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“Pet Shop Boys, literalmente” está considerado uno de los mejores diarios de gira jamás escritos: una mirada íntima al dúo de Neil Tennant y Chris Lowe en su mayor momento de gloria. Más de tres décadas después de su publicación en inglés, Contra lo edita en castellano, y Félix Suárez aprovecha su lectura para rememorar la memorable experiencia de verlos en directo en aquella época.
1989. Según estaba leyendo la noticia en el ‘NME’ sobre el show en directo de Pet Shop Boys, no se me ocurrió otra cosa que llamar a Santi Carrillo a la redacción de Rockdelux para decirle que si se podía conseguir una acreditación para su actuación en Londres; yo lo cubría encantado para la revista. “¿Pero a ti te gustan los Pet Shop Boys?”. “Hombre, claro”. En realidad, tampoco los había escuchado tanto. Me intrigó “West End Girls” –ese bajo durante las partes rapeadas– y me encantaban los acordes que secundan las primeras frases de “What Have I Done To Deserve This?”; “It’s A Sin” me parecía demasiado barroca; un juicio tal vez influido por el videoclip de Derek Jarman, y del resto de singles que habían ido colando en la radio (comercial) en los últimos años no fui muy consciente de que eran suyos hasta oírlos sobre el escenario. Estaba claro que lo de Chris Lowe y Neil Tennant no era un producto manufacturado para agradar, como las por aquel entonces triunfales producciones de Stock, Aitken & Waterman. Lo que realmente impulsó aquel ataque de imprudencia por mi parte fue que el montaje del espectáculo estaba en manos de Derek Jarman y que, a pesar de ir ya por el tercer álbum (más otro de remezclas), apenas habían tocado en directo y no estaba muy claro que volvieran a hacerlo. Sonaba a ocasión única. Finalmente, viajé con Santi y el fotógrafo Francesc Fábregas para asistir al último concierto de la gira, el viernes 21 de julio de 1989, en el Wembley Arena. Aquello fue simplemente espectacular. Salimos convencidos de haber visto uno de los mayores espectáculos del mundo y de que Pet Shop Boys era el gran grupo pop del momento. “Ha nacido el ‘music-hall’ contemporáneo para ilustrar el pop que está por venir”, escribí entusiasmado en la revista.
32 años después, se publica en España “Pet Shop Boys, literalmente” (1990; Contra, 2021), el algo-más-que-un-libro-sobre-aquella-gira que apareció en el Reino Unido un año después y se reeditó en 2020 con un nuevo prólogo del dúo precediendo al que escribieron en su día y un nuevo posfacio del autor, Chris Heath, a continuación del epílogo que firmó originalmente.
Lo que en principio se suponía que iba a ser una colección de fotos con algo de texto acabó derivando en una obra que funciona a tres niveles hábilmente entrelazados a lo largo de sus páginas. En primer lugar está la circunstancia del propio libro. Heath ya tiene cierto ascendente sobre la pareja. Les ha entrevistado más veces de las que puede recordar, incluida su primera portada en ‘Smash Hits’ (donde había coincidido con Tennant antes del éxito del grupo). Recibe una inconcreta oferta para acompañarlos durante la gira y escribir “algo así como un libro”. Sin instrucciones demasiado claras, allá que va con su libreta, apuntando todo lo que ocurre a su alrededor, desde el ensayo general en Londres hasta la fiesta fin de gira. Por momentos parece que el manuscrito va tomando forma según se lee, ya que cada vez que saca el tema nadie parece tener mucho interés en explicarle lo que esperan de él. No lo haría tan mal cuando en el 93 repitió experiencia con “Pet Shop Boys Versus America” (todavía inédito en castellano), realizó las entrevistas y anotaciones de la serie “Further Listening” de reediciones extendidas de su discografía en 2001 y sigue coordinando el boletín de su club de fans, precisamente titulado “Literally”.
Luego estaría el diario de la gira propiamente dicho. Un periplo por Hong Kong, Tokio, Osaka, Nagoya, Birmingham, Glasgow y vuelta a Londres asistiendo a la noria de viajes, hoteles, escapadas, encuentros con la prensa, desencuentros con promotores o persecuciones de fans. Con divertida ingenuidad (“¿De verdad somos así de horribles?”), Tennant y Lowe humanizan el relato salvando de la tijera contradicciones, arrebatos de estrella y alguna crueldad. Y, finalmente, están los apartes con ambos juntos y por separado –también los hay con su mánager, Tom Watkins, al que abandonarían antes de la publicación del libro, y participantes de la puesta en escena del espectáculo, como el saxofonista Courtney Pine o el propio Derek Jarman– en los que se tratan detalles biográficos, el origen de algunas canciones y todas esas cuestiones que siempre los han rodeado: su carácter inevitablemente británico y su recurso a la ironía; el cuestionamiento de la autenticidad impostada del rock y su superioridad moral, en plena resaca Live Aid, frente a la supuesta banalidad del pop, que para Tennant es algo más que “solo música” mientras Lowe dice ser capaz de disfrutar canciones por sí mismas, sin contexto alguno; sus motivaciones para componer sobre “preocupaciones adultas” o “estar en un grupo pop sin avergonzarse”. “Creen que lo haces por dinero. Las razones son obvias. Lo haces por diversión y para expresarte”, afirma la cantante Carroll Thompson ante su aprobación.
El resultado de “Pet Shop Boys, literalmente” es tanto un fresco del momento de un grupo en pleno ascenso al estrellato como una reflexión sobre los entresijos del pop desde dentro y su industria esencialmente pusilánime (“un negocio increíblemente poco profesional, tedioso y desagradable”, en palabras de Lowe). Salvo las (demasiadas) alusiones a los hoy olvidados Bros (compartían mánager), da que pensar que, a pesar de situarse en una época preinternet, donde los fans escribían cartas a mano en lugar de pulsar corazoncitos en Instagram y los móviles eran ladrillos solo al alcance de gente privilegiada, casi todo lo que se cuenta sigue plenamente vigente. Quizá porque, en el fondo, la música pop siempre se alimentará de intangibles como son los sentimientos, las relaciones personales (las tóxicas y las satisfactorias) y ese impulso creativo que mueve a unos pocos elegidos.
Intentando explicar que con marketing y caras guapas se sentía capaz de convertir en estrella a cualquiera, Watkins acaba reconociendo que también se necesita un elemento indispensable:“Creo que básicamente es el talento”. Un año después de esta gira, Pet Shop Boys publicarían el magistral “Behaviour” (1990), zanjando todo debate sobre este punto. ∎