No sé si les pasará lo mismo a ustedes, pero los timelines de las redes sociales de mis contactos son un festival permanente. Malos tiempos para quienes sufren de FOMO (Fear Of Missing Out). No hay mañana que no me tope con diez o quince conciertos a los que no me hubiera importado asistir. Conciertos, festivales o ciclos. La avalancha se veía venir. Es más bien un tsunami de eventos. Y parece que hay público para todos. Al menos de momento.
Buena válvula de escape es, desde luego, esta incontenible explosión de música en directo protagonizada por músicos de aquí, de allí y de más allá, tras casi dos años de penuria y ante el gris panorama que se cierne sobre nosotros: con la matraca diaria de la espiral inflacionista, la crisis energética, la guerra en vías de cronificación, el retroceso yanqui en la cuestión del aborto o la grotesca ultraderecha cañí salivando, a punto de sentarse a la mesa. Ya que la belleza se encuentra en los surcos de los discos y a veces sobre los escenarios –no en los noticiarios–, que cualquier estropicio que venga nos pille bailando. O disfrutando.
O testando la capacidad de Nick Cave no solo para superar cualquier expectativa con exhibiciones como la enésima en el último Primavera Sound, sino también para emborronar los límites entre arte y trascendencia con discos como “Seven Psalms” (2022), publicado el pasado viernes. Una colección de ocho salmos en 23 minutos, gestados junto a Warren Ellis durante la grabación de “CARNAGE” (2021), en la que el australiano muestra su vis más espiritual en torno a cuestiones como la fe, la ira, el amor, el dolor, la piedad, el sexo y la devoción. Él mismo ha explicado que es otra de las facetas de su escritura, que no puede limitarse a sus trabajos más o menos convencionales (por llamarlos de algún modo). Complemento, en todo caso, a la racha de discos austeros que lleva enlazados con Ellis en los últimos seis años. El tiempo dirá si también esencial o solo anecdótico.