Álbum

Fenne Lily

Big PictureDead Oceans-Popstock!, 2023

Parece que fue hace ya mil años, pero apenas han pasado tres desde aquel fatídico 2020. No fue un momento agradable para nadie y para Fenne Lily tampoco. Sin embargo, pese a que ese cenit de angustia colectiva embargó a la humanidad en un estado de trance similar al de capítulo de “The Leftovers” (Damon Lindelof y Tom Perrotta, 2014-2017), no han sido tantos los artistas que se hayan propuesto lidiar con la pena y la ansiedad que dejó en el ser humano.

Fenne Lily, originalmente de Dorset, Reino Unido, pero instalada desde hace tiempo en Nueva York, ha decidido afrontar y tramitar sentimentalmente el trago desde una perspectiva absolutamente personal y con el amor como hilo conductor de un disco que parece servir como terapia aplicada a sí misma. “Escribir este álbum fue mi intento de poner orden al desastre que fue 2020”, explica en la nota promocional del lanzamiento. “Al documentar los instantes más vulnerables de aquella época, siento que he reconquistado un poco de autonomía”.

Esa intención se hace cuerpo en una colección de canciones que es pura fragilidad. En lo emocional y en lo musical. Melodías de belleza trémula sujetas con suaves guitarras rasgueadas, una batería minimalista, detalles de órgano y teclado y la voz ululante de Lily en primer plano. Apenas hay hueco para arreglos que rompan la tranquilidad (las distorsiones en “Map Of Japan” o “Superglued” son dos de ellos).

En todo caso, el tono intimista no debe ser confundido con una escucha depresiva. Nada más lejos de la realidad. “Dawncolored Horse” es una animada pieza de folk-pop luminoso. “Lights Lights Up”, a lomos de una batería saltarina y una guitarra eléctrica que va haciendo piruetas, también resulta irresistible ya desde la primera escucha. Se nota la mano de Brad Cook (The War On Drugs, Hurray For The Riff Raff) para insuflar vida a un trabajo que podría correr el riesgo de volverse monótono en otras manos menos creativas. Especialmente, si se tiene en cuenta que Fenne aquí abandona el tono por momentos irónico que tenía en sus dos discos anteriores.

En “2+2” casi parece una version masculine del Damien Jurado de principios de los dosmil. En otras ocasiones, no resulta difícil situarla al lado de una Aldous Harding contenida. Entre momentos de dolor ante la inevitabilidad de la ruptura (“No puedo evitar imaginarme una vida completamente diferente”, canta en “Half Finished”), hay otros de búsqueda existencial (“Igual me fijo en ese tío llamado Jesús”, confiesa en “2+2”). El resultado es una radiografía sentimental de una relación enmarcada en la resaca de la pandemia que contagia emoción y credibilidad. No se puede pedir mucho más de un álbum con este nivel de calado emocional. ∎

Etiquetas
Compartir

Contenidos relacionados