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Charlotte Gainsbourg y Jane Birkin: cerrar heridas en “Jane por Charlotte”.
Charlotte Gainsbourg y Jane Birkin: cerrar heridas en “Jane por Charlotte”.

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Jane Birkin y Charlotte Gainsbourg: música, cine y reconciliación

“Jane por Charlotte”, presentada en los festivales de Cannes y San Sebastián, y ahora proyectada en el In-Edit barcelonés, habla de Jane Birkin desde la perspectiva de su hija, Charlotte Gainsbourg, quien debuta como directora. Es una película que parece cerrar heridas, o quizá solo rencillas, del pasado entre ambas. Pero es algo más, porque sobrevuela la presencia de Serge Gainsbourg, cuya sombra puede ya disolverse sin dejar de tener importancia, y porque es tanto un retrato franco de la madre como un autorretrato sincero de la hija.

02. 11. 2021

Charlotte Gainsbourg nació en Londres en julio de 1971, dos años después de que sus padres, Serge Gainsbourg y Jane Birkin, grabaran la famosa balada pop-coito, “Je t’aime… moi non plus”, y tres después de que Serge la registrara con Brigitte Bardot, aunque no la editó en disco a petición de la actriz para evitar conflictos con quien entonces era su marido, el fotógrafo y magnate Gunter Sachs (esta primera versión saldría años después, en 1986). Aquella canción marcó de un modo u otro la trayectoria de Birkin, que tenía veinticinco años cuando nació Charlotte, su segunda hija. La sombra de Serge sería muy alargada, tanto que invalidaría otra influencia musical y sentimental de Birkin, la de John Barry, con quien contrajo matrimonio a los diecinueve años, tuvo su primera hija a los veintiuno, Kate Barry (1967-2013), y algo de melodías y arreglos pop debió de aprender del compositor. La fragilidad con la que se movía, desnuda, en el apartamento del fotógrafo de moda David Hemmings en “Blow-Up” (Michelangelo Antonioni, 1966) era idéntica a la fragilidad vocal que tan bien rentabilizaría en su discografía, con y, después, sin Gainsbourg.

Charlotte, también cantante, también actriz, igual de estigmatizada durante años por una canción registrada con el provocador Serge, “Lemon Incest”. La grabaron en 1984, cuando ella tenía trece años. El single arrolló como el de “Je t’aime… moi non plus”, y después se incluyó en el álbum “Love On The Beat” (1984), con Serge travestido de madame en la portada. El vampiro Serge se había basado en una pieza de Frédéric Chopin, el “Estudio op. 10 nº 3 en mi mayor”, del mismo modo que para la canción con Bardot y Birkin tuvo muy en cuenta la instrumentación –sobre todo el arreglo de órgano– de “A Whiter Shadow Of Pale” de Procol Harum. Cuando padre e hija realizaron el dueto de “Lemon Incest”, Serge y Jane ya se habían separado. Ella estaba entonces con un magnífico cineasta, Jacques Doillon, con quien tendría su tercera hija, Lou Doillon –¿es necesario decir que también es cantante, actriz y modelo?; en “Kung-fu Master” (1988), una delicia casi autobiográfica de Birkin, aunque dirigida por Agnès Varda, aparecen Jane, Charlotte y Lou–. Posiblemente no le hizo demasiada gracia, por muy liberales que fueran todos, que su ex y su hija hicieran aquella canción dado su contenido entre el incesto y la pedofilia –con juegos de palabras que recuerdan a su tema eurovisivo de 1966 sobre piruletas sexuales para France Gall, “Les sucettes”– y toda una declaración de intenciones: “Je t’aime, je t’aime plus que tout, papapappa”, canta ella con la voz que está a punto de romperse, como la de su madre; “Tes baisers sont si doux”, canta él. Tampoco sería agradable –¿o sí?– que en 1986 Serge dirigiera un filme, “Charlotte For Ever”, en el que él y Charlotte interpretan a un padre y una hija que se llaman exactamente igual y se relacionan más o menos como en “Lemon Incest”. Aquel mismo año, Charlotte debutó con un álbum de idéntico título con todas las canciones escritas por su padre, “Charlotte For Ever”, que incluye otro dueto, “Plus doux avec moi”, que también levantó ampollas. Para rematar la faena, el disco fue editado en algunos países con el título de “Lemon Incest”. Charlotte diría años después que todo aquello fue un juego, la provocación legitimada. El hábitat Gainsbourg, tan atractivo, tan al límite; cargas explosivas contra las convenciones. 

