“Derivas invisibles”, “Fabular un mundo diferente” y “Agostamiento”, proyectos para un nuevo mundo.
“Derivas invisibles”, “Fabular un mundo diferente” y “Agostamiento”, proyectos para un nuevo mundo.

Entrevista

Basurama: somos lo que tiramos

Para este colectivo artístico, la basura es la excusa a través de la cual cuestionar y transformar nuestras formas de vida. Su incansable actividad se despliega en múltiples sectores y ámbitos, dirigiéndose a públicos de toda condición y obteniendo eco internacional.

Basurama es un colectivo de artistas formado por Mónica Gutiérrez Herrero, Rubén Lorenzo Montero, Alberto Nanclares da Veiga, Manuel Polanco Pérez-Llantada, Nerea Sanz Ferrer, Miguel Rodríguez Cruz y Pablo Rey Mazón. Nació en 2001 y está dedicado a la producción cultural y medioambiental, así como a la investigación de los procesos productivos, los desechos que estos generan y sus posibilidades creativas. A veces cargan con la etiqueta simplificadora de “arte con basura”, pero van mucho más allá: la basura es la excusa para reflexionar sobre quiénes somos, cómo vivimos, cómo es nuestra sociedad y, sobre todo, idear formas con las que transformarla colaborativamente.

Para ello, realizan instalaciones e intervenciones reutilizando materiales –como “Derivas invisibles”, inaugurada en el Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología de Lisboa con motivo de la Conferencia sobre Océanos de Naciones Unidas de 2022–, aunque lo que caracteriza su trabajo es operar como un nodo creativo y de encuentro entre la ciudadanía, el público y profesionales de distintas disciplinas, a través de la mediación y facilitación, para repensar nuestros estilos de vida.

Su actividad es incesante. En 2022 han participado en diversas muestras –“Fabular un mundo diferente”, que itineró por Centroamérica; “Piazze: fenomenologie dell’inatteso”, clausurada en Manufactura Tabacchi de Florencia; o “La basura no existe”– y en proyectos como LifePact, de codiseño para la adaptación climática con acciones concretas en varias ciudades. Además, el año recibieron el premio Carasso al artista comprometido. Se ocupan de los procesos de mediación, diseño y ejecución de Madrid.

    Mónica Gutiérrez Herrero, voz del nuevo reciclaje (artístico). Foto: Sergio Arribas
    Mónica Gutiérrez Herrero, voz del nuevo reciclaje (artístico). Foto: Sergio Arribas
    Conversamos por videoconferencia con Mónica Gutiérrez Herrero, miembro del colectivo, desde la Academia de España en Roma, a punto de culminar la beca de un año que recibieron para desarrollar “In Serere”, una reflexión sobre cómo diseñar urbes menos antropocéntricas y más agropolitanas donde usan los injertos como una práctica performativa de cuidado y una herramienta para tejer relaciones: “Estos proyectos experimentales permiten pensar la ciudad desde otro punto de vista, en este caso, más vegetal”, nos explica. “El protagonismo lo tienen los seres no humanos y técnicas agrícolas asociadas a ellos, como los injertos. Se ha creado una red humana y vegetal que los ha unido para siempre a través de los injertos de unos huertos en otros. Nos interesa cómo el arte puede visibilizar prácticas ciudadanas reales que proponen fracturas en el modelo de creación y diseño de las ciudades: si se diseñan pensando en sus habitantes no humanos, serán mejores. Los huertos urbanos integran el campo y la ciudad, son prototipos a muy pequeña escala. En Roma hay muchos, además de tradición de asociacionismo y de cultivo. Hubo mucha migración del campo en los años setenta y aún se conserva un conocimiento agrícola que en otras urbes se ha perdido. Hay muchas áreas verdes y un movimiento por reclamar el espacio comunitario, ya que muchas partes las copa el turismo. En una mesa redonda, un señor de un huerto dijo: ‘Los huertos son las plazas de hoy’. Van a encontrarse, como cuando bajaban a la plaza. Allí cultivan, intercambian semillas, es un ambiente de generación de comunidad, sociabilidad y encuentro intergeneracional, algo muy importante. Las ciudades son cada vez más lugares de consumo, de menos encuentro y más homogéneas”, dice.

