Por lo pronto, otra serie sobre un cocinero no se antojaba apetecible, dado el tono azucarado y los barnices recurrentes en las filmaciones gastronómicas, pero enseguida se ve que “The Bear” (2022-) es distinta, un animal vivo que conoce los instantes exultantes, de radical apertura pulsional y mental, que propicia la cocina sublime. De tanto en tanto, aparece una de esas ficciones en las que se percibe una incumbencia personal profunda: que su autor seguramente la llevaba dentro desde hacía tiempo, que la ha trabajado en su interior y que, en el proceso, la ha limpiado de clichés hasta filmarla liberada y con el impulso que conceden la convicción, la pasión, el rigor en los detalles.
Carmy (Jeremy Allen White) es un chef de alta cocina que, tras el suicidio de su hermano, regresa a Chicago para hacerse cargo de su caótico, popular y ruinoso restaurante de sándwiches de carne. La serie –ocho capítulos breves, pero que pueden verse como un conjunto compacto y graduado de cuatro horas en total– describe con atención la mecánica laboral y áspera del trabajo en el restaurante –de las facturas a la plomería– mientras va trazando la historia emocional de una herencia, una filiación traumática, un duelo. Lo valioso es que, ante este proceso y tal como sucede en la vida, jamás se percibe que Carmy tenga el control psicológico de sus motivaciones ni un conocimiento anticipado de sus acciones, ni que sea presa del relato literario o un títere para que los guionistas hagan avanzar la trama.
Con un estilo cuyo principal referente estilístico es “Diamantes en bruto” (Benny y Joshua Safdie, 2019), es decir, una mezcla de detallismo realista y atmósfera de bulevar, de naturalismo y obsesión mental, el arranque febril nos sitúa en el ambiente y temporalidad agobiantes del trabajo en un restaurante, pero la ficción empieza a ganar la partida con los contrastes rítmicos: pausas provisorias que nos acercan a las dudas y pensamientos que atraviesan a los personajes, su intimidad.
Esta es una historia sobre unos bastidores, sobre la representación y la convivencia en un espacio angosto, en la que el trabajo se mezcla conflictivamente con la adicción y la pasión, y en la que los cocineros se zambullen en ese ritmo laboral apremiante, que parece extenuarlos y desproveerlos de vida privada. La coralidad del trabajo en la cocina propicia variados y hermosos contrapuntos, en particular entre la joven Sidney (Ayo Edebiri), sensible cocinera que empieza a abrirse camino, aún llena de ensoñaciones y con una necesidad continua de comunicación, y Carmy, con su carácter esquivo y siempre dominado por un autocontrol forzado, que le va presionando hasta quebrarlo; es el inicio de una transmisión.
En una escena, Carmy confiesa que en alguna ocasión le vino a la cabeza dejar crecer un incendio accidental en los fogones para que arda el restaurante en que trabajaba. En ese espacio mental, entre la creación y la destrucción, se mueve “The Bear”. Una coreografía compuesta entre lo turbulento –diálogos cortantes, frases afiladas según esa velocidad que no deja tiempo para maquillar el pensamiento– y el dolor enterrado en cada mundo interior.
Todo esto podría haberse materializado de forma solemne, pero “The Bear” –que encara de frente el placer sensorial y el virtuosismo– es también divertida, espontánea, ágil, punzante y, de forma creciente, emocionante. Christopher Storer, que ha trabajado con numerosos cómicos (Bo Burnham, Hasan Minhaj, Chris Rock, Ramy Youssef), sitúa a los actores en el centro y se deja guiar por su energía y en particular por la de James Allen White, quien, con sus miradas fijas y posturas encorvadas, posee una rara y magnífica animalidad actoral que preserva el instinto y la contención técnica; ofrece una interpretación gestual seca y, a la vez, porosa y desprotegida. Un cuerpo que expresa la dificultad de lidiar con el gran talento específico cuando desborda las posibilidades reales y concretas de manifestarlo o cuando exige una fortaleza constante y arrebatada, para no despilfarrarlo. Es una lucha que vale siempre la pena ver y seguir, pues a veces, de forma inesperada, los sentidos alcanzan la visión eufórica, la armonía entre las partes: es el caso excepcional de “The Bear”. ∎