A estos chicos les gusta el dulce. Su nombre despacha la misma paradójica melosidad que el título de su nuevo álbum, así como la imagen de su frontgirl Izzy Phillips, capaz de mutar de la ternura al descaro más psicótico con solo un gesto facial. Ese pop azucarado es el que los ha llevado a ser comparados con Lana Del Rey y Lush en varias ocasiones, pero Black Honey han demostrado tener un carácter propio que se confirma con este recién estrenado álbum.
Pero antes de entrar en “A Fistful Of Peaches”, con esa portada donde la falsedad de la belleza queda encarnada por el idílico fondo alaskeño de vinilo arropando un mobiliario cutre de los cincuenta, recordemos que su anterior trabajo, “Written & Directed” (2021), tuvo una acogida dispar, encontrando amantes y detractores a partes iguales. Un debate construido en torno a su nuevo pop más industrial, pero con mucha marca de fábrica. Por ejemplo “Run For Cover”, una canción plagada de ganchos arrogantes cayendo en un pop punk de alta tecnología, hacía de animado contrapunto a la bellamente diseñada “Back Of The Bar”, que mostraba la multifacética voz de Phillips, logrando un retrogusto agridulce que no se dejaba arrastrar por la melancolía.
Hablando ahora de videoclips, pues la banda se vanagloria mucho de ellos, la estética de “Summer ’92”, un himno instantáneo del anterior álbum, viene a inspirar la fórmula visual de la portada de “A Fistful Of Peaches”. Y, como curiosidad, en su álbum de debut, “Black Honey” (2018), uno de los videoclips que más llamó la atención fue el de “I Only Hurt The Ones I Love”, que muchos creyeron que había sido rodado en las planicies californianas cuando –si uno es aficionado al wéstern, se daba rápidamente cuenta– el escenario era el siempre cinematográfico secarral almeriense que tanto spaghetti ha visto desfilar por él. ¡Andalucía para todos!
En fin, que me voy por los cerros de Úbeda, aunque en Úbeda no haya cerros: “A Fistful Of Peaches”. Con esta nueva entrega Black Honey no han dado un volantazo, ni se les ha aparecido la virgen del indie pop experimental, ni han caído en la secta del sample que a tantos ha captado últimamente. A decir verdad, han seguido una línea sincera y coherente con su anterior trabajo. No dejándose arrastrar por las arenas de la adaptación perpetua, se han mantenido fieles a lo que los catapultó a las orejas del gran público hace un lustro, aunque con notables mejoras en calidad de producción y limpieza de sonido.
Si ya en su primer álbum iban advirtiendo de su estilo con la canción “Teenager”, en este último se sigue oliendo el espíritu adolescente. Con ramalazos a la emocionada-despechada-vivaz-incoherente y, en definitiva, algo pueril lírica de Hayley Williams (Paramore), Black Honey sigue siendo la clase de banda que Queens Of The Stone Age elegiría como telonera (algo que, efectivamente, sucedió tras su debut). Temas como “Out Of My Mind” dan fe de esa elegancia enérgica y meliflua (nunca mejor dicho) a mi entender tan habitual en ciertas bandas de britpop. Lo mismo ocurre con otras canciones, como “Heavy”, que gusta de unos riff considerablemente adictivos y que demuestran que el trabajo de Chris Ostler, el guitarrista, está en luminosa armonía con el estilo vocal de Phillips. ¿Y qué decir de “Nobody Knows”? Desde mi punto de vista, la más íntima de las canciones del disco, elevada sobre una nube ambiental densa que, lejos de hacerla incómoda, ejerce de contrapeso para la ligereza de la voz y la rítmica.
Desafortunadamente, poco más se puede extraer, pues con los estilos de estas tres canciones hemos recorrido, grosso modo, todos los contornos del álbum que encuentran en una u otra canción un reflejo de las ya citadas.
Black Honey no han revolucionado el gallinero con este álbum. No es la clase de material que te va a hacer caer de culo preguntándote qué Dios ha iluminado a estos ángeles para alumbrar semejante milagro (pocos hay así). Ahora bien, sí es cierto que es un disco bien redondeado, honesto en su genética musical, por el que merece la pena descolgarse a la expectativa de seleccionar el material favorito y añadirlo a la setlist personal. Dulce voz de teenager con la que desmelenarse o con la que, clavada la mirada en el techo, uno se pone a revisar su vida. ∎