La casa en la que vivió Serge Gainsbourg entre 1969 y 1991, siempre cubierta de grafitis.
La casa en la que vivió Serge Gainsbourg entre 1969 y 1991, siempre cubierta de grafitis.

Mucho de todo esto flota sobre las imágenes de “Jane por Charlotte” (2021), la película con la que la hija se reconcilia en parte con la madre, y al revés, después de años de dudas y distanciamientos. Ser la mujer de Gainsbourg no debía de ser fácil pese a su creatividad y dotes de seducción. Ser la hija del autor de “La javanaise” debió de ser duro. Es así, no hay vuelta de hoja, una cosa no quita la otra. Jane y Charlotte han limado asperezas a través de un filme que no es tanto un retrato de la segunda sobre la primera como una dedicatoria de la hija a la madre en un proceso de transmisión de conocimiento mutuo. El padre ausente y el marido extinguido está ahí, citado a veces, celebrado en otras, presente siempre, aunque la primera película de Charlotte como directora utiliza la figura masculina escindida para hablar de la supervivencia emocional y artística de las figuras femeninas.

El filme es emotivo sin serlo, quizá porque sabemos cosas de las que las dos protagonistas, cara a cara al desnudo, no hablan del todo frente a la cámara pese a lo que se dicen, confiesan, cuestionan y contradicen. El recorrido de la película empieza en una gira japonesa de Birkin, elegante y cariñosa como siempre ante su público, respetuosa, entrañable, consciente de lo que es y lo que ha sido, una dama de la chanson renovada, la musa de un autor masculino –¿existiría “Histoire de Melody Nelson” (1971) sin ella?–, una actriz extraordinaria cuando comenzó a romper ataduras con el pasado, y así lo entendieron Bertrand Tavernier en “Daddy Nostalgie” (1990) y, especialmente, Jacques Rivette en “El amor por tierra” (1984), “La bella mentirosa” (1991) y “El último verano” (2009).

Algo parecido podríamos decir de Charlotte, poco a poco liberada del yugo paterno –también del materno: ser hija de Jane Birkin pesa y congratula por igual–, dueña de su destino cuando coquetea con los auteurs internacionales (Éric Rochant, los Taviani, Benoît Jacquot, Alejandro González Iñárritu, Michel Gondry, Arnaud Desplechin, Michel Franco) para lanzarse a la aventura descarnada de una trilogía con Lars von Trier, la formada por “Anticristo” (2009), “Melancolía” (2011) y las dos entregas de  “Nymphomaniac” (2013), un mediometraje alucinatorio con Gaspar Noé, “Lux Aeterna” (2019), y un lúdico corto de Jim Jarmusch para Saint Laurent, “French Water” (2021), en el que es un sofisticado fantasma que se le aparece al camarero (Leo Reilly, aka LoveLeo) que sirve agua a Julianne Moore, Indya Moore y Chloë Sevigny en una recepción abstracta.

La cámara y el espejo.
La cámara y el espejo.

Y por el medio, cuando no sabemos que impregna más, si el cine o la música, discos como “Rendez-vous” (2004), de Birkin (dúos con Bryan Ferry, Françoise Hardy, Mickey 3D, Brian Molko, Caetano Veloso o Paolo Conte), e “IRM” (2009), de Gainsbourg (escrito y arreglado con Beck), a quien la versión que hizo del “Just Like A Woman” dylaniano en la banda sonora de “I’m Not There” (Todd Haynes, 2007) le cuadraba tanto como las que su madre acometió de “Harvest Moon” (Neil Young) y “Alice” (Tom Waits) en su disco “Fictions” (2006), abrazada por toda la modernidad del pop franco-británico (colaboraron Beth Gibbons, Johnny Marr, Dominique A, Rufus Wainwright, The Divine Comedy), como generalmente abrazada ha sido Marianne Faithfull, a quien tanto me recuerda vivencialmente Birkin, swinging London al margen, pese al antagónico registro vocal de ambas.

En el rostro de Jane Birkin, los surcos del tiempo son hermosos. ¿Lo serán en los de su hija Charlotte, para quien el tiempo aún no ha iniciado el lento e irreversible proceso? Verlas juntas en “Jane por Charlotte”, reconciliándose tras otros estragos, los de la incomprensión generacional mediatizada por el tercer vértice del ecosistema familiar, nos invita a pensar que así será. Son presencias indelebles en nuestro imaginario. ∎

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