Lo primero que hay que decir de “The Ruby Cord” es que se puede analizar como dos discos en lugar de uno. Es lo que ocurre cuando la primera canción se alarga hasta los 41 minutos. Richard Dawson, músico siempre libre e iconoclasta, ya había experimentado con piezas largas anteriormente: los 12 de “Silphium” (en “Henki”, su disco del año pasado con los finlandeses Circle), los 10 de “Fulfilment Centre” (en “2020”, del 2020) o las dos de 16 incluidas en “Nothing Important”, su álbum del 2014. Pero, claro, 40 minutos es otra cosa; un movimiento que habla a las claras de la ambición y la falta de medida (para bien) del compositor de Newcastle. Además de larga, “The Hermit” es extraordinaria, bellísima; una canción río que es también refugio, muy serena en su parte inicial (más de 11 minutos de escobillas jazz y sutiles arpegios de guitarra, a lo David Pajo de Papa M) y que sigue manteniendo el tono calmado cuando entra la voz y, con ella, las palabras. Dawson perfila ya con las primeras estrofas un universo futuro con pinta de pasado lejano. El mundo se ha derrumbado, no queda casi nada de lo que conocemos hoy, y volvemos a estar como estábamos hace 300 años: perdidos entre caminos y bosques, vagando por paisajes sombríos, entre cosechas desperdiciadas y viviendo en cabañas improvisadas (“hermit” en inglés significa “ermitaño”). Un lugar (y cito textualmente la nota que acompaña al disco) en el que “ya no es posible atarse ni comprometerse con nadie, solo con uno mismo y nuestra propia imaginación”. Es un futuro turbio, extraño e incómodo, que quizá pueda estar más cerca de lo que creemos.
El contraste entre lo que se cuenta (oscuro, no muy optimista) y lo que se escucha (melodías arrebatadoras, música que te abraza en muchos momentos, casi curativa) se mantiene a lo largo de todo el disco y puede entenderse como su motor central, su leitmotiv, su principio y su fin. “The Hermit” es la majestuosa puerta de entrada, a modo de prueba que los más impacientes tienen que pasar para poder seguir disfrutando de lo que viene a continuación. Y lo que llega justo después es también oro. Por ejemplo, el folk meditativo y narrativo de “Thicker Than Water”, salpicada de pequeños detalles instrumentales que enriquecen y elevan la historia distópica y apocalíptica que cuenta Dawson. O “The Fool”, una canción de taberna casi tradicional y casi convencional que apunta hasta donde podría llegar nuestro hombre si quisiera convencer a un público masivo, el mismo que disfruta, por ejemplo, con Beirut o Destroyer. Cuanto más la escuchas, más se queda contigo, y no es improbable acabar tarareándola mientras compras papel higiénico y zanahorias eco en el súper de la esquina. Personalmente, me recuerda mucho al lado más lírico de los hoy olvidados pero muy reivindicables Gorky’s Zygotic Mynci.
“Museum” también te lleva muy lejos, especialmente en su segunda mitad, cuando entran las percusiones distorsionadas, arrancan los coros y suben los vientos. Puro éxtasis. Y “The Tip Of An Arrow” es otra de las cimas de un álbum en el que prácticamente todo es grano: diez minutos en los que conviven clavicordios, ganchos rock, crescendos inesperados, arpas, violines desafinados y el maravilloso falsete de Dawson narrando otra historia de miseria y desesperanza. Quizá el tramo final del álbum sea un poco menos excelso respecto a lo que hemos escuchado antes. “No-one” es un interludio de dos minutos y medio a base de sonidos de viento y un drone final ligeramente enervante. Y “Horse And Rider”, hermosa balada folk de aires celtas que Dawson borda con su voz más natural y sentida, no alcanza las cotas de emoción y asombro de sus predecesoras, aunque tal vez tampoco lo pretende. En realidad es un final abierto y limpio, una bonita manera de cerrar un disco grandioso en forma y fondo, fabuloso en su imperfección y no apto para todo el mundo, aunque desprenda una humanidad y una calidez que pueda apelar a cualquiera. Como si Dawson nos prometiera que, a pesar de la debacle que nos acecha, él seguirá ahí, tocando, cantando y explicando nuestra historia; y que su música quizá pueda salvarnos, al menos un poco, de la desdicha. ∎