Charlie (Brendan Fraser) es un hombre que pesa casi trescientos kilos. Trabaja desde casa, dando clase de literatura, manteniendo apagada la cámara de su ordenador para no mostrar su verdadero rostro. Su difícil situación, agravada por una reciente depresión, solo mejora de forma momentánea cuando recibe chequeos puntuales de su amiga Liz (Hong Chau), una enfermera que lo acompaña en lo que ella cree que serán sus últimos días de vida. Al borde de la desesperación, Charlie intenta contactar y recuperar la relación con su hija Ellie (Sadie Sink), a la que abandonó hace ocho años y que se ha convertido en una adolescente problemática. También recibe las intermitentes visitas de Thomas (Ty Simpkins), un misionero que pretende salvarle utilizando las enseñanzas de la Biblia y de su particularísima secta.
Darren Aronofsky, director de cine nacido en Brooklyn, Nueva York, y autor de películas como “Réquiem por un sueño” (2000), “El luchador” (2008) o “Cisne negro” (2010), se enamoró de esta historia cuando era una pequeña obra de teatro del off-Broadway. Escrita por Samuel D. Hunter –autor, además, del guion de la película–, durante años fue un proyecto que abandonó y retomó en varias ocasiones. Incluso se llegó a hablar de una adaptación con Tom Ford como director, sin Aronofsky en el equipo, en la que James Corden sería el actor principal. George Clooney también se llegó a mostrar interesado, pero ninguno fue capaz de enamorarse del proyecto como Darren, quien todavía recuerda en las entrevistas de promoción las lágrimas que derramó la noche que conoció la historia de Charlie.
Durante diez años, la historia se quedó en un cajón, esperando al actor adecuado para levantar con sus hombros el peso literal y figurado de esta adaptación. Ese hombre resultó ser, contra todo pronóstico, Brendan Fraser. El protagonista de películas como “George de la jungla” (Sam Weisman, 1997) o “La momia” (Stephen Sommers, 1999) vivía una situación que muchos actores conocen. Se encontraba –excepto por algún papel secundario como su intervención en “Sin movimientos bruscos” (Steven Soderbergh, 2021)– al margen de las primeras ligas, habiendo olvidado su éxito en los noventa, centrado en el presente y sin querer recordar tiempos mejores. Durante años le había dado la espalda a Hollywood, buscando quizá un proyecto como este, que removiese de nuevo su amor por el oficio. Lo que seguramente no esperaba es que ahora estemos hablando de un más que posible Óscar.
El resto del reparto también incluye otras historias de superación. Por ejemplo la de Ty Simpkins, otro actor que pese a su corta edad había dejado de actuar, desencantado con la crudeza de la profesión. Mary Vernieu, la directora de casting de “La ballena”, encontró su perfil unos días antes del inicio de los ensayos –que duraron más de tres semanas, otro de los secretos del éxito de la película– y encajó al instante con lo que Aronofsky y los productores buscaban. Sadie Sink interpreta a Ellie, la hija adolescente con la que Charlie busca reconciliarse. Más conocida por su papel de Max en “Stranger Things” (The Duffer Brothers, 2016-), es capaz de otorgar a su personaje numerosos matices y de ofrecer en su trabajo compasión y amabilidad a través de un ser humano roto y con trazos de auténtica maldad. Hong Chau es otra de las enormes sorpresas de este relato, una actriz estadounidense de origen tailandés y padres vietnamitas que conocimos en “Una vida a lo grande” (Alexander Payne, 2017).