Bienaventurados los visionarios porque ellos poseen la llave de un mundo nuevo. Bienaventurados los locos porque tienen el poder de ayudarnos a abrir los ojos del espíritu. ¿Alguien duda de que el de “visionario” es probablemente el calificativo que mejor se ajusta a un artista como Ben LaMar Gay? Su anterior y primer trabajo, “Downtonwn Castles Can Never Block The Sun” (2018), era un fantástico puzzle construido a partir de años de composiciones inéditas en el que quedaba claro que Gay era un guía seguro para adentrarnos en terrenos ignotos. Decir simplemente que en su música se mezclan sin reparos sonoridades brasileras, spoken word, samples y loops de toda procedencia, electrónica marciana, soul crepuscular, cantos tribales, raga y canciones de cuna, todo ello sobre una corriente subterránea de jazz avant-garde, es quedarse corto. “Open Arms To Open Us” va más allá de la suma de sus ingredientes y del ensamblaje de sus diferentes partes. No por casualidad este trabajo aparece también dentro del exquisito catálogo de International Anthem, sello de Chicago que se ha posicionado como uno de los referentes más brillantes de las actuales vanguardias musicales asociadas al nuevo jazz.
Se trata de música conceptual, pero capaz de emocionar a cada paso, de embrujar a cada nota. Su autor explica que la génesis de su obra está en los recuerdos que guarda de sus estancias en la granja de su tía Lola, donde tuvo los primeros vislumbres de la primera ley de la termodinámica, que dice que la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma y se transfiere continuamente. De ahí que para él, las cadencias, los ritmos y los sones actúen como una especie de secuencia de ADN temporal que mantiene vivos los recuerdos y las vivencias, un loop vital que transmite la información a través del tiempo y posibilita la pervivencia de la memoria por medio del sonido. La improvisación actúa como llave para acceder a ese código y permite al artista componer un mapa sonoro a través de una paleta de colores personal e intransferible.
Desde ese punto de vista tan particular, este nativo del Southside de Chicago que ha vivido temporalmente en Brasil compone, canta, recita y toca diversos tipos de teclados y otros instrumentos, e interactúa con un puñado de cómplices entre los que encontramos a la chelista Tomeka Reid, la multidisciplinaria artista ruandesa Dorothée Munyaneza, el percusionista Tommaso Moretti y la poeta Alyssa Hyde Martinez, además de otros músicos que aportan voces e instrumentos de viento.
El resultado es siempre insospechado, fresco y revulsivo, un paisaje nuevo y sorprendente que se revela a cada recodo del camino. Ben LaMar Gay ha dinamitado las fronteras estilísticas y ha compuesto un lienzo evocador y sugerente que nos interpela sobre nuestra propia visión de la vida. Ha vuelto a hacerlo. ∎