Acertada unión de dos dúos que se han prodigado por separado con éxito. El formado por el korista malí Ballaké Sissoko –que igual se marca duetos con Toumani Diabaté que colabora con Jordi Savall– y el chelista francés Vincent Segal –adalid del pop excéntrico con el dúo Bumcello y solicitado sideman– se ha hecho célebre por crear una original música de cámara, con elementos europeos y africanos, plasmada en los celebrados discos “Chamber Music” (2009) y “Musique de nuit” (2015). Por su parte, el francés Émile Parisien se ha convertido con sus saxos alto y soprano en un adalid del jazz europeo, sin renunciar a incorporar a su lenguaje la tradición del folclore y el rigor de la música clásica contemporánea. Lo ha demostrado en numerosos discos, algunos de ellos a dúo con su paisano Vincent Peirani –acordeonista, arreglista y compositor que aplica su formación clásica a un aliento jazzístico que lo ha llevado a tocar con la crème de la crème del jazz francés, desde Michel Portal a Louis Sclavis, pasando por Daniel Humair o Renaud Garcia Fons–, como “Belle Époque” (2014) o “Abrazo” (2020), ambos publicados por ACT.
La portada del debut del cuarteto, una acuarela de tintes impresionistas que es como una especie de “Déjeuner sur l’herbe” sin desnudos y musical, representa a la perfección el contenido del disco; un sonido que parte del jazz para captar la esencia de varias músicas del mundo en un florido diálogo a cuatro voces instrumentales que se convierte en seductiva música de cámara contemporánea, aunando el espíritu de Don Cherry con el de la Penguin Cafe Orchestra, el Anouar Brahem de “Le pas du chat noir” (2002) con la cumbia, tal como demuestra el logradísimo single “Esperanza”, una adictiva y bailable versión de un tema del acordeonista Marc Perrone. Otro rotundo cover es “Orient Express”, preservando la melodía del original de Joe Zawinul pero prescindiendo de cualquier elemento electrificado y haciendo énfasis en el mood oriental, a lo klezmer arábigo, gracias al magnífico trabajo del chelo y el saxo soprano.
Las piezas que lo abren y cierran, “Ta Nyé” y “Banja”, son dos viejas melodías del repertorio mandinga de la kora a las que se desviste de su africanidad para dotarlas de un sentido minimalista y melancólico que ciertamente retrotrae a las fragancias que se inventaron Simon Jeffes y sus acólitos, además de insuflar un halo jazzístico cortesía del saxo y sin renunciar a las cascadas cristalinas del arpa de Sissoko, encargadas de llevar la melodía a sus orígenes. El tema que da título al álbum, “La chanson des égarés” –“égaré” significa “perdido, extraviado o descarriado”–, refleja a la perfección un bucolismo campestre lleno de languidez y parsimonia, en una pulsión somnolienta dirigida por saxo y acordeón en diálogo con la kora.
En “Izao” ciertamente el saxo soprano le da un aire armenio, en tanto que las alargadas notas del acordeón son como el ancla de fondo y a la vez el pulso sobre el que cabriolea la kora, antes que los silencios contribuyan a resaltar una segunda parte que se acelera con exultante frenesí. Por su parte, el faraónico título de “Amenhotep”, con el chelo en modo pizzicato a la manera de contrabajo y los tonos agudos de un acordeón que parece una concertina, es como una meditación a la que el aporte del viento le insufla una gran calidez. Partiendo de esta tonalidad, “Dou”, introducida y sostenida por la kora, evoluciona en un vaivén en el que sobresale la preciosista y aérea melodía que dibuja el saxo mientras el acordeón lo dobla y se desmelena aportando el aire de una musette.
La misteriosa y ensoñadora “Nomad’s Sky” vuelve a mostrar una fragancia oriental, con el chelo de nuevo en modo de contrabajo, un acordeón a lo nocturno y el saxo soprano paseando por el mercado persa. Y el guiño a Bumcello que supone la breve “Time Bum” preserva el swing del original, aunque mutando groove por brisa jazzística en un sonido tan inclasificable como adictivo. Es una magia colectiva que, haciendo otro símil pictórico, permite catalogarlo de jardín de las delicias musical. ∎