Los de Valencia retornan con un EP que plantea una pregunta: ¿se trata de una fase primeriza de un cambio de ruta sustancial en su libro de estilo o, por el contrario, es una isla en su discografía?
En cualquiera de los dos casos, los autores del sobresaliente “Acción directa” (2022) no han perdido un ápice de personalidad en esta inmersión sin red en las tácticas de acoso y derribo de la música electrónica predominante en los años noventa. En cierta manera, es como si se hubieran escapado de la sombra de grupos con un perfil goth-pop como The Organ y se hubieran metido un chute intenso de discos de Goldie y, sobre todo, Disco Inferno, grupo con el cual se establece una exuberante conexión en su caos instrumental. Para ello, el grupo de Patricia, Diego y compañía ha decidido comandar la producción. Y lo han hecho por medio de una abrumadora sensación de libertad por jugar con sus activos referenciales. O sea, la ley del autodescubrimiento, plasmada en cuatro cortes que, en apenas diez minutos, responden de forma atronadora a todo el que se pregunte cuáles son los límites de un grupo que, ante todo, desafia el modo fotocopia contextualizado. Para nada. La Plata están hecho de otra pasta, y lo han demostrado a través de este “Sueños”, que solo el paso del tiempo y sus próximos lanzamientos discográficos nos dirán la verdadera relevancia en su crecimiento musical.
Por ahora, lo que resulta indiscutible es la personalidad sin medias tintas que desprende dicho artefacto. Entre sus muchas virtudes, en cortes como “Volar” suenan como una versión junglecore de Interrogación Amor. Precisamente, la tensa pulsión electrónica planteada para la ocasión surca la matriz de estas cuatro canciones, adecuadas desde un prisma onírico que colinda con clásicos de los noventa en España como los peruanos, y terriblemente infravalorados, Silvania. Los paralelismos poéticos con dicha formación de culto refuerzan la sensación irreal de unas canciones que, como en “Sueños”, abogan por empujarnos a una dimensión oscura de “mil soles negros”. Teoría del oscurantismo pop, rematada en “Ángel gris”. Este último corte se escapa de las selváticas líneas digicore que trenzan el resto de canciones, y nos muestra una magnética versión nu metal a cámara lenta basada en su forma de entender los conceptos estilísticos de la liturgia post-punk. La misma con la que parecen seguir los pasos de sus admirados Gang Of Four, cuando decidieron seguir la senda de los cables para evolucionar hacia una pista de baile que, en este caso, los valencianos han dinamitado en una profunda atmósfera witch house, como si se hubieran transformado en primos lejanos de los añorados Salem, autores del excelso “King Knight” (2010). Precisamente, es en “Lejos” donde más recuerdan a esta hermosa, y enigmática, posibilidad. ∎