La decisión de cantar al amor puede significar muchas cosas, entre ellas la decisión de emprender una búsqueda de la verdad. La cantautora mexicana Natalia Lafourcade, frente a este sentimiento fundamental e igualmente obtuso, parece retomar a menudo este compromiso. El álbum “De todas las flores” es, en diferentes sentidos, su obra más ambiciosa hasta la fecha, ya sea abandonando de una vez por todas las fórmulas radiofónicas que la consagraron o rompiendo, al menos por ahora, con la música folclórica latinoamericana.
Dueño de una crudeza técnica y poética captada sin ensayos previos, el álbum suena a revisión de convicciones y sorprende al finalizar, con ligereza, el complejo ejercicio de sortear lo obvio. Seis de las doce canciones, por ejemplo, tienen una duración superior a seis minutos, decisión estética que va a contrapelo de la industria y puede interpretarse como una hermosa alegoría del tiempo que le lleva a cada uno el proceso de cura.
Antes que nada, el álbum parece ubicar a Natalia en un escenario donde las luces están apagadas, tal cual sucede en momentos como “Vine solita”, delicada y minimalista balada, y en el tema titular, donde recoge agridulces recuerdos de una pasión que ha fracasado. Aunque no suene precisamente angustiada o llena de rencor, esta ruptura se despliega en una serie de metáforas enfocadas en el florecimiento de un jardín interior, que poco a poco prepara a su dueña para deambular por lugares como la ciudad de Veracruz y los Andes peruanos. Fue allí, por cierto, donde nació “Llévame viento”, una especie de oración de limpieza y purificación. Este recurso lingüístico también permite una interesante interpretación en las letras de “Pajarito colibrí” y “Canta la arena”, temas que vislumbran la perspectiva de volver a empezar.
Hay que poner atención a los giros inesperados de cada pista. Conducida por instrumentos que también buscan comunicar emociones, la estupenda “Pasan los días” se apoya primero en la simplicidad de la guitarra. Tras acumular al menos dos capas, estalla en bossa nova. La música brasileña también parece inspirar “Mi manera de querer”, una samba que desvela cierto espíritu de alegría que solo la aceptación de lo que uno es y lo que puede ser trataría de aprehender. La elegancia del bolero asume, a su vez, la función de envasar canciones más optimistas, como “El lugar correcto” y “Caminar bonito”.
Quizá otro notable atrevimiento estético esté reservado al rescate de la tradición mexicana, que cobra nuevo impulso en planteamientos inéditos. Los poemas “María la curandera”, en el que exalta su relación con la tierra y la naturaleza, así como “Muerte”, cantada casi en susurros, resaltan lo más bello de los ciclos de la vida y de la gratitud que se les dedica. Este es justo el motor de “Que te vaya bonito, Nicolás”, una amable canción que inmortaliza al sobrino de la artista, fallecido en 2021. Construido como un baile lento y atravesado por sensaciones, “De todas las flores” habla de vida y muerte como complementarios, si no antónimos, resonando original al proponer una graciosa catarsis. Nos recuerda lo finita que es la vida y el hecho de que, entre sus dolores y glorias, tenemos la obligación de celebrarla. ∎