Álbum

Bonbon Vodou

Cimetière CréoleHeavenly Sweetness, 2021

El segundo álbum de Bonbon Vodou, dúo integrado por Oriane Lacaille y JereM Boucris, es una celebración de la vida a través de la muerte. El título hace referencia al cementerio marino de la bahía de Saint-Paul, en la isla Reunión, frente al océano índico, donde las tumbas, en vez de estelas, lucen recubiertas de flores. Y es que esta pareja sentimental y artística, cantando en francés y en criollo, hacen una original, adictiva y floreada síntesis entre chanson, sega y maloya, los estilos populares del archipiélago de las Mascareñas, situado al este de Madagascar.

JereM Boucris es un músico mestizo, francés de padre tunecino, y Oriane Lacaille es hija del insigne acordeonista reunionés René Lacaille, en cuyo grupo se inició a los 13 años. Desde entonces ha desarrollado una prolífica carrera con un universo de inspiraciones africanas, indias, malgaches y europeas; no en vano ha vivido siempre en Francia. Cantante, percusionista, compositora e intérprete, ha colaborado, entre otros, con Bob Brozman o Brigitte Fontaine, además de crear los grupos Titi Zaro, La Tribu des Femmes o un nuevo trío con el que está previsto que debute el próximo año, de la mano de Piers Faccini. La química con este cantautor angloitaliano –que le ha llevado a compartir una emotiva versión de “Caloubadia”, del insigne poeta y cantante reunionés Alain Peters– se hace evidente en “Si rogré”, balada-diálogo con un ancestro esclavo, cuyo sonido está protagonizado por el maravane, el instrumento fundamental del folclore mascareño, una caja rectangular hecha con brotes de caña de azúcar y llena de semillas que al moverla hace de sonaja.

Tras un primer álbum, “African Discount” (2017), Bonbon Vodou ha depurado su estilo –en el que destaca la mezcla de Jean Lamoot (Alain Bashung, Salif Keita, Dominique A, Souad Massi)– hasta convertirlo en un folk luminoso y transversal que hace justicia a su nombre, combinando dulzura naíf y la taumaturgia del vudú.

La muerte aflora en “Cimetière Créole”, canto de llamada y respuesta y melodía a lo neochanson con una producción etérea y exótica, y “Le pied dans la tombe”, en la que juegan con los recitados poéticos, la característica guitarra hecha con una lata de aceite, que suena a ngoni, y una parte rítmica tendente a inducir al trance. En el cóctel de calma y baile, también aprovechan para tratar el ascenso de los extremismos y la fragilidad de la democracia en “Petit palace” –en el que colaboran Sages Comme des Sauvages, dúo belga célebre en el mundo francófono por su mezcla de chanson y músicas del mundo–, así como la religión en “Rituel”, donde conectan la spoken poetry y la música malgache con el vudú de Nueva Orleans, con sección de metal y el acordeón de su padre, convirtiendo la canción en una especie de cajún del hemisferio sur. Otro tema candente es el de la violencia conyugal, tratado sin pelos en la lengua en un “De colère” que, sin embargo, es seda melódica, mezclando folk, vocalese e influencias armónicas de los pigmeos, en una sutileza que los conecta con CocoRosie.

Son hábiles en los juegos de palabras, los retruécanos y asociaciones de ideas surrealistas que enlazan “Karma” con el universo patafísico de Jacques Prévert. Adaptan a la poetisa patois reunionesa Barbara Robert en un “Fonker” que es, si se nos permite la comparación, como Portishead en criollo, convirtiéndose en el mejor logro del disco; una canción maravillosa que parece surgir de algún lugar encantado y, además, con la colaboración estelar de Danyèl Waro, figura tutelar de resonancias místicas, que comparte featuring con el nómada del folk Piers Faccini, encargado de introducir un inusitado y muy efectivo arreglo arábigo-andaluz. También se nota la influencia de Brigitte Fontaine y no falta una versión de “Si la pluie te mouille”, emotiva canción de amor que publicó hace sesenta años Anne Sylvestre, feminista y gran dama de la chanson.

Voces, percusión y la guitarra de latón les bastan y sobran para convertir “Les écailles de chasteté” en trip-folk mecido por la voz sensual de Oriane, que contrasta con la de JereM a la manera de coral clásica. Otra delicia es “Suiv amoin mon dalon”, folclore creole al nivel de canción contemporánea, con recitados que parecen rap y groove irresistible al final. El mismo que domina “La flemme”, con cierto aire a rumba africana. Y para acabar de desmenuzar un disco tan notable, sin relleno alguno, nada como la filigrana vocal de “Léger”, situándolos al mismo nivel de las investigadoras del folclore Rhiannon Giddens o Leyla McCalla y de faros de la neochanson como Camille. ∎

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