Había que soplar las velas del 25 aniversario de la sala Sidecar con fuerza denonada. Al menos, eso es lo que parecieron entender David Johansen, Sylvain Sylvain y sus nuevos compañeros de aventuras subterráneas en su vibrante debut en Barcelona. Salieron a escena, empujaron “Looking For A Kiss” hacia adelante y el beso que buscaban se transformó en un fenomenal chasquido de rock’n’roll, un “mua” lanzado al vuelo, sucio, eléctrico, vicioso. Un gran beso, claro. Y después todo fue en espiral, hacia arriba, asaltando “Trash”, “Subway Train”, “Jet Boy”, una definitiva “Personality Crisis”... con una banda engrasada y orgullosa de defender un oficio donde cada noche has de reinventarte o prenderte fuego en un decorado diferente.
Los
New York Dolls con garantía de 2007 no son una banda que viva en un mullido colchón del pasado, que prefiera recostarse en ese estira y afloja automático que supone haber formado parte activa en un episodio trascendental en la historia del rock. Su interpretación de lo que debe ser un concierto pasa por un incendio y después otro incendio, y así hasta crear una humareda auténtica. Por eso cuando Johansen se encaramaba al público y le hacía cantar emocionado “We’re All In Love”, sonaba creíble esbozando una prominente sonrisa; por eso Sylvain Sylvain se agitaba emocionado como si fuera la primera noche que tocaba aquellas canciones. No había más trucos que intentar ofrecer un buen espectáculo y dejar que el repertorio, magnífico y perfectamente extrapolable a mañana mismo, fluyera y se desmenuzara entre los bailes encendidos del público, los vítores, los brazos alzados y los aplausos. Como en las mejores fiestas de cumpleaños, del pastel no quedaron ni las migas... ∎