Quizá no convenza a bote pronto. Pero esto es un grower, sin duda. Un trabajo que se desnuda a cámara lenta. La sardónica efervescencia de su excelente debut, “Beware Of The Dogs” (2019), aquel disco de ensortijado indie pop de guitarras con la masculinidad tóxica y el racismo institucionalizado entre ceja y ceja, parece haberse evaporado. Pero es solo una impresión engañosa. Porque el conjuro persiste. Ocurre que no es lo mismo escribir tras una guitarra que frente a un piano. La australiana lo advierte en entrevistas: el primero se presta a una causticidad que tiene mucho de disfraz, mientras que el segundo no permite trampa ni cartón, solo honestidad brutal. Y este nuevo álbum tiene mucho de eso. Difícilmente hubiera encajado “Oh My My My”, sentido y directísimo adiós a su abuela, en su estreno.
Se empezó a gestar mientras Stella Donnelly visitaba al abuelo de su novio en la costa de Australia, donde había perdido su casa tras los incendios de 2020, y el estricto confinamiento aussie los pilló en medio. También tras visitar Melbourne. Apenas tenía un piano a su alcance, que además reconectaba con sus recuerdos de niñez: había sido su primer instrumento. Y la conciliación con la vasta naturaleza, la observación atenta de la vida de los pájaros (como los que pueblan su portada) que, en esencia, no son tan distintos de los humanos, hizo el resto. Fuera expectativas, fuera presiones, adiós a las ideas preconcebidas. Hola a una madurez sobrevenida y particularmente súbita. Porque Stella solo tiene 30 años, pero nadie lo diría por la aguda inteligencia de sus textos, ni por el modo en el que ha modulado, a base de medios tiempos y baladas, de ornamentos precisos como el saxo o el flugelhorn, un discurso que bien podría restregarle por el morro a Julia Jacklin, Soccer Mommy, Snail Mail o Lucy Dacus, algunos de los nombres con quienes más lógicamente compartirá hueco en los medios, aunque los ecos de pesos más pesados (como Courtney Barnett) se hagan notar en la dicción de “How Was Your Day”, prácticamente el único instantáneo destello de indie pop pizpireto que enlaza sin ambages con su debut.
Experimentación, introspección y transición son las tres claves que ella ha esgrimido como pilares de un álbum de crecimiento, en todos los sentidos. Es una delicia escuchar cómo en “Medals” el saxo de Jack Arnett se cita con el piano de Jack Gaby en una cadencia y sobre unos coros que remiten al “Walk On The Wild Side” de Lou Reed, venerable canon ya. O cómo la desarmante “Move Me”, también armada en un primer momento sobre piano (luego añadió la guitarra en el estudio), plasma los estragos de una relación rota. O cómo “Underwater” se erige en conmovedora balada contra los abusos domésticos, amargamente consciente de que hacen falta siete intentonas previas (de media) para por fin denunciarlos. O cómo el corte titular (uno de los tres avances de una triada irreprochable) se beneficia de unas delicadísimas voces en segundo plano y la producción de Anna Laverty, una de las mejores ingenieras de sonido australianas en la actualidad, tras curtirse junto a Paul Epworth y Ben Hillier.
Lo dicho: no lo parece a simple vista, pero es otro triunfo. Más sigiloso y sutil, pero igual de rotundo. ∎