Pocos grupos contemporáneos muestran la capacidad para seguir confiando en el rock de guitarras y la pertinencia de explorar con sensibilidad actualizada algunos preceptos consolidados a comienzos de los ochenta como los australianos RVG. Sobre todo con este espléndido tercer álbum en el que el cuarteto de Melbourne consolida todo lo ya aventurado en el anterior y ya muy redondo “Feral” (2020).
Podríamos hablar de post-punk o del primigenio indie rock más que nada porque RVG siguen practicando querencias por las formas de cantar de Robert Forster y Grant McLennan, casi fusionadas, y las guitarras más fieras de The Go-Betweens; porque el comienzo de “Midnight Sun” se acerca poderosamente a la era dorada de The Chameleons o cuando surge una chispa luminosa de The Smiths en “It’s Not Easy”; o porque los acordes y los teclados de “Nothing Really Changes” derivan muy inteligente y enérgicamente del “Decades” de Joy Division. Pero son solo pistas para encauzar la necesidad de adentrarse en este “Brain Worms” que va mucho más allá de esas etiquetas o esos nombres. Y que, sobre todo, evita el revival y no tiene ninguna intención imitativa. Son tan fáciles de detectar esas referencias como las ganas de hacer rock perfectamente contemporáneo que encuentre nuevo jugo en elementos conocidos, pero no extintos.
RVG consiguen un sonido majestuoso, pero no ampuloso. Una interpretación pasional, pero no exagerada. Una intensidad voluptuosa y grácil, no machacona. Una emoción que te envuelve con esa forma de cantar de Romy Vager, una voz sin género, o mejor dicho, con lo mejor de ambos (a veces en línea con Brian Molko), con sus melodías siempre hacia arriba, pero llenas de recovecos y matices, y con los bien administrados ecos y pequeñas filigranas de las guitarras.
Incluso cuando hablan de zozobras interiores, de obsesiones privadas o de la reclusión de la pandemia (solo una canción lo hace de forma voluntaria, “Tambourine”), resultan vitalistas y desafiantes, en busca de algo mejor, que es lo que transmite su música poderosa.
Las referencias señaladas anteriormente, aun siendo muy valiosas, pierden importancia al ir descubriendo las peculiaridades de cada canción. Esa entrada en materia de “Common Ground” con unos rizos de guitarra y unos teclados de corazón analógico para alcanzar el bello clímax; el tiempo lento de “You’re The Reason” cantada con solemne y honesta emoción en cada palabra; el reto de hacer con un solo acorde como base cinco minutos apasionantes en “Squid”, a base se sumar y restar guitarras y ecos; o “Giant Snake” y “Tropic Of Cancer”, simplemente nuevas perlas en la gran tradición del mejor pop australiano. Nada menos. ∎