Hace tiempo que circula por las redes un impagable fragmento de vídeo de una entrevista de Peter Bogdanovich a John Ford en la que el cineasta veterano parece trolear al joven entrevistador con sus respuestas. Más allá de la gracia viral de la secuencia, el clip pone de manifiesto el abismo generacional entre el Hollywood clásico y el Nuevo Hollywood en lo que a autoconciencia de la autoría cinematográfica se refiere. Pero también deja claro el vínculo de admiración y profundo conocimiento con que Bogdanovich se aproximó a la figura de John Ford, de la misma forma que hizo con las de Howard Hawks y, sobre todo, Orson Welles.
Peter Bogdanovich perteneció a la primera hornada de cineastas que, a finales de los 60 y principios de los 70, debutaron en el cine estadounidense desde una formación más cinéfila que práctica, marcados por la política de los autores de ‘Cahiers du Cinéma’. Los jóvenes airados del Nuevo Hollywood querían subvertir la industria desde dentro y lo hacían desde un orgullo autoral del que habían carecido sus antecesores. Como Jean-Luc Godard o François Truffaut, Bogdanovich también fue crítico antes que cineasta, y convirtió su práctica cinematográfica en otra forma de reivindicar su canon cinéfilo. Pero, mientras colegas como Martin Scorsese, Brian De Palma o Paul Schrader homenajeaban a cineastas europeos y asiáticos, él se convirtió en el gran valedor del Hollywood clásico, tanto en su vertiente como ensayista como en su faceta como director.
Como otros coetáneos, Bogdanovich se adentró en el oficio de la mano de Roger Corman (añadiendo escenas para el mercado americano a precarias producciones de género soviéticas que adquiría este), y debutó en 1968 como director con “Targets” (en España, “El héroe anda suelto”), una reflexión metacinematográfica sobre las mutaciones del terror dentro y fuera de la pantalla. Aunque fue su siguiente obra, “La última película” (1971), la que le granjeó un culto instantáneo. Menos bruta, más estilizada que su ópera prima, Bogdanovich demostró con este título su capacidad para convertir el cine en un territorio emocional donde destilaba la profunda melancolía por la pérdida de la inocencia y de toda una forma de concebir América. Su adoración por la era clásica lo condujo a actualizar géneros e imaginarios de esa época en títulos como “¿Qué me pasa, doctor?” (1972), que remeda los modos de la screwball y, en su mejor segmento (la persecución enloquecida por las calles de San Francisco), recoge la energía cinética y la subversión de las leyes físicas del slapstick. No por casualidad la última película de Bogdanovich, “El gran Buster” (2018), fue un homenaje documental al genio de Buster Keaton. También forman parte de esta etapa la magistral “Luna de papel” (1973) y “Nickelodeon” (1976) –en España, “Así empezó Hollywood”–, homenaje a los pioneros del cine. Firma igualmente títulos menos logrados como “Una señorita rebelde” (1974) al servicio de su actriz fetiche de la época, Cybill Shepherd.
“Targets. El héroe anda suelto” (1968)
En su ópera prima, impactante como pocas, Bogdanovich anticipa la desazón nihilista que empapará la década de los 70, al tiempo que inaugura la era del serial killer moderno prefigurada por “Psicosis” (Alfred Hitchcock, 1960). Su protagonista es hijo del horror del Vietnam y del estilo de vida suburbial que ha arrasado con esa América de toda la vida que el director llorará en “La última película”. Aquí los cines de pueblo y de barrio ya han dado paso a los drive-in, y los monstruos de la vida real resultan más terroríficos que los de la gran pantalla.
“Luna de papel” (1973)
En la más conseguida de sus películas “de época”, Bogdanovich trasplanta las dinámicas de pareja de la screwball comedy a la relación paterno-filial que desarrollan un pícaro y una menor que probablemente sea su hija (Tatum O’Neal subvirtiendo los roles de niña en el cine de Hollywood) en ruta por los Estados Unidos de la Gran Depresión. Una incursión en la “Americana” cinematográfica desde la perspectiva de los desamparados y supervivientes, con una espléndida fotografía en blanco y negro de la mano de László Kovács que se convierte en un homenaje al cine de Orson Welles.
“Máscara” (1985)
Bogdanovich ya se había acercado a la subcultura motera en sus primeras colaboraciones en la serie Z de Roger Corman. En este inesperado drama con joven “diferente” en el centro, un grupo de Ángeles del Infierno se convierten en la familia alternativa del protagonista, que sufre displasia craneodiafisaria. El director lleva a cabo una reivindicación en presente de la América popular y menos hegemónica y, a la vez, sirve a Cher, la madre vital y luchadora, su mejor papel en el cine. En la banda sonora de la primera versión comercializada suena Bob Seger, pero en el director's cut la música es, como deseaba Bogdanovich, de Bruce Springsteen.
“¡Qué ruina de función!” (1992)
El culto a la comedia disparatada en la carrera del estadounidense llega a su culmen con la adaptación de “Noises Off” (1982), la muy popular farsa teatral de Michael Frayn. Como Alain Resnais en varias de sus últimas películas, Bogdanovich sublima el vodevil al tiempo que pone en evidencia la complejidad endiablada y plenamente moderna de sus estructuras y de sus tempos internos. El ejercicio metanarrativo y la pura risa desternillante se dan la mano en un filme maravilloso que, como tantos otros del director, fracasó en taquilla. ∎