Siempre es una suerte contar con reevaluaciones procedentes de la granada generación post-hardcore norteamericana fraguada a lo largo de los 90. Aquellos años fueron generosos en formaciones que derivaron su impulso agresivo inicial hacia cotas de extraña emoción atmosférica. Así fue con Slint o Rodan, bandas capitales dentro de lo que se puede entender como una evolución hacia los poderes sugestivos de la calma proveniente después de la tempestad.
Del tempo jazz al sadcore, los casos más representativos de dicha evolución son grupos como Unwound y Lungfish, que encontraron su personalidad a través de sus últimos trabajos en estudio. Lo mismo se puede decir de Karate. Procedentes de un enclave tan inspirado en aquellos tiempos como la ciudad de Boston, el grupo liderado por Geoff Farina hizó de “The Bed Is In The Ocean” (1998) la brújula de su progresión natural.
Adiós definitivo a los espasmos punk, hola a la plácida búsqueda de desarrollos instrumentales como “The Same Stars”. Así es como Karate se perdieron en la obnubilante pulsión slowcore, que marca el latido de unas canciones ensimismadas en dar con su razón de ser a través de una misión: difuminar la épica emocore a través de la ética jazz. Esto es lo que sucede en ejemplos tan evidentes como la hermosa emoción contenida en “The Last Wars”.
En otras como “Diazapam” se empapan de las derivas funk-blues que tan maravillosamente implantaron Minutemen en la comunidad post-hardcore durante la primera mitad de los años 80.
A lo largo de las nueve canciones contenidas en el álbum, los de Farina encuentran su modus operandi en su progresiva obsesión por alcanzar el ascetismo sónico pregonado por Talk Talk en sus dos últimos LPs.
En todo esto, el bajo neblinoso aportado por Jeffrey Goddard fue clave. Su forma de concebir el tic-tac del ritmo define cierta opresión ambiental en unos temas que, tal como en “Up Nights”, parecen haber sido concebidos desde un sonido que sublima lo que entendemos como grabación casera.
Un último punto a tener en cuenta en la concepción de este trabajo son los referentes musicales que manejaba Farina en aquel momento, los cuales explican al dedillo por qué Karate se desentendió totalmente de la ética punk DIY para, en su lugar, abrazar una suerte de mutación slowcore de los postulados soft rock, tan jazz, de Steely Dan. Dicho fin es lo que este LP originario de 1998 despliega tantos años después con frescura inusitada. Y es que, tirando de nostalgia justificada, ya no se hacen discos tan personales como “The Bed Is In The Ocean”. Sentencias de este calibre quedan plenamente justificadas en los cinco vibrantes minutos que vertebran “Not To Call The Police”, en los que, a través de su panorámica al ralentí de los tempos, nos hacen paladear cada inflexión eléctrica y vocal hasta el estómago del éxtasis. Sensaciones tan físicas como las generadas por esta canción y otras como “Fatal Strategies” y “There Are Ghosts” justifican la actualidad de este incunable, tan de su (añorada) época. ∎