Hace poco más de un año, en julio de 2020, Adri, líder de facto de los VVV [Trippin’you], publicaba un tweet malicioso y agudo. “Pa’ cuando llegue la nueva escena gótica/post-punk/nueva ola a los medios, se habrán inventado un término horrible para agrupar a toda esta peña, rollo ‘música post-urbana’ o algo asi”. Ese momento llegó. Los medios nos apresuramos a intentar categorizar qué está pasando. Por qué toda esa gente habla de Valencia como una especie de Meca. Qué son esos memes de doomers, esas recopilaciones de post-punk bielorruso. Quién es ese chaval de Vallecas que ha acumulado millones de reproducciones y qué hace en el “Yo, Interneto”. Los grupos que eran promesas se han convertido en bandas solventes que cada vez aparecen en letras más grandes en los carteles de festivales, los precursores del sonido se han convertido en leyenda (RIP Fasenuova), las cosas han cambiado sin que casi nos hayamos dado cuenta.
VVV [Trippin’you] ya son, a su manera, veteranos. Nacidos como proyecto personal de Adri, la composición de la banda ha ido variando a lo largo de los años, pero el mostoleño ha sido siempre el eje central. Si los temas de aquel lejano EP “Dirty Leeds” (2015) tenían aún espíritu maquetero e intenciones poco claras –aquellas canciones en inglés, esa voz titubeante–, el camino que han ido recorriendo a través de “L’ennui” (2018, aunque parezca que hayan pasado dos siglos) y “Escama” (2020) muestra por encima de todo a un grupo ambicioso y valiente. Los resultados en ocasiones han sido desiguales, pero es una banda que ha arriesgado, ya fuera por la vía del documental homónimo que les dirigió Santiago Mejías Blake en 2019 o por el disco de remezclas que publicaron a finales de 2020 (“Los bailes perdidos”, donde colaboraban artistas como One Path, Depresión Sonora o Pedro LaDroga). Elenor, Adri y Salva no han dejado nunca de buscar la depuración en su discurso, de intentar romper con lo obvio y con lo esperable.
“Turboviolencia” es, en cierto modo, el paso adelante más claro de su carrera. No es solo un álbum ambicioso, en sonido, en la producción de Diego Escriche, en su envoltorio, sino que reafirma el intento de conectar con toda una generación, con una angustia juvenil que en ocasiones impresiona y otras entumece. Las canciones hablan desde un aquí y un ahora arriesgado (¿cómo sonarán dentro de unos años los versos sobre ayuno intermitente?), van hasta el final con una poética entre el nihilismo y el costumbrismo sarcástico de after y k-hole. La gran paradoja del álbum es que, aunque las raíces profundas estén en el rap (ese Fruity Loops pirateado que es la base de las canciones, la búsqueda del one-liner y la rima consonante) y la evolución en la electrónica noventera (esos momentos de puro breakbeat que brillan a lo largo del álbum), “Turboviolencia” es, por encima de todo, un gran álbum pop. Lo es en sus melodías sencillas pero efectivísimas, lo es en sus estribillos obsesivos, en su manera de llevar la pista de baile a la canción de tres minutos. Lo es incluso en sus baladas, como esa “Monstruo” que revela un nuevo perfil, y quién sabe si un camino para el futuro. Son capaces de construir nuevos hits, como la hipnótica “Odiar frontal” o la pegajosa “Amianto”. No se alejan tanto del sonido oscuro ochentero como habían sugerido (“Matar el tiempo” o “Lluvia de marzo” podrían estar en álbumes anteriores), pero el bloque sigue sonando compacto y efectivo, expresivo y de algún modo tierno.
No hay nada que defina mejor el éxito de VVV [Trippin’you] que lo que nació como un homenaje improbable al aguerrido Leeds United de Bremner, Lorimer y Grey haya terminado como un grupo capital para entender lo que pasa en España en 2021. No es casualidad tampoco que el Leeds volviera a la Premier el año pasado de la mano del gran Marcelo Bielsa. “Marching On Together,” de Móstoles al mundo. ∎