Historia escrita del underground en España.
Historia escrita del underground en España.

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Memoria del fanzine

A colación del libro “Papeles subterráneos”, la prensa musical marginal ha vuelto al foco mediático con un efecto casi de magdalena proustiana. Aprovechamos para revisar lo que fue la subcultura fanzinera con tres especialistas en el tema.

“Papeles subterráneos. Fanzines musicales en España desde la transición hasta el siglo XXI” (Libros Walden, 2021) está siendo un pequeño fenómeno editorial –su primera edición se agotó en dos semanas– que ha recuperado para la actualidad y ha propiciado una revisión de lo que fue el movimiento fanzinero, algo a lo que también han contribuido la premiada novela “Lectura fácil”, de Cristina Morales (Anagrama, 2018) –que incluía en su interior un fanzine real completo, de título ‘Yo, también quiero ser un macho’–, los talleres de fanzines organizados por multitud de instituciones y centros culturales de todo el país o incluso películas en que esta cultura es central en su argumento, como la modesta producción “Besar el santo” (Angie de la Lama, 2020).

Libros Walden no es nueva en esto, pues ya había editado sendas antologías de dedicadas a “Stamp (1989-1992)” (2014) y “Tremolina (1999-2004)” (2018), además de “Todo era posible. Revistas underground y de contracultura en España. 1968-1983” (2020). César Prieto, coautor de “Papeles subterráneos” junto con Manuel Moreno y Abel Cuevas, vislumbró la posibilidad de hacer un recorrido similar por la historia de nuestro fanzine musical, ordenándolos por épocas y estilos, y añadiendo entrevistas a una veintena de creadores. “También queríamos reivindicar un medio que ofrece una información valiosa que no se puede encontrar en otro sitio y recordar que de ahí han salido gestores culturales, sellos discográficos, músicos, diseñadores gráficos o novelistas y periodistas de prestigio”, explica él.

Se puede decir que el fanzine fue el punk de muchos periodistas musicales. De hecho, tanto el fanzine como el punk emergieron de la mano en la Transición española (‘La liviandad del imperdible’ y Kaka de Luxe como kilómetro cero de todo en el Rastro madrileño). A los que no tocábamos ningún instrumento pero tecleábamos palabras, la cultura del fanzine también nos invitó a pensar en ideales de que cualquiera podía hacerlo. Lo único que necesitabas era tener una inquietud y hambre por contar cosas, sin la necesidad de pedir permiso a nadie ni obedecer a reglas. “Cuando leíamos y hacíamos fanzines éramos conscientes de la marginalidad de ese acto. Sabíamos que había una subversión de los medios de comunicación de masas y eso nos hacía sentir que horadábamos un poquito el sistema”, afirma la periodista Elena Cabrera, quien se inició a principios de la década de los 90 en Radio Carcoma, una emisora libre de Madrid que todavía existe. Allí se encontró con que recibía tantos fanzines que decidió catalogarlos en el imprescindible (y genialmente titulado) “Indigestión de fanzines” en 1994. “El tejido era tan impresionante y tupido que merecía la pena el esfuerzo de hacer un directorio que sirviera para que gente interesada en fanzines de una temática pudiera pedirlos por correo, aunque se hicieran en un lugar geográfico muy distante”, recuerda ella. Tanto aquella publicación como el libro “De espaldas al kiosko. Guía histórica de fanzines y otros papelujos de alcantarilla” (El Europeo y La Tripulación, 1996), escrito por Kike Babas y Kike Turrón, fueron dos de los pilares en los que se sustentó la malagueña Isabel Guerrero, también periodista y compañera en Rockdelux, cuando elaboró su trabajo de fin de carrera en torno a los fanzines musicales en España en los años 90. “El estudio pretendía analizar cómo eran estas publicaciones, su estrecha vinculación con los fans de la música, pero también con las subculturas del momento, las escenas musicales, las discográficas independientes, etcétera”, explica ella. “Con él aprendí que leyendo fanzines se apreciaba mejor lo que era una experiencia puramente individual y subjetiva de personas que formaban parte de grupos muy reducidos. Que la manera de comunicar, dentro de ese subjetivismo extremo, era lo que más molaba, y que en aquellos años, con internet en pañales –estuve liada con esto de 1997 a 1999–, los ‘zines seguían siendo más necesarios que nunca”.

El éxito de ‘Yoyo’.
El éxito de ‘Yoyo’.

