gusta Albert Speer” (renombrado arquitecto y Ministro de Armamento y Producción de Guerra durante el III Reich) “pero… Vale, ¡soy un nazi!”, exclama pegando un puñetazo a la mesa por fin satisfecho y liberado. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados