Álbum

Tamino

SaharCommunion-Universal, 2022
Es posible que haya quien confunda al cantante belga de origen egipcio Tamino con el actor franco-estadounidense Timothée Chalamet, con quien guarda un ligero parecido físico. Para terminar de complicar la cosa, Tamino, además de cantante, guitarrista y compositor, ejerce esporádicamente de modelo, y Chalamet acaba de ser noticia por convertirse en el primer modelo masculino en la portada del ‘Vogue’ británico… Tamino, de nombre completo Tamino-Amir Moharam Fouad, parecía predestinado a ser figura de la canción: su abuelo, Moharam Fouad, era una estrella de la canción y el cine egipcios (y el mundo árabe, en general) y su nombre es también el del protagonista principal de la ópera de Mozart “La flauta mágica”. Por si fuera poco, en 2017 se dio a conocer con “Indigo Night”, un tema absolutamente asombroso, melancólico y elegante, que se adelantaba a la publicación de su primer álbum, “Amir” (2018), con el que se lanzaron las campanas al vuelo: podía ser el nuevo Jeff Buckley.

Situado en la órbita de los grandes cantautores sensibles y atormentados, como Leonard Cohen, Jacques Brel, Nick Drake o el citado Buckley, Tamino ha sabido esperar para publicar su segundo álbum, el disco más difícil en la trayectoria de quien consigue el éxito con su debut. Han pasado cuatro años y con “Sahar” ha presentado una más que digna continuación a “Amir”. Entre las claves que explican su irrupción en el panorama musical internacional figura una forma de cantar exclusiva, absolutamente “occidental”, pero en la que aplica conocimientos extraídos de sus orígenes familiares: la entonación empleando cuartos de tono, microintervalos (a diferencia de la música occidental, una octava árabe no se divide en doce semitonos, sino en 24 cuartos de tono, el doble de finos matices de frecuencia). Con esta premisa, Tamino juega con pasión en sus baladas emocionales en clave menor, cautivadoramente originales.

Lo que no hay en “Sahar” es ruptura. La fórmula de Tamino sigue siendo en gran medida la misma que en “Amir”: voces ricas y cálidas sobre un lecho de sonidos que equilibran el este y el oeste. Sin embargo, en “Sahar” escuchamos inmediatamente a un artista más maduro. El conjunto resulta mucho más reflexivo, como si las palabras se hubieran sopesado y ponderado innumerables veces, antes de volver a su versión más pura y honesta. El sonido melancólico que constituye el hilo conductor de todo el disco proviene del ud (o laúd árabe), instrumento que domina y que intercambia con la guitarra, ofreciendo un resultado elegante y cálido. Sin caer para nada en lo ñoño, lo ingenuo o, ni mucho menos, lo cursi, es posible que uno sí se deje llevar por imágenes cursis para definirle, quizá, como el sonido del sol poniente sobre un vasto valle, mientras el último calor que queda en el aire se extiende sobre tus hombros como una suave manta.

En el disco hay una única colaboración, en “Sunflower”, con otra joven cantante belga, Angèle (también con dos álbumes en su carrera, la suya más comercialmente brillante, como prueba que entre sus colaboraciones figure una con Dua Lipa), que, salvando las distancias, podríamos ver como la dinámica que se establecía entre Nick Cave y Kylie Minogue en “Where The Wild Roses Grow”.

En términos generales, y aunque en “Sahar” no haya otro tema como “Indigo Night”, el disco es aún más completo y satisfactorio que “Amir”. La atemporalidad y la calidad aparecen con fuerza en todas y cada una de las canciones que lo conforman. Es absurdo destacar unas por encima de otras, pero puede que “Cinnamon”, con su estribillo ligeramente más ágil que el de las restantes piezas del disco, pueda ser el gancho definitivo para atraer al gran público, al que es más complicado captar con melancolía y nostalgia. ∎

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