En palabras de una sabia literata, comencemos por el final. Palmarla es parte del contrato implícito en esta rara aventura que llamamos vida, pero eso no significa que estemos preparados para digerir sin acidez la tumba o el crematorio. Que
David Lindley (1944-2023), dueño de las patillas más pavorosas del rock, haya perdido la pelea contra el derecho de admisión a este lado de la existencia a los 78 años es, como poco, una puta lástima. El multinstrumentista, porque Lindley era de esos que tan pronto te hacía un
riff morrocotudo con una Les Paul como con un ukelele del chino, arrastraba una enfermedad que terminó por dominar la mañana del 3 de marzo. Fue colaborador-estrella de titanes como Bob Dylan, Dolly Parton o Rod Stewart y, en su día, de uno de mis caprichosos secretos a voces, Warren Zevon. Además, pasó por una importante ristra de bandas, como Kaleidoscope –ojo, no se me vaya a confundir nadie con esa papilla audiovisual de Netflix–, uno de esos grupos que son, subconscientemente, banda sonora de la década de los setenta y que tiene una aparición brillante en el peliculón “Captain Milkshake” (Richard Crawford, 1970), desde aquí altamente recomendada. Y no nos olvidemos de la entrañable voz que puso en la celebrada versión del “Stay” de Maurice Williams & The Zodiacs que hizo Jackson Browne. Ni tampoco de su gran disco “El Rayo-X”, de 1981, con su delirante letra:
“I am El Rayo / Soy el cantar del gallo / Soy el caimán del bayou / Cuando lo parte el rayo”. Ahora que a Lindley lo han echado, no se ha ido, le esperan semanas en las que todo quisqui lo ensalzará, previo al indecente olvido que acaba por acompañar a quienes ya no pueden dar la murga. Pero, aunque suene a cliché barato, es cierto: siempre nos quedará su música.