Acaba de cumplir 80 años y el paisaje de su vida está formado por pinos, abetos y barriles de sidra casera. Por bosques interminables y dibujos de mujeres bebiendo cerveza en bares. Ecos de bluegrass y de folk barrido suavemente por el polvo. ¿Y canciones? Sí, también canciones. Tampoco demasiadas, pero sí las suficientes como para ejercitar los músculos de la composición y seguir alimentando su vieja grabadora de cuatro pistas.
Lejos, muy lejos, quedan los días borrosos de Greenwich Village, su debut en Folkways y los pasos en falso de una carrera voluntaria y decididamente modesta. Porque, veamos: ¿quién quiere éxito pudiendo tener pinos, abetos o un puesto de pretzels en Boston? A tan retórica pregunta lleva toda una vida respondiendo Michael Hurley de la mejor manera posible. Esto es: haciendo lo que le ha venido siempre en gana.
Es así como el veterano cantante y compositor se ha convertido en uno de los outsiders de referencia del folk estadounidense y es así también como acaba de publicar el delicioso “The Time Of The Foxgloves”, su primer disco en doce años. No busquen grandes revelaciones ni hondas reflexiones sobre el sentido de la existencia, ya que, como todo en su discografía, “The Time Of The Foxgloves” es una sinfonía de mecedoras que chirrían, chimeneas que crepitan, parloteo de porche trasero y cervezas con diferentes grados de fermentación. “Beer, Ale and Wine”, que canta con voz de carromato a punto de desplomarse entre recuerdos de citas nocturnas y ansiados reencuentros con el hogar.
Folk en bruto pespunteado de blues que Hurley, guitarra ajada en mano, imagina a solas en su casa de Oregón y sirve acompañado de tenues colchones de piano, violín, clarinete y voces cortesía de, entre otros, Josephine Foster, una de sus muchas (y muchos) insignes admiradores. El resultado es un encantador paquete de canciones vestidas con lo justo y nacidas en otro tiempo; melodías conservadas en ámbar que se mecen suavemente ajenas al ruido exterior mientras Hurley las va incrustando, una a una, en el disco duro de la música tradicional estadounidense. Para muestra, ese botón que es “Alabama”, polvorienta y agrietada versión de los Louvin Brothers que suena aquí como llegada desde un pasado mucho más remoto. ∎