    “In Serere”, ciudades más agropolitanas.
    “In Serere”, ciudades más agropolitanas.

    Mónica comenzó “In Serere” visitando los huertos a pie desde la atalaya donde está la Academia. El recorrido le podía llevar minutos, u horas. “Caminar la ciudad hasta las periferias me ayudó a ver cómo cambia y me preparó para entender el marco de trabajo. Los señores y señoras de los huertos se sorprendían. Me decían: ‘Vamos a tomar algo, y luego hablamos’. En plan ‘esta chica va a desfallecer’… (risas). Fue muy bonito, empezó una relación más natural que algo laboral. No estaba previsto, pero funcionó muy bien”. Así recorrió muchísimos huertos hasta quedarse con diez de trabajo comunitario voluntario: “Me incorporé a sus actividades: sembrar, intercambiar semillas, etc., generando relaciones y conversaciones. Comenzaron a valorar sus prácticas desde otras visiones, a ponerse en relación con otros contextos: el artístico, el universitario, el científico, el técnico y, sobre todo, entre ellos. No existía casi relación, me convertí en un factor de mediación, iban de un huerto a otro para conocerse”.

    En función de sus necesidades y variables ambientales, identificaron los cítricos que pondrían en cada huerto –mielíferos para atraer abejas; perennes de densidad foliar para absorber más CO2–, lo cual conllevó una investigación sobre producción de cítricos en Italia. Finalmente, se decantó por los cítricos del productor siciliano de tercera generación Giuseppe Mesina: “Nacido bajo un naranjo amargo, como siempre dice”, recuerda. “También vino a las sesiones de apoyo para el taller de injertos que hicimos para algunos miembros de cada huerto que enseñaron al resto de ‘hortistas’, un término inventado, entre hortelano y artista, porque al integrarse en el proyecto también son artistas. Aún les resulta raro, pero es así”.

    Comparte el mapa relacional de “In Serere” por la pantalla: “Esto es Roma y lo que he hecho este año. Los árboles están ahí, es la obra, lo que dejamos. Pero esto es importante, es el proceso: todas esas personas están en el proyecto, se han creado vínculos entre ellos. También es una forma de sostenibilidad. Sus vínculos, como los de los vegetales, siguen ahí y seguirán proponiendo cosas”.

    Mónica ha compaginado la residencia con la exposición “Throwaway? The History Of A Modern Crisis”, sobre la historia de Europa a través de la basura, que se inaugurará el 18 de febrero en el Museo de la Historia de Europa, en Bruselas. Ha apoyado al comisariado y asesorado en su diseño circular para producir los mínimos residuos posibles. Paralelamente ha trabajado en un proyecto europeo sobre urbanismo feminista, “PART-Y”, enmarcado dentro de Erasmus+, donde tienen un rol asesor.

    “Estos proyectos experimentales permiten pensar la ciudad desde otro punto de vista, en este caso, más vegetal... Los huertos urbanos integran el campo y la ciudad, son prototipos a muy pequeña escala”

    Mónica Gutiérrez Herrero

    A veces algunas personas no entienden cómo el urbanismo y la ordenación del territorio pueden tener una perspectiva de género.

    Será porque no son mujeres… (risas). Umeå, la ciudad sueca, hace años que tiene integrada administrativamente la perspectiva de género en el urbanismo. En este proyecto, nuestro rol es asesorar en los procesos participativos para diseñar ese urbanismo. Nos centramos mucho en chicas jóvenes, en rediseñar y recuperar espacios que no consideran seguros. Hemos hecho dinámicas de participación para identificar elementos como la luz, la seguridad, la visibilidad, la cercanía. Algo que surgía mucho de ellas –no de ellos– es que quieren independencia, pero también quieren disponer de la garantía de poder pedir ayuda si es necesario. Así, hemos propuesto mapas de luz, paseos acompañados y derivas urbanas de una forma juguetona que siempre tenemos, de empezar a vivir las ciudades y relacionarnos con ellas desde otros roles, como visualizar dónde aparcar un carrito de bebé, porque ayudan a ver esa perspectiva. En este y otros proyectos usamos mapas de posicionamiento. En los centros escolares le damos uno a cada alumno, marcan dónde se distribuyen en el patio. Al superponerlos es evidente que las chicas y sus puntos morados están en la periferia, circulando en torno a él. Y los puntos verdes de ellos están en el centro, jugando al fútbol. Al verlo, las chicas de un instituto dijeron: “Qué vergüenza”. No habían sido conscientes de ello. Algunas escribieron una carta a la dirección reclamando eliminar el fútbol dos días a la semana para hacer sus bailes o sentarse en medio, y lo consiguieron. Hacemos mucho esos trabajos para que sean conscientes de dónde se sitúan y cómo, pues influye en que los roles permanezcan y se repliquen: si toda tu vida estás en la periferia, ¿en qué momento vas a reclamar el centro? Al profesorado le decimos mucho que hay cambios que no necesitan de mucha financiación porque pueden venir de la gestión.

    Arriba: Auto-parque de diversiones en São Paulo. Abajo: Auto-cole con tubos y Auto-cole con troncos.
    Arriba: Auto-parque de diversiones en São Paulo. Abajo: Auto-cole con tubos y Auto-cole con troncos.

    “Auto-parques” o “Auto-coles” transforman espacios reutilizando materiales. En ellos usáis la arquitectura como un proceso colectivo abierto para proponer herramientas que mejoren nuestra vida.

    Ambos tienen los pilares fundacionales de Basurama aplicados al vecindario o a la comunidad escolar: identificar recursos y materiales asociados a esa comunidad; participación activa en el diseño y la construcción del espacio; generación de red y mantenimiento a futuro a través de los aprendizajes hechos. El proceso es muy importante, es donde se da la transformación, donde las variables ambientales atraviesan las prácticas y ponen en juego el discurso del cambio de mirada sobre la basura: reflexionar sobre nuestra sociedad de consumo, sobre de dónde viene la basura y a dónde va, porque no desaparece, acaba en algún lugar, en el cuartito de las escobas, en el sótano, en Valdemingómez o Pakistán. Hemos trabajado mucho de abajo arriba, de las comunidades al escalón institucional, pero el libro “Patios silvestres” –el cual recoge recomendaciones para diseñar espacios exteriores en escuelas– nace de “Auto-coles” y de la necesidad de trabajar de arriba a abajo, de poner en manos de los técnicos de la administración instrumentos para avanzar hacia lo que demanda la ciudadanía, porque muchas veces no dialogan. Cuando empezamos con la transformación de patios, nos dimos cuenta de la poca transparencia hacia los centros y sus comunidades sobre sus derechos respecto al patio, quiénes eran los responsables de la transformación y del mantenimiento. No existía una definición de patio escolar, había carencias técnicas, administrativas y legales que era mejor suplir con un proceso mediado participativo con docentes, alumnado y técnicos municipales. Basándonos en él, hicimos propuestas a la administración. A veces sí hay vocación de cambio, pero no se sabe cómo hacerlo. Colaboramos con el abogado ambiental Jaime Doreste para trasladar los resultados a un lenguaje que él entendiera y pudiera incorporar, para que esté legalmente estipulado y no dependa del signo político o de un técnico con vocación: que el alumnado tenga más de tres metros cuadrados de patio, con agua y un 30% mínimo de superficie verde. Los patios son ambientes muy controlados, hay un movimiento de apoyo fuerte en ellos, son microlaboratorios donde empezar a reverdecer las urbes, donde hay muchas mejoras posibles. Estamos a los dos niveles: avanzar hacia un cambio administrativo y legal, y desde la práctica y la base ciudadana.

    “Si toda tu vida estás en la periferia, ¿en qué momento vas a reclamar el centro? Al profesorado le decimos mucho que hay cambios que no necesitan de mucha financiación porque pueden venir de la gestión”

    Mónica Gutiérrez Herrero

    Habéis hecho manuales para construir parques infantiles con material usado.

    Desde los ecologismos se habla de generar nuevos imaginarios. Se crean más desde lo local: ser consciente de tu capacidad para transformar el medio que te rodea a través de reutilizar materiales en colaboración con tu comunidad, o el vecindario. En ocasiones el discurso ambientalista es catastrofista, debemos compensarlo, nos aleja del problema: “Para los tres días que quedan de mundo, no voy a recoger los vasos de la fiesta”. Pero hay que recogerlos, y con ellos, a lo mejor, hacer una balsa. Pensar esas otras posibles maneras. Nosotros trabajamos siempre con lo existente, lo que hay de real hoy. Los manuales ayudan a la gente a emanciparse, a ser independiente, a organizarse, a cambiar los lugares, permiten generar pensamiento crítico, replicar el cambio y ser generadores de él. En Basurama muchas veces somos un motor de generación de cambio, aunque lo ideal es que nos copien: cuantos más motores, más cambio. Cuanto más haya, más se verá y más probable será que la gente crea en otras maneras de construir espacio público, ciudadanía y cultura. La cultura también se construye desde la base ciudadana, a veces se olvida desde las instituciones. Creemos que es hora de crear nuevas tradiciones en la generación de cultura y nuevas narrativas ecologistas, que han hecho muchísimo, como las luchas ecologistas, pero necesitan de otros discursos porque a veces no funcionan o están copados.

    La teoría y el dato muchas veces paraliza, pero en el corazón de vuestro hacer está que las prácticas sean las que nos transformen.

    Decimos que la teoría nos la pasamos por la práctica, porque a aprender se aprende haciendo. Cuanto más hagas, más aprendes. Está en todos nuestros proyectos. En los laboratorios no se juzga, a veces ese es el problema en discursos más teóricos, de los medios o educativos. Y no, cada uno tenemos que encontrar nuestra forma de hacer y de ser. Para eso es importante tener un conocimiento e información que te permita moverte en las contradicciones del mundo. El arte es una herramienta que posibilita ser más consciente de que las cosas no están bien o mal, sino que hay muchas que son preguntas. Y si no tienen respuesta, no pasa nada, te permiten pensar posibles respuestas, aunque no des con una. O avanzar hacia un lugar que no será una solución, pero sí un camino. Por eso hablamos mucho de procesos, laboratorios y prototipos. Permiten generar pensamiento crítico; para nosotros es uno de los principales motores de cambio.

    William Michael Harnett: “Objetos para un rato de ocio”, inspiración para “Ocio menos consumista. Versiona Thyssen”.
    William Michael Harnett: “Objetos para un rato de ocio”, inspiración para “Ocio menos consumista. Versiona Thyssen”.

    Tenéis dos proyectos educativos con grandes museos, “Deslizar”, con el Museo del Prado, y “Ocio menos consumista. Versiona Thyssen”, con el Museo Thyssen. ¿Son una línea museística?

    No ha sido buscado. Vemos la basura como una etiqueta que se le pone a cosas que ya no deseamos o no sirven en unas circunstancias dadas. En todos los proyectos y talleres empezamos a pensar a través del material. Qué tenemos, cómo lo podemos manipular, cuáles son sus propiedades: duro, flexible, se puede soldar, unir con madera. En el Thyssen trabajamos con Alfredo González-Ruibal, antropólogo del mundo contemporáneo que hace mucha arqueología de la basura. En el Prado nos centramos en los formadores. Ha sido muy interesante el primer año y este segundo ves una incidencia y un cambio no solo en el alumnado, sino en incorporar los residuos a la clase para crear otras narrativas desde la literatura, la lengua, el arte. También ha servido para visibilizar. El primer año trabajamos con la basura del comedor, hicimos banderas que se pusieron en un acto muy bonito. Bajamos las de las comunidades autónomas e izamos las de los residuos y productos que comían. Nos dimos cuenta de que comían lentejas de Canadá. Los niños flipaban y preguntaban: “¿Dónde está Canadá?”. Así, a través de la basura, hablamos de cosas que nos unen: identidad, globalización, flujos de materias, producción, consumo. Somos lo que tiramos, lo repetimos hasta la saciedad.

    Vuestras prácticas están en las antípodas de la típica crítica que se le hace al mundo del arte contemporáneo, de ser elitista y no conectar con la sociedad. ¿Cómo se percibe vuestro trabajo desde el arte?

    Es importante diferenciar arte y mercado del arte. Las esferas del mercado del arte, a lo mejor, no entienden este tipo de prácticas de utilizar el arte para la mejora social o con vocación de transformación. O no las entienden de la misma manera. Nosotros siempre nos movemos en varias aguas, no nos asentamos en ningún ámbito porque estamos en todos, empleamos lo que consideramos mejor en cada proyecto. Proyectos como “Agostamiento” conllevan activismo comunitario, un proceso de arte espacial y social que revierte en una exposición en una sala de arte contemporáneo, Matadero. Nuestra práctica es lo que pueda mezclar todo eso.

    “Vemos la basura como una etiqueta que se le pone a cosas que ya no deseamos o no sirven en unas circunstancias dadas. En todos los proyectos y talleres empezamos a pensar a través del material. Qué tenemos, cómo lo podemos manipular, cuáles son sus propiedades”

    Mónica Gutiérrez Herrero

    En Southwark School Philadelphia habéis colaborado cinco años en varias intervenciones, para transformarlo en un entorno de aprendizaje más verde y construir espacios para el diálogo y el encuentro de las familias.

    Nos contactaron para intervenir el patio. Uno de los problemas era la integración de un porcentaje alto de migrantes sin papeles, principalmente mujeres, que llevan a los niños al colegio pero no se integran porque en Estados Unidos si no tienes papeles no puedes tener un registro de penales, y entonces no puedes entrar al recinto del cole aunque lleves veinte años viviendo allí. Por tanto, aunque quisieran involucrarse en la vida escolar de sus hijos, como ir de voluntarias a una excursión, no pueden. Esperaban cerca de la puerta, de pie. Pedimos que nos cedieran una parte de acera del colegio y planteamos un intervención con ellas creando una zona para sentarse a esperar a sus hijos con plantas de los orígenes de donde proceden: México, Bangladesh, Birmania, etc. Generó vínculos muy bonitos, cada día hacía la comida una de ellas y un punto de unión potente fue que todas cocinaban con picante, se reconocieron en el cocinar y en los sabores, con diferentes especias. A partir de ahí hubo mucha complicidad. Siempre ponemos de manifiesto el comer no por comer, sino por reunirse en un espacio común donde nos relacionamos de forma más abierta y menos formal.

    Southwark School Philadelphia, entorno de aprendizaje verde, espacios para el diálogo.
    Southwark School Philadelphia, entorno de aprendizaje verde, espacios para el diálogo.

    También impartís talleres. ¿Cómo lo planteáis?

    Como experimentación pura y dura: qué hay, qué podemos hacer, y empezar a jugar sin demasiadas expectativas desde un nivel muy amplio. Ahí las ideas vienen de empezar a hacer juegos: ocupar espacio, desocuparlo, ordenar, separar, trabajar con el material y pensar con él. Otra clave es pasarlo bien, se aprende mucho más que si lo pasamos mal y se piensa mucho mejor. En todos los talleres a diario se hace una minievaluación de lo que salió bien, o mal, y cómo aplicar esos conocimientos al día siguiente para ayudarnos. Al final hay muchas ideas comunes y podemos generar colaboración en vez de competencia, algo fundamental para resolver problemas. Ningún problema hoy, con lo complejos que son, se resuelve desde una sola perspectiva, sino desde perspectivas multifactoriales y multiactorales. Como artistas ejercemos un rol de mediador, poniendo en común diversas disciplinas, trabajamos con sociólogos, antropólogos, investigadores, artistas, asociaciones, de todo.

