Serie

Better Things

Pamela Adlon(T5, HBO Max)
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Quizá la mejor forma de entender “Better Things” (FX, 2016-2022) pase por atender a las razones de su nombre. Si el título evoca el porvenir, la serie cuenta justamente cualquier cosa menos eso: los trampantojos que conocemos como vida cotidiana y el destino, muchas veces patético pero agradable, de una actriz de más de 50 años que debe lidiar con su prole y su familia. Si añadimos una cierta connotación cultural, típica del optimismo estadounidense, no deja de ser divertido que sean las “cosas mejores” las que estén por llegar a quien justamente está más privado de un futuro estimulante en la industria del cine y la televisión: una mujer de mediana edad.

Creada por Pamela Adlon y Louis C.K., la serie ha tenido cinco temporadas con retos feroces. Con las acusaciones de conducta inapropiada con toda clase de empleadas y compañeras a Louis C.K., Adlon vio como el porvenir de la que era su obra magna quedaba de nuevo en la incertidumbre tras la segunda temporada. La retirada total de Louis C.K., lejos de suponer un problema (creativo o técnico), parece haber forzado una implicación aún mayor de la protagonista, cocreadora y guionista de la obra. No es casual que aparezca acreditada como directora de cada capítulo desde la segunda temporada.

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Para quien no lo sepa, Adlon, además de ejercer las funciones de lo que se ha venido conociendo como showrunner, es la protagonista de la serie, Sam Fox, una actriz californiana divorciada que paga las facturas con pequeños papeles en televisión y con bolos de doblaje en series infantiles mientras cría a tres hijas: Max, Frankie y Duke. También intenta mimar a sus parientes, empezando por su excéntrica madre Phil –llena de achaques de toda clase– y acabando por su hermano Marion y su cuñada, Caroline. Aunque la protagonista comparta no pocos rastros biográficos con la propia Adlon, las diferencias han sido tan relevantes como los parecidos.

Sam descubre esta temporada los placeres modestos de dirigir en televisión con un pequeño giro del destino. Y sin embargo no hay en “Better Things” nada concluyente, ni ese discurso –tan propio de la autoayuda– según el cual las cosas salen bien con un poquito de buena voluntad. Incluso las mejores comedias nos han acostumbrado a que las cosas tengan mucho sentido y las vidas, incluso con pequeñas tragedias, sean siempre ordenadas.

En televisión nadie se ha esforzado tanto como Adlon en mostrar la cantidad de desencuentros, patochadas, torpezas y confusiones que sirven de vehículo desde las cosas más triviales a las más felices. Con su testaruda resistencia a los “arcos de personaje” como sinónimo de profundidad, los protagonistas de “Better Things” mejoran, pero no de forma completa ni irrevocable, y por eso han sido una compañía tan grata.

Siendo una protagonista relativamente privilegiada, a Sam Fox las cosas le salen regular. Como madre e hija. De hecho esta serie habla de la soledad, también de la intrafamiliar. Lo genuinamente milagroso es que lo haga sin ser sombría.

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En sus dos capítulos finales, “Better Things” cambia de escenario de forma abrupta. La excusa ficcional es que Sam se despida de su hija y su madre, dispuestas a instalarse en otro lugar para volver a empezar y dar un golpe de timón a sus vidas. Dicho así suena definitivo, pero no lo es, y la serie lo muestra con facilidad. El resultado es hermoso porque se niega a ser epifánico. No hay escenas peliculeras, solo una vulgaridad que, a fuerza de ser observada, acaba por parecernos valiosa. A la hija mayor, Max, le da el derecho más privilegiado, el de equivocarse, por eso la vemos empezar de nuevo en Inglaterra, buscando apañárselas en un rollo espiritual. Y a Duke le da la oportunidad de confesar que, después de todo, su madre es capaz de tener una conducta ejemplar. Adlon tiene la inteligencia de dejar que el momento más emotivo lo sea por patoso. Digamos que también las mayores revelaciones de la vida suceden mientras la persona a quien hablamos está distraída entre el barullo de la gente.

Lejos de ceder a un cierre más fácil, Adlon rompe con todo y los personajes arrancan a cantar. Justo como al principio de la temporada, los personajes o sus actores cantan clásicos de Monty Python ante nuestros ojos. Además de conmovedor, el número parece una síntesis perfecta del procedimiento de la Adlon directora. Gracias a la complicidad de talentosos guionistas como el dramaturgo Joe Hortua, la dirección ha ido mejorando temporada a temporada, alejándose del estilo por defecto de las comedias de HBO de la década pasada. El estilo empleado por Adlon no quiere ser “unitario” porque la vida misma tampoco lo es. Es una intuición extraordinaria que la serie ha perseguido capítulo a capítulo, haciendo una televisión realmente diferente que prescinde de los temas. Me gusta pensar que Adlon lo ha hecho así porque sabe que, muy a menudo, las cosas importantes aparecen –como las decisiones más difíciles retratadas en esta temporada– en profundidad de campo y sin apenas aspavientos. ∎

La vida y nada más.
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