“Si no puedo bailar, esta no es mi revolución”. Personalmente (y perdonen la primera persona), siempre me ha chirriado un poco la famosa frase atribuida a Emma Goldman, muy reivindicada en los últimos años por colectivos y gente joven (y no tan joven) en las redes sociales. Quizá peco de sosería o solemnidad, pero salir a la calle movido por la indignación ante la violencia excesiva del Estado, el inicio de una guerra innecesaria o recortes en los derechos sociales y encontrarme con varias batucadas y gente bailando con una sonrisa en la cara y pasándolo bien sencillamente no me cuadra. Sin embargo, leyendo “Historia universal del after” (2019; Caja Negra, 2022), del brasileño Leo Felipe (Porto Alegre, 1973), he tenido que replantearme obligatoriamente mi postura. Felipe, hombre del renacimiento en materia cultural, animal nocturno amante de la jarana y la experimentación lisérgica o, como él mismo se define, “fiestero politizado”, centra los textos de su libro en la concepción de las fiestas como instrumento de lucha política, arma de protesta de primer orden y materialización en la batalla de los ciudadanos para recuperar un espacio público que, muy a menudo, les ha sido arrebatado por las autoridades.
Para lograr su objetivo monta un artefacto (uso esta palabra como “homenaje” a uno de los capítulos más surrealistas del libro) a medio camino entre la crónica, el diario personal y el ensayo académico, elaborado con textos de distinta naturaleza: teorías filosóficas, poesías dadaístas, cartas personales, reflexiones sobre su experiencia con la ketamina o inventarios de las conexiones entre guerrillas de cuerpos danzantes surgidos en el sur de Brasil entre los años 2012 y 2019 (año arriba, año abajo). Felipe sintió pronto la necesidad de elaborar una teoría de la fiesta desde dentro, participando activamente en ella, y siguió un método abstracto y poético: pensar y escribir como quien baila, y bailar como alguien que piensa y escribe. Hay algunos momentos de una densidad solo apta para mentes muy preparadas (como cuando habla del milenarismo o la necromodernidad) y también ciertos pasajes prácticamente ininteligibles; ahí va un ejemplo: “Para los patafísicos tales conceptos estarían desprovistos de cualquier significado transastronómico, considerando que el locus epistémico en este caso estaría ubicado en la vacuidad del espacio sideral”. Pero abundan también los hallazgos llenos de lucidez y resulta especialmente interesante el relato desde dentro de la organización, las decisiones y las discusiones eternas de los colectivos en los que ha participado. Al final quizá no sea una “historia universal”, pero sí resuena fácilmente con cualquiera que haya asistido a una rave ilegal, haya tomado drogas más allá de fines lúdicos o tenga un mínimo de interés por una política de los cuerpos (trans, negros, latinos, queers, todos) y la reapropiación del espacio común. ∎