    Ahora muchos eventos culturales se suben al carro de la sostenibilidad. ¿Es todo tan sostenible?

    Evidentemente no. El discurso generalista sobre sostenibilidad muchas veces dificulta cuestionar nuestro modelo de consumo. Me preocupa que nos olvidemos de que el problema es estructural, del modelo de desarrollo socioeconómico que hemos creado. Deberíamos empezar a pensar en cómo transitamos a otro. Lo sostenible muchas veces no es usar algo compostable de “usar y tirar”, sino lavar un vaso, algo inventado. Si no, seguimos en el mismo esquema de consumo. Por ejemplo, cuando ponemos 3000 vasos compostables en un evento. Acabarán tirados.

    ¿Cómo se pueden incorporar prácticas más sostenibles en el sector cultural?

    El problema a menudo es la precariedad y asumir otra carga de trabajo más. Sería interesante hacer mesas de diálogo para diseñar cómo integrarlas sin ser una presión adicional. A nivel administrativo se podría apoyar el diseño de esas transiciones en los diferentes sectores y escalas. No se puede aplicar lo mismo al Thyssen, al Prado, a nosotros o a un colectivo de teatro independiente. A nivel administrativo hemos trabajado para que los contratos públicos no solo se rijan por criterios económicos, sino también por ambientales y sociales. Es importante tener proveedores responsables, de la Economía Social y Solidaria, etc., pero si a nivel estatal se apoyase más, se generaría más movimiento.

    “Sería importante integrar el arte ciudadano para la mejora social, o la cultura ciudadana, en las políticas públicas. Quienes trabajamos en este sentido estamos creando imaginarios que permiten a otros querer llegar a ellos... Crear esos imaginarios a través del arte hace que mucha más gente sea permeable a desear ese cambio”

    Mónica Gutiérrez Herrero

    ¿Cómo se podría ayudar a más agentes culturales a valorar el arte como una herramienta de transformación social y ambiental?

    Sería importante integrar el arte ciudadano para la mejora social, o la cultura ciudadana, en las políticas públicas. Quienes trabajamos en este sentido estamos creando imaginarios que permiten a otros querer llegar a ellos. Lo notamos, es de las cosas más bonitas que nos pasan. Crear esos imaginarios a través del arte hace que mucha más gente sea permeable a desear ese cambio. Ahí es donde entran los gestores culturales, los centros, institucionalidades, colectivos y la ciudadanía de a pie más alejada de esto, que igual no accede a un museo de arte contemporáneo. Las instituciones tienen que hacer un apoyo real para que la ciudadanía pueda construir cultura a nivel local. Ahí se generan otros imaginarios que trascienden a más lugares. Las instituciones cada vez son más permeables, tienen más clara su dependencia con el otro, algo que, como seres individuales, quizá tenemos menos.

    Cuando comenzasteis, la preocupación por el plástico y los residuos apenas estaba instalada en la sociedad. ¿Cómo se ha ido aceptando vuestro trabajo a medida que esa conciencia se ha ampliado?

    No sabría responder porque a veces intentamos ir por delante, estar muy abiertos a las necesidades y a los siguientes pasos. Hoy está mucho más en boca de todo el mundo y se acepta, aunque a veces se tiende a una simplificación. Es verdad que se tienen menos estigmas con la basura, aunque siempre nuestro trabajo ha sido mucho más aceptado fuera de España. ∎

    Etiquetas
    Compartir

    Contenidos relacionados