Álbum

Alice Glass

PREY//IVEating Glass, 2022

“Aún me estoy recuperando”. Así remataba Alice Glass el comunicado de mil palabras que escribió en 2017 para denunciar los años de abuso emocional, físico y sexual a los que fue sometida por la que fuera su pareja, Ethan Kath, la otra mitad de Crystal Castles. Posteriormente, Kath la demandó por difamación, aunque el caso fue desestimado. Pareciera como si, un lustro después de todo ese despreciable incidente, la última palabra del affaire ya hubiese sido pronunciada. Sin embargo, por fin llega el álbum de debut de la canadiense, y es una carta de venganza desde el título mismo (toda una provocación que, con su numeración romana, parece querer reapropiarse de la música que creó en la seminal banda electro-punk y que su compañero tuvo la osadía de continuar sin ella).

El trauma y el difícil camino hacia la recuperación son el motor de un disco que Alice Glass ha creado junto con Jupiter Keyes (ex-Health), como ya hizo con el EP de debut epónimo que lanzó en 2017 poco después de aquel comunicado. Musicalmente, es todo lo que podría esperarse de esta dupla, es decir, pop electrónico con beats extremos, glitches y sintetizadores de grandeza catedralicia. Elementos, todos ellos, presentes en la música de Crystal Castles, pero aquí la diferencia está en un enfoque más pop, en una clara voluntad de devolver a la superficie la eternamente sepultada voz de Glass y, por supuesto, en unas letras que recorren las diferentes fases de cualquier experiencia traumática: de la rabia a la esperanza, del odio hacia una misma al empoderamiento más visceral.

Hay mucha tela que cortar en un disco en el que, pese a su corta duración, pasan muchas cosas (y, sobre todo, se dicen muchas cosas, y no precisamente bonitas). No hay mayor evidencia de que Alice Glass quiere con este disco dar la vuelta a la dinámica de víctima-victimario que en “THE HUNTED”, un vibrante alegato de empoderamiento en el que la canadiense advierte que “el cazador ha sido cazado” mientras sonríe al verlo sufrir. La rabia y la desesperanza afloran en el himno body horror “SUFFER AND SWALLOW”, donde amenaza con cortarle la lengua a su agresor y “llevar puestos sus dedos”.

También quiere Glass ser una chica “como todas las demás” en la nana siniestra “EVERYBODY ELSE”, donde proclama que “quiere borrar todo lo que odia de sí misma”. Es un número pop que sería un éxito en un mundo imaginado por Tim Burton. Y aún más voluntad radiofónica hay en el potencial hit “BABY TEETH”, lo más bailable que la canadiense ha facturado hasta la fecha y profundamente cruda en sus alusiones a las autolesiones y en su voluntad de abrazar la desesperanza. Hay espacio, eso sí, para un resquicio de esperanza en ese “ya no te necesito”. Un poco esa es la dinámica de “PREY//IV”, que va de extremo a extremo emulando la experiencia del estrés postraumático, en la que nada es blanco o negro. Cinco años después de aquel comunicado, aún sigue recuperándose, pero de momento ya ha tomado el control de la narrativa. Dadas las circunstancias, ya es mucho. ∎

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