Amancio Prada empezó a idear su interpretación del “Cántico espiritual” en 1971 mientras cursaba estudios en La Sorbona. Justo al año siguiente estrenó una versión primeriza de quince minutos para voz, guitarra y violonchelo. Fue en el Teatro de la Gaîté-Montparnasse, a escasos metros del cementerio parisino de nombre oracular y resonancias órficas donde descansan Baudelaire, Beckett, Cortázar, Duras, Durkheim, Gainsbourg o Sartre. Recorrer sus sonoras cuadrículas es una experiencia inolvidable, como lo es dar por primera vez con esta adaptación musical del poema –poesía y música fueron en su día inseparables– de Juan de Yepes Álvarez, natural de Fontiveros, provincia de Ávila, Padre de la Iglesia, monje canonizado y cofundador de la Orden de los Carmelitos Descalzos, más conocido como San Juan de la Cruz, máximo representante de la literatura mística española. La máxima es Santa Teresa de Jesús.
Camaina, sello discográfico, oficina de representación y gestora de los derechos de Amancio Prada, presentó la primavera pasada esta edición facsímil del primer LP del “Cántico espiritual”, también conocido como “Cántico azul” por su austero –y setentero– diseño gráfico a cargo de José Luis Hontoria y José Manuel Contreras. La actual reedición –ha habido otras anteriores– llega en coqueto libro-CD incorporando el texto completo del cántico –tan “facsímil” que conserva los infinitesimales errores tipográficos originales–, el prólogo escrito por su autor y un escueto párrafo introductorio firmado por el cantante de Dehesas de El Bierzo fotografiado en 1976 con cartujo ademán por Pablo Solozábal Serrano. A todo ello se añade un conocido texto de María Zambrano, así como la traducción de una carta de agradecimiento remitida a Prada por el hispanista maltés Gerald Brenan que servirá de fina reseña a cualquiera que la lea.
El joven Prada quiso ejecutar con su cuarto álbum, publicado en 1977, un doble salto mortal sin red: traducir musicalmente la expresión inteligible, léase escrita, de la ininteligible unión espiritual del alma humana con Dios que plantea la literatura mística. No hay lenguaje más idóneo para dar cuenta de lo indecible que el arte musical, de ahí el mérito secular de San Juan de la Cruz, pero es justo admitir que, es este caso, el reto quedaba multiplicado por dos. Esta segunda versión del cántico, remasterizada en 2021, fue grabada en directo con Jesús Corvino al violín, Eduardo Gattinoni al violonchelo y Prada a la guitarra acústica. Su joven voz –aún no había cumplido los 30 años– le permitía culminar picos expresivos hoy casi inexpugnables –“¡Ay, quién podrá sanarme” y “Vuélvete paloma” serían dos buenos ejemplos de ello–, a fin de mostrar sin ahorro el camino de amor del cántico –añoranza, búsqueda y entrega– entre la esposa –alma “perdidiza”– y el amado –lo obscuro–. La respuesta a cómo se consigue tal cosa constituye el mismo enigma del arte, igual de misterioso que este hermoso poema escrito en cautiverio. Azorín se explica así: “Todo depurado, acendrado; las palabras puras, sin color, sin riquezas; todo translúcido, diáfano, agua destilada; milagro de una prosa de pristinidad insuperable”.
Amancio Prada consigue trazar un paisaje estético rebosante de emoción y de sentido partiendo de un material lírico inagotable, pero dejamos las cuestiones musicológicas y métricas en manos más expertas. Solo diremos que, si mística es unión, esto mismo transmiten precisamente las nueve piezas en las que se reúnen las cuarenta estrofas del poema, cuyos subtítulos compositivos inventados por el leonés se descartan en la presente reedición. Música de cámara torrencial de apenas media hora y florido ascetismo escrita en el siglo XX en nuclear fusión con las razones ocultas de San Juan de la Cruz del XVI, quien emplea un lenguaje llano, el de la poesía amorosa profana –la lira anacreóntica que canta los placeres de la carne–, a fin de transmitir un sentimiento místico rebosante de erotismo y sensualidad, si se quiere, trascendiendo lo meramente religioso, pero espiritualmente elevado, animista en su recurso simbólico a la naturaleza –“madre violada” sería una referencia casi contemporánea a la misma–. La iluminación verdadera quizá solo dura un instante. Amancio Prada consiguió atraparla en la prosaica era de la reproductibilidad técnica –que diría otro heterodoxo como Walter Benjamin–, otorgándonos el poder de reiniciar a nuestro libre antojo el nemoroso sendero que dibuja un “Cántico espiritual” inseparable ya de estos modernos sones y armonías. ∎