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Firma invitada / Vitafonías

Vitafonías nº 2

Por Remate

22. 02. 2021

C

orderos, aves, ovejas y perros. Cuatro especies presentes explícita o implícitamente en cuatro películas donde las bandas sonoras describen exactamente el qué, el cómo y el dónde. La música es un detector de metales que cuando aparece deja todo al descubierto. Veámoslo en un nuevo capítulo de Vitafonías.


“El silencio de los corderos” (1991; Amazon Prime Video)
Director: Jonathan Demme
Guion: Ted Tally (novela: Thomas Harris)
Música: Howard Shore
Minuto: 00:00:00. Exterior. Luz invernal. Bosques de Quantico, Virginia (Costa Este de Estados Unidos)

Suena un motivo acústico en La menor, una tonalidad clásica de thriller, sobre una capa finísima de sintetizadores. Se repite la misma frase musical. Aparece el primer fotograma, un bosque. Al fondo, un lago. Quietud. No pasa absolutamente nada en la imagen, pero ya han pasado tantísimas cosas en la música que sabemos que PASA ALGO. Y solo vemos un bosque. Leemos el nombre de Jodie Foster (aquí Clarice Starling, la licenciada universitaria y aspirante a formar parte del FBI). La música se ramifica, se enredan los fraseos, la sencillez del juego de notas repetido suma algunas más que se entrecruzan, aparte del ruido rosa del bosque. La cámara se mueve lentamente por las copas de los árboles, baja hasta encontrar a Clarice, que se ayuda de una cuerda para subir una cuesta pronunciada. Se detiene un instante para coger aire. Y sigue entrenando. Corre por los senderos invernales. La música se espesa como la niebla, de una belleza perturbadora. Tiene una apariencia sobria aunque suceden al mismo tiempo muchas líneas instrumentales. Clarice acelera. La música in crescendo. “¡Starling, Starling!”, la llama a lo lejos un compañero. “Crawford te quiere ver en su oficina”. La banda sonora es obra de un maestro, Howard Shore. Y otro, el director Jonathan Demme, sabe perfectamente que solo con la BSO y con Jodie Foster corriendo, sin más, nos lo cuenta todo en la primera secuencia de la película sin desvelarnos aún nada. Alucinante.


“First Reformed” (“El reverendo”; 2017; Amazon Prime Video)
Director y guion: Paul Schrader
Música: Brian “Lustmord” Williams
Minuto: 01:05:27. Interior. El reverendo Ernst Toller mira una foto de un ave muerta con restos de plástico en sus tripas.

En una de mis películas favoritas del siglo XXI, la estrategia con la banda sonora es diametralmente opuesta a la de Jonatahn Demme y Howard Shore en “El silencio de los corderos”. Paul Schrader y Lustmord esconden sus armas hasta la hora larga de metraje. Hasta entonces no hay nada de música incidental. Una verdadera apuesta extrema. Antes solo suenan un par de canciones diegéticas. Un coro religioso en una misa y en un funeral. Pero cuando ya no lo prevés, en la secuencia donde el reverendo mira atentamente la foto de un ave muerta con restos de plástico en sus tripas, aparece la música original de Lustmord: ambient oscuro, diseño sonoro hecho música literal. Grave, industrial, reverberante, una onda tóxica y contagiosa que abre un hueco hondo en el suelo. Y ya no desaparece la banda sonora. Desde entonces acompaña la trama porque el pastor evangélico no volverá a ser el mismo, y es esa dimensión musical la que lo acompaña de la mano hasta el final. Juntos el blanco de la sotana y el negro de las profundidades. 


“I’m Thinking Of Ending Things” (“Estoy pensando en dejarlo”; 2020; Netflix) 
Director y guion: Charlie Kaufman (novela: Iain Reid)
Música: Jay Wadley
Minuto: 01:47:47. Exterior. Todo está nevado y sigue nevando. La joven estudiante de física cuántica decide ir a buscar a su novio Jake, que acaba de entrar en su antigua escuela.

La ventisca se funde sutilmente en notas paisajísticas. Bonitas, y tristes también. Parece que tararearan una canción a lo lejos, como si la música quisiera recordar una melodía que se esconde demasiado profunda en la memoria. La chica está completamente agotada. Empezó el día con la idea de dejar a su novio, y la visita a la casa de sus suegros y el comportamiento de él, veleidoso, errático y ensimismado, más que convencerla le han provocado incluso terror. La física cuántica le debe resultar obvia ante semejante bucle de recuerdos y de saltos temporales. No sabe ya quién es él ni probablemente quién es ella misma. La música sigue sin encontrar la canción, y se distorsiona, no encuentra la tonalidad, sino que bordea la disonancia, la refulgencia. Un conserje friega el suelo, la banda sonora reposa para que oigamos sus pisadas. Tenemos miedo. Somos ella. Fuera hace mucho frío, pero dentro la cosa casi es peor. (Película de belleza increíble y agotadora. “Noland Empire” por Charlie Kaufman). 


“Well Groomed” (“Alta peluquería canina”; 2019; Movistar+)
Directora y guion: Rebecca Stern
Música: Dan Deacon
Minuto: 00:20:50. Interior de una carpa donde se celebra una competición de peluquería canina.

Un caniche teñido de rosa pálido (la cabeza), rojo (el cuello), azul cielo (la pata delantera izquierda), beige (la pata delantera derecha), fucsia (la pata derecha trasera) y con un dibujo de E.T. (se extiende por el lomo y la pata trasera izquierda) avanza imponente de la mano de su dueña. “Los caniches son los mejores amigos de una chica”, dice una concursante. Pero no le dan chili para cenar “porque estaría tirándose pedos toda la noche”. Qué bien se lo pasan estos amantes de los perros. “Me encanta competir, es un subidón de adrenalina”. Todo en este documental es perfecto para verlo en plena distopía real. El tema: los cortes de pelo y cuidados de los perros y sus concursos. La consagración de sus dueños a sus perros: el sentido de la vida, la muerte y la laca como diván. La seriedad de un tema que no puede resultar grave. Sin ironía, como si se tratara de una dimensión paralela a la realidad aburrida. Y la música de Dan Deacon: minimalista, caleidoscópica, sintética, expansiva, flotante. Bengalas musicales. 

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