Sigo la pista a Caballo Prieto Azabache –quinteto madrileño formado por Victoria Hernández (teclados y coros), Víctor Nieva (batería), Luis Pimentel (guitarra), Sonsoles Rodríguez (bajo) y Quique Cruzado (guitarra y voz)– desde que publicaron su primer sencillo, “Alfama”, en septiembre de 2019. Aquella canción me conquistó desde la primera escucha porque tenía madera de hit con un punto noise y un estribillo pegadizo. Y también, por qué no decirlo, porque me gustaba esa historia de desencuentros en Lisboa, fado y vinho verde mediante. Un mes después editaron el EP “Madrid, Agosto 40º” (2019), cuatro canciones producidas por David Rodríguez (La Estrella de David) que afianzaban su sonido, entre teclados de sonido ochentero y guitarras con nervio.
Desde 2020 y hasta 2022 han ido desgranando cinco sencillos como anticipo de lo que ahora es su primer disco, “Nº 1”, que incluye diez temas que confirman un sonido enérgico y vistoso, que bebe mucho de la post-new wave. Construyen canciones con potencialidad para ser coreadas que –entre guitarras como una muralla sónica, coros y melodías de teclado– quieren captar el pulso a la vida actual, ya sea a través de postales cotidianas, frustraciones o confesiones. El disco arranca con “Cenicero” y la colaboración estelar de Joe Crepúsculo en una canción de intensidad creciente. A esta hay que sumar la maravillosa colaboración con Xoel López en “Magnates y mecenas”; quizá aquí es donde más recuerdan a Sr. Chinarro. Dos sencillos redondos, de esos que te seducen ipso facto.
Tensión melódica y escalas de teclados como en “Al pueblo”, que transmite cierta rabia con un texto sobre la huida de la urbe. “Las grandes cosas” tiene un punto cañí en los teclados y desparpajo de tinte garagero, adoptando una fórmula pegadiza. La voz de Cruzado aporta un costumbrismo singular y propio. En “Chica demasiado” y “Ensayo-Error” encontramos cierta rotundidad, descargas de electricidad y coros. Tengo la sensación de que sus canciones aún pueden dar más de sí, y eso que contienen sustancia y poseen chicha. Hablamos de composiciones reducidas a su esencia, como es el caso de “El tenista de Uniqlo” o “Postas”, cuyo riff en el estribillo tiene su punto arrebatador. “Sábado por la mañana” suena en una onda melódica muy característica de cierto pop alternativo en castellano. Y “Langosta” sirve de despedida estratosférica entre teclados. Algo nos conecta, ya sea ese bajo melódico, esos teclados como disparos o unas estructuras que exhiben cierta urgencia y garra, pero el caso es que lo de Caballo Prieto Azabache engancha con una fórmula vibrante, por su inmediatez y por su proximidad. Y porque el grupo consigue meterte en su bolsillo gracias a unas canciones que parece que ansían ser cantadas por el público, con su dosis de furor y el toque justo del desencanto de estos tiempos. ∎