El libro de Prieto, Moreno y Cuevas matiza la idea de que internet matara al fanzine (en realidad, hubo más que nunca a comienzos del milenio), pero es cierto que estos fueron perdiendo paulatinamente su capacidad de influencia ante la mayor inmediatez propiciada por los blogs y las redes sociales. Antes de eso, había secciones que hablaban de ellos en todo tipo de publicaciones –por supuesto, Rockdelux, pero también ‘Ajoblanco’ o ‘Interviú’, como bien recuerda Guerrero–, e incluso un apartado para fanzines en el kiosco de la FNAC madrileña mientras este duró, como apunta Cabrera. En los 90, de hecho, el fenómeno vivió un momento de auge inusitado en el que fanzines de apariencia casi profesional, como ‘Mondo Brutto’, ‘Disco 2000’ o ‘Yoyo’ (que llegó a vender 5000 copias en un entorno en que las tiradas raramente sobrepasaban el centenar de ejemplares) podían confundirse con revistas diseñadas a partir de cierta estética y sensibilidad fanzinera, como ‘Spiral’, ‘Zona de Obras’ o ‘Factory’, creada por Rockdelux bajo la influencia de los fanzines indie entonces en boga. La vinculación de Rockdelux con los fanzines está en su misma génesis (no en vano, tanto Juan Cervera como Santi Carrillo vivieron ese mundo de primera mano escribiendo en el fanzine creado por el primero y Juanjo Zambrano, ‘Movimiento Moderno’, en 1983), y a mediados de los 90 propició una sonada renovación en su plantilla de colaboradores al fichar a las más destacadas plumas procedentes de ‘Malsonando’, ‘Las Lágrimas de Macondo’ o ‘Kool‘Zine’.

No solo el movimiento fanzinero fue una cantera de la prensa musical profesional. Como apuntaba Prieto al principio, de ellos salieron sellos (Subterfuge, Rock Indiana o Strange Ones fueron fanzines antes que discográficas, siguiendo la misma lógica que, por ejemplo, el estadounidense Sub Pop), al igual que de ‘La Línea del Arco’ surgió Elefant, de ‘Malsonando’, Acuarela, y de ‘Ediciones Moulinsart’, Jabalina. También músicos (Hello Cuca hacían el ‘Miau!’, Alejandro Díez, de Los Flechazos y Cooper, el modzine ‘Pussycat’, Diana Aller y Borja Prieto, de Meteosat, el ‘Yoyo’…) y organizadores de festivales. Sin ir más lejos, el longevo Minifestival Pop de Barcelona surgió por iniciativa de los fanzines ‘Miracles For Sale’ y ‘Marca Acme’, mientras que el FIB nació con una estrecha vinculación con esa escena. Elena Cabrera fue también redactora jefe del ‘Fiber’, el diario gratuito que se distribuía en el festival de Benicàssim, y para el que recurrió a firmas fanzineras. Incluso su jefe de prensa, el desaparecido Ernesto González (a cuya memoria me gustaría dedicar este artículo), decidió conscientemente apostar por acreditar a fanzines con el mismo, o incluso, mejor trato que a la prensa profesional. “Para él era importantísimo porque le parecía muy honrado y currado el trabajo que hacían. Luego se los leía y se sentía orgulloso, sobre todo cuando comparaba una crónica de un fanzine con la que sacaba un periódico de tirada nacional. Teníamos muy claro que el festival debía construirse a partir de la gente apasionada por la música, y esa gente estaba en los fanzines”, asegura la periodista.

‘Malsonando’, cantera indie.
‘Malsonando’, cantera indie.

Entramos aquí en un tema inevitablemente controvertido, y un clásico. Como todo fenómeno subterráneo que alcanza notoriedad, la subcultura del fanzine acabó absorbida por el sistema. ¿Hasta qué punto fue eso positivo para el movimiento? Pese a lo que acaba de afirmar con respecto al FIB, es Elena Cabrera quien se muestra más punzante en ese sentido: “Los de nuestra generación nos hicimos profesionales y eso se vivió como una traición, porque se sintió que los fanzineros se vendían. Y los que vinieron inmediatamente después yo sentí que tenían miedo de hablar, que les faltaba ese creerse que cualquiera puede hacerlo. Les habían cogido respeto a los medios y eso me puso triste, porque había fanzineros que claramente querían hacer revistas, pero también un amplio movimiento de gente que no, que apostaba por lo sucio, por los grupos que no sonaban en la radio, por las palabras que jamás imprimiría un periódico”.

Sea como sea, el fanzine es ya un fenómeno del pasado. No me refiero solo a aquellas ediciones artesanales y pretecnológicas a base de fotocopias reducidas, pegamento de barra y cuartillas en A5 grapadas, sino también a una idea más inocente del acto comunicativo como expresión personal y un sentimiento de comunidad. “La misión informativa la recoge perfectamente internet. Muchos fanzines ahora son webs con el mismo nombre. Si acaso, lo que se perdió fue cierta función de filtro y el contacto estrecho, la relación más personal. De hecho, sigo siendo amigo de un montón de fanzineros de la época; amigo de los que hablan cada día y cuando van a su ciudad se alojan en su casa”, concluye Prieto. ∎

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