Frank Sinatra (1915-1998) es un epítome del héroe caído que resurge desde el fracaso, pues está convencido de que tiene que cumplir una misión. La suya era cantar. Esa estampa, por muy trillada que esté, se conserva incólume en el imaginario colectivo de los Estados Unidos de América. Tal vez no en la memoria digital de los más jóvenes, circunstancia que parece que no preocupó en demasía al periodista y escritor Pete Hamill (1935-2020), quien, como el intérprete de Hoboken en su campo, también es una figura neoyorquina.
El autor, veinte años más joven que Sinatra y cuya relación se circunscribe a la década de 1970, ilustra de manera atinada y elocuente un contexto político y social, el de la primera mitad del siglo XX. Ello le permite despejar dudas de hasta qué punto Sinatra es hijo de su tiempo, envuelto, cuando no acosado, por la expansión del puritanismo, la Ley Seca que comportó el auge de la mafia, la gran depresión económica y, después, la Segunda Guerra Mundial.
El escritor concluye que Sinatra ayudó en gran manera a cambiar la imagen que de los norteamericanos de origen italiano tenían millones de conciudadanos. Así fue como “creó un nuevo modelo para la masculinidad estadounidense”. El ensayista añade que “tenía una sonrisa maravillosa. La voz, desde luego, era de barítono de tabaco y whisky”. Un día cualquiera de 1998, en un aeropuerto de camino a casa, Hamill leyó en una pantalla que su antiguo amigo había fallecido. Ese mismo año se publicó “Why Frank Sinatra Matters”.
Con motivo del vigesimoquinto aniversario de la muerte de Sinatra, la editorial barcelonesa Libros del Kultrum recupera la primera traducción al castellano de la obra de Hamill, a cargo de Jorge F. Hernández, publicada en México en 2009 bajo el título “La voz. Por qué importa Sinatra”, con una nueva introducción del autor, datada en 2015, para la edición del centenario del nacimiento del músico.
El cantante era un ave nocturna. Trasnochaba de manera habitual. En esas horas de duermevela, en un bar, en un coche dando vueltas, Sinatra relata que solo había conocido un tipo de mujer, cuyo modelo era su madre, que igual le pegaba como acto seguido lo estrechaba contra ella. Pero aun así se sentía solo. Su madre invertía muchas horas en otros menesteres. Sinatra supo diagnosticar esas ausencias. Con los años, el vocalista admitió que era incapaz de permanecer solo en una habitación. Toda su lírica gira alrededor de la soledad.
“In The Wee Small Hours” (1955), que hace referencia a la madrugada y la soledad, es uno de sus mayores éxitos para Capitol Records, que, además, disponía de estudios de grabación. Es ahí donde Sinatra encontró su verdadero hogar. Vivía para la música. Hollywood era una simple distracción. Trabajar junto al célebre compositor, arreglista y director de orquesta Nelson Riddle le cambió la vida. “Songs For Young Lovers” (1954) fue su primer álbum conjunto. Una interesante miniserie documental, “Sinatra. Todo o nada” (Alex Gibney, 2015), ilustra esta etapa.
En lo personal las cosas no funcionaban como deseaba con Nancy Barbato, el amor de su vida y la madre de sus tres hijos, Nancy, Frank Jr. y Tina. Con los años, desempeñó el papel de la mujer que queda a la espera, mientras Sinatra hacía su vida. El incipiente e inmenso club de fans, compuesto en su mayoría por jovencitas, corría el serio riesgo de desaparecer.
El pop de los años sesenta tiene un antecedente claro en Sinatra. Bing Crosby era la figura paterna, Sinatra era el tipo revoltoso aunque nunca fue un transgresor como Elvis Presley. En 1940, llegó a lo más alto de las listas de ‘Billboard’ junto a la orquesta de Tommy Dorsey con la canción “I’ll Never Smile Again”. Después llegarían once premios Grammy.
El cantante sabía dónde podía encontrar talento, en autores y compositores como Jerome Kern, George e Ira Gershwin, Rodgers y Hart, Cole Porter, Johnny Mercer y Harold Arlen, entre otros. Entre tanto talento, Sinatra se realimentó de belleza. Su relato lírico ganó solidez sin perder maleabilidad. “Por no ser un cantante de jazz, pues su mayor influencia fue la música swing, se adaptaba mejor que otros intérpretes”, acota Pete Hamill. Frank Sinatra siempre aseguró que su instrumento no era la voz, sino el micrófono, así conseguía expandir su rango vocal. “Habitaba en las canciones, como si fuese un actor”, remata el autor. Será por ello que B.B. King declaró en alguna ocasión que su cantante preferido era Frank Sinatra. Hasta que el último fan no agote la última copia no rayada de un álbum del cantante, la soledad tendrá esperanza. ∎