Está claro, tras escuchar “Una casa és pànic”, que Miquel Serra cerró hace poco una etapa para volver a empezar otra. De incierto futuro, porque da la sensación de que sus pasos obedezcan, más que a un plan a largo plazo, a impulsos por contraste con lo anterior, como suele ocurrir en un ámbito en el cual, por desgracia, la profesionalización plena suele ser una quimera. Lo que no varía es su grado de inspiración ni su acentuado marchamo personal. Y que dure, aunque tenga que ser sin trascender a un público minoritario, sensible a lo exquisito.
Tras varios trabajos frondosos, ahormados en múltiples texturas y con querencia por la psicodelia con sello del siglo XXI, llegó la catarsis de “Cançons de Joan Serra” (2021): un trabajo que desvelaba la veta más folk e intimista del mallorquín, y en el que honraba la memoria de su hermano, el músico y pintor Joan Serra, fallecido en accidente de tráfico veinte años atrás. Era un Miquel Serra distinto en la forma, aunque bastante parecido en el fondo. Pero este octavo álbum, lejos de ser una vuelta a las vaharadas lisérgicas por las que transitaba, es una apuesta decidida por el pop. El que remarca las tres letras de la palabra, las subraya e incluso las escribe en mayúsculas. Ese que remite a los años 80 sin sonar a plato recalentado. Aquel que juguetea con el jangle pero al que también se le podría encasquetar lo de dream pop si jugáramos a humanizar el perezoso algoritmo.
Ninguna sombra encontraréis aquí de Animal Collective. Nada que tenga que ver con la semilla que un día plantaron en las islas Kevin Ayers, Daevid Allen, Pep Laguarda o Pau Riba. Ni rastro de alucinación insular. Pero el embrujo, el misterio y la sugestión permanecen. Y buena parte de culpa debe recaer en sus compañeros: Jorra Santiago (Jorra i Gomorra) a la otra guitarra, Michael Mesquida (productor de Jorra i Gomorra y ex-Satellites o Sexy Sadie) al bajo, Miquel Perelló a la batería y el muy solicitado Sergio Pérez a la producción: Maria Rodés y La Estrella de David, Evripidis And His Tragedies o Chaqueta de Chándal fueron sus últimos clientes. Por algo llega con el aval de ser un disco muy de banda. Puede que más que nunca en su carrera.
“Els ballarins” es una fabulosa explosión pop de tres minutos y medio, con guitarras jangle a lo Smiths. Lo más parecido a un hit que ha hecho nunca. En un mundo sensato, lo sería. “El somni repetit” recuerda a The Jesus And Mary Chain sin feedback, a Julian Cope sin drogas o a The Sundays sin afectaciones. Otra delicatessen. “Amèrica dorm” hace honor a su título arrimándose a tonalidades dream pop que luego estallan en esa “Quadre lleial” a la que Soleá Morente, muy consecuentemente con la síntesis de su último disco, inyecta quejío. “Entorn de serena violència” suena tan catedralicia que podría llevar la firma de The Cure o de Piano Magic.
Tan solo “Desemparament” se recluye en lo acústico, y curiosamente (o quizá no) es la favorita de su autor, si hay que creer lo que dijo en una reciente entrevista. “Hores i més hores” vuelve a delegar en una ingravidez magnética, entre lo gótico y lo telúrico, muy a lo 4AD, y cuando llega el broche con la sensacional “El gran vidre”, con esas trompetas que podrían tejer un hilo invisible entre Love, los Pale Fountains y El Diablo en el Ojo (y no sé si ahí Michael Mesquida tiene algo de culpa en que comparezcan Pep Garau y el trombón de Tomeu Coll), uno ya no tiene la menor duda de estar ante un disco mayestático. ∎