Podemos pensar en Michael Jackson, Prince, Amy Winehouse, Whitney Houston, George Michael, Michael Hutchence, Kurt Cobain... Estrellas del pop que, desde las fotos de las carpetas y los pósteres de las habitaciones de niños y adolescentes, hicieron soñar con otros mundos, con una vida mejor. Todos ellos fallecieron trágicamente, fagocitados por la industria musical, esa trituradora de almas que tanto obsesiona a Triángulo de Amor Bizarro desde hace años. Se quemaron muy rápidamente sin disfrutar de su éxito ni de su riqueza. “¿Ha valido la pena? ¡Ha valido la pena!”, canta el enigmático personaje protagonista de “Huele a colonia Chispas”. ¿Para quién ha valido la pena? ¿Para su sello y su mánager? ¿Para sus herederos? ¿Para sus fans? El título de este tema parece una referencia irónica a “Smells Like Teen Spirit” (Nirvana), pero, en realidad, se refiere a otro tipo de ídolo del pop adolescente: “Champagne, perlas y esclavas / Mientras escriben tus canciones / Trece camisas iguales / Para disfrazarte de persona”, cantan entre Rodrigo Caamaño e Isa Cea para definir a un personaje que era “el rey del plástico”.
Dice el cuarteto de Boiro (A Coruña) que este sexto álbum trata “sobre la búsqueda del éxito, la fama y el poder, la soledad en la cima, los buenos momentos y la inevitable decadencia de unos personajes que podrían ser tú” y también que “es un disco mundano y terrenal que trata de emociones primitivas de unos personajes en un mundo hostil, desigual y tecnificado en el que el tiempo pasa a toda hostia”. Es el primero de sus álbumes con una narrativa conceptual (que no de tabarra ópera rock), aunque esta temática ya estaba presente en temas anteriores suyos como “Estrellas místicas”, “Canción de la fama” o “Seguidores”. Y también, aunque todos podamos pensar en ejemplos reales como los que citaba al principio, se trata de una narrativa de ficción que me recuerda a la del filme “El fantasma del paraíso” (Brian De Palma, 1974). Hay aquí varios personajes: las estrellas decaídas y “rockeros del Dow Jones”, los corruptores a quienes venden el alma –y a los que Rodrigo encarna diabólicamente con una voz muy macarra en “Cómprate un yate” y en “Cripto hermanos”– y, no menos importante, el público que disfruta e interviene en toda esta perversa relación (representado, por ejemplo, en “La espectadora”, esta vez por Isa).
En “Estrella solitaria”, hit inapelable, Triángulo de Amor Bizarro suenan más “Bizarre Love Triangle” que nunca. De hecho, suenan como si New Order (con un deje adicional de Pet Shop Boys) cantasen a Norma Desmond, la protagonista de “El crepúsculo de los dioses” (Billy Wilder, 1950) que, no en vano, es referenciada en el videoclip de la canción. El tema más electropop en la carrera de los gallegos abre un disco estilísticamente tan ecléctico como el que entregaron en 2020, o puede que incluso más. Hay exabruptos acelerados de punk y metal, un par de interludios instrumentales, medios tiempos de expansión noise e incluso invocaciones lynchianas como “Canción de muerte del pez dorado”.
Se percibe cierta aurroferencialidad a canciones anteriores (“De la monarquía a la criptocracia” en “Cripto hermanos”) e incluso alguna melodía vocal que flota en el recuerdo (algo de “Barca quemada” se repite en “La espectadora”), pero nada de ello implica atisbos de acomodamiento. “SED”, nuevo trabajo notable en una discografía que no tienen ni un solo momento bajo o tibio, no solo flirtea con el otro lado del espejo, el que muestra la cercanía de la decadencia y el fracaso artístico y personal, sino que utiliza una narrativa de terror clásica (pensemos también en “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde) para mostrar una visión de los tiempos actuales igual de poco complaciente. ∎