Va muy bien peinada. Todo en “La excavación” (Netflix, 2021) está en el sitio que toca. Un ejemplo modélico de producto armónico. Un diez para Netflix, pues. Porque no seré yo el que alce la voz discutiendo las interpretaciones, incluso la presencia, de Carey Mulligan y Ralph Fiennes. Están muy bien y ambos quedan muy bien en encuadre; descarado. Dios me libre también de cuestionar la factura de un filme que es bonito porque sí: contraluces en el campo a lo Néstor Almendros en “Días del cielo” (Terrence Malick, 1978) y movimientos de cámara elegantes con diálogos en off para los clímax, también al estilo de Malick.
Mirada desde arriba en todo su conjunto, “La excavación” es un filme muy astuto que nos pincha todas sus agujas melodramáticas, que son muchas, como si fuéramos espectadores-acerico: acojinamos gustosos las punzadas de un personaje con enfermedad terminal irreversible, las de un señor muy sabio de pueblo despreciado por la intelligentsia académica de ciudad, las de un niño huérfano monísimo, las de un romance imposible estilo “Breve encuentro” (David Lean, 1945) y las de, en definitiva, una historia basada en hechos reales en los albores de la entrada de Reino Unido en la II Guerra Mundial (la célebre excavación arqueológica de Sutton Hoo).
Es difícil no recibir esta adaptación de Simon Stone de la novela de John Preston de 2007 de forma mullida. No hay nada en ella que moleste. Su belleza está promediada. Me puedo sentar a verla con mi madre (nada en contra de este plan; al contrario, muy a favor) y los dos quedaremos, en mayor o menor medida, satisfechos. Emotainment de consenso. Quizá un poco lamido todo, pero, va, 3 estrellas se las lleva, si me viera obligado al reduccionismo tan habitual en la crítica cinematográfica de tener que puntuar. Qué menos para un filme que no causa estropicio alguno.
Pero ahí es donde empiezan a fermentar reflexiones a posteriori, en lo que representa como película, no tanto en la película en sí. Que “La excavación” sea cine vainilla (igual que hay sexo vainilla) no es ningún problema. Que se celebre con exceso de entusiasmo esta adscripción orgullosa a la convencionalidad, sí. Porque el aprecio de esta película como “una peli de verdad” o “buen cine de sentimientos” incluye a su vez el desprecio por las bellezas cinematográficas no normativas, disruptivas o extremas. Y eso, lo busque la película voluntariamente o no, también es una verdad soterrada en “La excavación” que al final acaba saliendo a la luz. ∎