Álbum

Nacho Casado

Disco BleuHidden Track, 2022

Ni Elche es California, ni su palmeral es Copacabana ni los años 20 del siglo XXI son los 70 del XX. Pero nada de eso importa cuando se escucha a Nacho Casado. Porque la clase y la elegancia, por muy manidos términos que puedan resultar, siguen siendo dos valores innegociables en su ideario. Y con ellos se basta para transportarnos quizá a otro tiempo y a otro lugar, aunque más bien podamos hablar aquí de un flujo musical eterno, que gana la partida al clasicismo o a la mera tentación vintage por la vía más irreprochable: la atemporalidad.

El tercer álbum que firma el músico ilicitano a su nombre, tras su proyecto La Familia del Árbol (que integraba junto a su pareja, Pilar Guillén), discurre por el mismo cauce que sus dos precedentes, aunque diríase que es más bien una síntesis de las mejores cualidades de ambos: hay su cuota de folk, su cuota de soul e incluso (no podía faltar) cadencias de bossa nova (“Flores y almohada”), todos bien integrados y rehogados en un mensaje humanista que podría sonarnos algo naíf, pero bendita falta que nos hace en tiempos tan sombríos como estos. Casado maneja un discurso que al menos aquí es absolutamente propio, escasamente frecuentado por nuestros pagos (es más fácil emparentarlo con Bart Davenport, Joush Rouse o Damien Jurado, por solo decir tres nombres, que con ningún músico hispano), y lo destila con una soltura inversamente proporcional a su encaje en esa festivalocracia que solo tiene ojos para los mismos de siempre. Ojalá algún día trascienda minorías, porque lo merece.

Grabado de nuevo con Jaime Beltrán en La Resinera de Granada (Los Planetas, Carmencita Calavera o Bendita Tú pasaron últimamente por allí), “Disco Bleu” se nutre de grandes arreglos de cuerda (violín, viola y violonchelo), bajos precisos (contrabajo y bajo eléctrico) y percusiones eficaces (congas, batería). Un sostén instrumental puesto al servicio de una exuberante imaginería out of time que tiene sus mejores argumentos en el folk neotropicalista de “No-yo (es preciso perdonar)”, el soul pop de “De padres a hijos” o “Venganza en la pista de baile” (¿música para una secuela imposible de “Vacaciones en el mar”?), el soul atemperado a lo Bill Withers de “La fine dell’amore” o los resabios Philly Sound de “El nadador”, entre aquella satinada herencia y el soft pop. Por no hablar de un single tan perfecto como “Mediterralia” o ambrosías acústicas como “Qué maravilla” y “El amor es lo único”. Aquí hasta los interludios tienen sentido, como “(Me rindo)”, con la voz de su hijo, quien parece enarbolar bandera blanca ante un ataque de cosquillas, redondeando ese tacto casero, familiar, artesanal, que no debe confundirse nunca con falta de ambición, dado lo alto que apunta.

Una delicia, de principio a fin. ∎

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