Iggy Pop es un samurái, y más en “Every Loser”. ¿Habéis leído el libro “Hagakure. El camino del samurái”? Pongámoslo más fácil, va, ¿habéis visto la película “Ghost Dog, el camino del samurái?”. Con frases como esta: “No hay nada más que el objetivo del momento presente (…) si comprendes el momento presente no tendrás nada más que hacer, ni nada más que perseguir”. O esta otra: “Un samurái tiene que ser siempre leal a su jefe, pase lo que pase. Él y yo somos de distintas tribus antiguas. Y ahora casi nos hemos extinguido. A veces hay que hacer las cosas a la antigua, según la vieja escuela. Sé que me entiendes”.
En este nuevo disco, el decimonoveno de estudio que firma solo con su nombre desde que sacó “The Idiot” (1977), el estadounidense, el rockero más saurópsido, que en abril cumplirá 76 años al paso que va, ha dejado atrás los arrebatos afrancesados y la mesura ambiental y hasta poética de sus últimos tiempos para lanzarse a una hoguera sin vanidades de rock asalvajado (con alguna parada y fonda en la merecida reflexión: léase “Morning Show”) que le reencuentra con quien fue sin caer en el maquillaje de trazo grueso ni en la autoparodia (más bien es él quien parodia a sus secuelas, como es el caso de “Neopunk”), reivindicándose sin mitificarse. Hay que sumar a este mérito al productor Andrew Watt, que ha sabido leer el calendario sónico, y a la troupe de invitados-admiradores (Duff McKagan, Chad Smith, Dave Navarro, Stone Gossard, Travis Barker, Josh Klinghoffer, el malogrado Taylor Hawkins), quienes por salir bien en la foto no la han estropeado. Se palpa el respeto al Padrino. El que él transmite con su autoridad genuina. Con su pasión.
Hay además alegría contagiosa en la bilis y en el poso que este álbum desprende. Es una furia, cuando es furia, que se disfruta. No es forzada. Es un remanso, cuando es remanso, que cala y se mastica. No es impostado. Son once canciones que tienen, o parecen tener, codicia por la vida (la primera frase del disco es “tengo una polla y dos pelotas, eso es más que la mayoría de vosotros”; la última es “mientras estoy vivo, sin compromisos, estoy saliendo por la puerta, la puerta”). Iggy, en su mejor expresión, ha sido eso, el primitivismo contra la bruma. Más que una parábola, con este disco James Newell Osterberg Jr. ha publicado que está preparado para su destino. Ojalá al réptil, al superviviente, le quede todavía alguna bala como esta en la recámara. Sé que me entiendes. ∎