“FOREVERANDEVERNOMORE” es el primer álbum en solitario de Brian Eno desde “Reflection”, el disco de ambient generativo que publicó en 2017, y el primero formado mayoritariamente por canciones desde “Another Day On Earth” (2005), aunque en “The Ship” (2016) la voz también tenía sus momentos, pero no era mayoritaria. Sin embargo, en esta ocasión el disco sí puede considerarse un auténtico “Liederkreis” o ciclo de canciones, creadas para ser interpretadas en orden, como una entidad indivisible e inamovible. Y como las canciones de “Another Day On Earth”, en las que ya mostraba su preocupación por el terrorismo y el estado del planeta Tierra, en esta oportunidad ha creado una secuela fatalista sobre la aniquilación a la que parecemos encaminarnos con botas de siete leguas.
El tono, sin embargo, no es pavoroso, como podría ser un disco ecologista de Diamanda Galás. El de Eno tiene mucho más que ver con la calma y la indiferencia con que Kirsten Dunst admite la inevitabilidad del fin de los tiempos en “Melancolía”, la película de Lars von Trier. En “Who Gives a Thought”, Eno compara la poca importancia que damos a las vidas de las luciérnagas y los nematodos (“No hay tiempo en estos días / para los gusanos microscópicos / O para gérmenes no estudiados / sin valor comercial”) con la de los trabajadores de todo tipo (“Los que cavan y escardan / Que sueldan y cosechan y siembran / Que trenzan y cortan y muelen / Que parten y unen y enrollan / Que hacen pensar y enseñan y resuelven”).
En “Garden Of Stars” afirma: “Estos miles de millones de años terminarán / Terminan en mí / ¿Y cómo puede ser entonces / Que aparezcamos en todo momento / en toda esta roca y fuego / en todo este gas y polvo? / ¿No somos cada uno una llama? / Todos nacidos para vivir en la luz”. La primera vez que interpretó este tema en directo fue en agosto de 2021, junto a su hermano Roger, en el escenario al aire libre del Odeón de Herodes Ático de Atenas, a espaldas del Partenón, mientras el humo cercano de los incendios forestales, que se acercaban a la capital griega, ofrecía unos insospechados efectos especiales a la canción, sin que a nadie se le escapara su carácter de oráculo profético…
El disco estremece del principio al final de sus 45 minutos de duración. Eno canta como si entonara salmodias, con el estoicismo contenido de quien, a sus 74 años, se dispone a asistir al fin de la civilización. Igual que Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg en la escena final de la citada “Melancolía”. En “There Were Bells” Eno canta: “Había campanas en lo alto que sonaban todo el día / Y el cielo fue abatido con la intensidad de la luz azul”. La insensatez humana ha llegado a tal punto que ya ni le sobresalta ni le afecta a la calma con que pronuncia las últimas palabras que escuchamos en el álbum, en “These Small Noises”, su penúltimo himno: “Ve a la Tierra / nuestro pelo en llamas / Ve al Infierno / a arder en el infierno”.
Lo más aterrador es que todo en este disco es hermoso, como si quisiera hacernos ver todo lo que vamos a perder irremisiblemente, más pronto que tarde. No hay trompetas de Jericó anunciando la caída de los infranqueables muros de la ciudad: lo que hay, en cambio, es su voz relajante anunciando el Apocalipsis. Y varios, muchos, de los momentos más evocadores y bellos de su larga trayectoria musical que, en ocasiones, sí había pecado de excesivamente sobria y/o abstracta. Aquí, en cambio, la música ambient no es un elemento inocuo que se limite a hacernos meditar (en el sentido de dejar la mente en blanco, no de reflexionar). Aquí tiene una función protagonista. Aquí ejerce de guía –como el poeta Virgilio de la “Divina comedia”– en el recorrido que Brian Eno nos va mostrando hacia la eternidad poshumana. Un recorrido, eso sí, realizado en sentido contrario al de la obra de Dante: porque aquí no vamos del infierno al cielo, sino que nos dirigimos directamente al infierno. ∎