Existen artistas que poseen una carrera forjada con los años que alcanzan la excelencia paso a paso, como si nada. El francés Albin de la Simone es uno de ellos. Desde “L’un de nous” (2017), sus discos son sobresalientes. Su anterior trabajo, “Happy End” (2021), se adentraba en el terreno instrumental magistralmente y ofrecía postales sonoras mágicas, conectando con nuestro país a través de “Extremadura” e incluyendo el boceto musical “Merveille”, al que en “Les cents prochaines années” dota de letra. De la Simone reinventa la chanson clásica, de Charles Trenet a Charles Aznavour, pasando por Gilbert Bécaud o hasta Alain Bashung, entre otros, para impregnarla de su personalidad: un timbre de voz particular, con un punto cercano, familiar, sin grandes demostraciones ni peripecias vocales pero dotado de una textura sedosa. Sus músicas son deliciosas, su sentido del arreglo es sublime y sus letras vitalistas remiten a nosotros mismos, nos transmiten luminosidad e impulso.
La canción que da título al álbum avanzaba un disco que presagiaba algo grande. Un tratado de chanson pop con unos arreglos impecables, finos, delicados, de gran alcance. Y todo eso con una coherencia conceptual, con una estructura bien marcada que logra una hermosa factura. Albin de la Simone representa la clase, sin querer pavonearse de ello, la gran canción, la reflexión personal sobre la vida y su devenir. Sus canciones son bonitas gemas que brillan e iluminan el camino en un mundo a veces demasiado gris. Sus letras tienen la capacidad de elogiar la amistad, de ensalzar el amor, de hacer frente a la muerte, de resarcirse del abandono, del desamor, de las precariedades y de los sinsabores de la vida bohemia.
Estas once canciones poseen una ternura arrebatadora: confesiones íntimas que nos acercan a ese pensar en soledad, a ese saborear la compañía querida, a anhelar los momentos de brillo y pequeña plenitud. Transmiten algo de madurez y de serenidad, como en “Petit petit moi”, aderezada por unos vientos que elevan la magia de la confesión. “Avenir” arranca con un ukelele y construye una base de cuerdas –bajo, guitarra– que nos acaricia en la escucha y nos sitúa en la incertidumbre del porvenir: “Qué será mejor / qué será peor”. En “À jamais” nos sumergimos en una balada que nos mece ligeros como una balsa en un mar calmado, a pesar de cierta melancolía subyacente. “Pour être belle” acentúa la belleza musical con esos teclados libres, muy Debussy, o los punteos de guitarra, al tiempo que su letra subraya la necesidad de no sufrir por el físico. En “J’embrasse plus” hay nostalgia de la primavera en apogeo amoroso, los arreglos remarcan la pulsión y el teclado incorpora un punto existencial etéreo. “Pars” representa con dulzura musical una estampa tan peliaguda como que alguien te deje. “Ta mère et moi” habla de quedarse, de resistir. “Mireille 1972” nos transporta a los momentos de resistencia interior y tiene algo de pequeño himno frente a la tristeza. “Lui dire” cierra con aires de ensueño un álbum plagado de brillo y cuenta con la colaboración del brasileño Rodrigo Amarante, que recuerda a João Gilberto o a Henri Salvador. El rastro que nos dejan estas canciones es de una levedad flotante, conducidas por una voz sutil y amable y elaboradas por este experto en fabricar composiciones con sustancia. Un oasis musical que elogia la calma, la lentitud, asentarse, digerir los contratiempos y degustar la vida en toda su amplitud. ∎