Parece salido de una banda de rock gótico, pero es uno de los filósofos más personales del momento. Divertido, ocurrente y con conexiones con la cultura pop, en su último ensayo, “Reciclar la ecología”, Timothy Morton vuelve a romper esquemas, esta vez, sobre cómo comunicar la emergencia climática.
Timothy Morton (Londres, 1968) es un filósofo y ecologista atípico, ocupa la cátedra de Shea Guffey Chair en la Rice University de Houston, pero, por su estética, podría ser un exmiembro de Sisters Of Mercy. Su erudición filosófica, literaria, artística, musical, ecológica, arquitectónica, sobre diseño, o alimentación, lo convierten en una rara avis; un pensador inclasificable que implosiona categorías de la sostenibilidad (naturaleza, ecología, cambio climático, antropoceno) hibridando universos aparentemente irreconciliables para confrontarnos con la relación antropocéntrica y patriarcal que mantenemos con la Tierra y sus especies.
Junto a Graham Harman, Ian Bogost y Levi Bryant, forma parte del núcleo de la Ontología Orientada a los Objetos, movimiento filosófico promovido por Harman en 1999, que reinterpreta antiantropocéntricamente el entorno, los objetos y las jerarquías para entender nuestra interdependencia con los demás seres, incluso con los no vivos: “Conducimos usando partes de dinosaurios triturados”, dijo Morton, refiriéndose al petróleo, en “El pensamiento ecológico” (2010; Paidós, 2018), uno de los numerosos ensayos que le sirven de catapulta para la crítica cultural verde.
El autor ha publicado recientemente “Reciclar la ecología” (2018; Reservoir Books, 2021), otro ejercicio de pirotecnia intelectual, en esta ocasión, dirigido a quienes no leen libros sobre ecología, ni creen que les importe lo más mínimo. Porque unos de los ejes de este nuevo artefacto es persuadirnos de que no tenemos que ser ecológicos, porque ya lo somos, por muy indiferentes o refractarios que seamos a esta cuestión.
La aproximación de Timothy Morton al pensamiento ecológico se denomina “ecología oscura”, término que desarrolló en su libro “Ecología oscura. Sobre la coexistencia futura” (2016; Paidós, 2019), un medio filosófico para expresar la ironía, la fealdad y el horror de la ecología. Considera que la naturaleza es un concepto creado por el hombre que separa a los humanos de los no humanos. Pero todos los seres estamos siempre implicados en lo ecológico, lo que nos debería llevar a reconocer esa diferencia coexistente para enfrentar la catástrofe que, según alega, ya ha ocurrido.
Al preguntarle a Morton cómo le explicaría a un niño qué es la “ecología oscura” (tiene un hijo, Simon, de 10 años), responde: “No es necesario que la comprenda. Depende de los adultos, como yo, cuidar de la biosfera por él”. En el primer capítulo de “Reciclar la ecología”, titulado “Y puede que te encuentres viviendo en una era de extinción masiva”, hace gala de este posicionamiento, señalando que el planeta ha vivido cinco extinciones: “La quinta se llevó de un plumazo a los dinosaurios y fue causada por un asteroide. La extinción del Pérmico-Triásico fue causada por un calentamiento global que se llevó por delante casi todas las formas de vida”. En estos momentos, vivimos en la sexta extinción, provocada por el cambio climático; los humanos somos una de las miles de especies candidatas a desaparecer.
Pero, lejos de querer aterrorizar, el pensador pretende movilizarnos con amor, ternura y una especie de concepción budista del desastre, pues respiramos gracias a una catástrofe ambiental llamada oxígeno: “La Gran Oxidación tuvo lugar porque el oxígeno es un residuo bacteriano”, nos recuerda. Dicho de otro modo: una consecuencia no buscada del éxito reproductivo de las bacterias anaeróbicas que envenenaron su entorno con él, mucho antes de que los humanos lo contaminasen: “Esto no significa que los humanos deban destruir su entorno porque tengan éxito reproductivo, o porque la destrucción sea inevitable”, apostilla. Pero lo cierto es que al final estas bacterias evolucionaron para esconderse en otros organismos unicelulares que se volvieron mitocondrias (las células de los animales) y cloroplastos (las células de las plantas). Una reflexión “mortoniana” fiel al mantra que repite en su nuevo libro: “Lo importante no es lo que piensas, sino cómo lo piensas”.
En las páginas de “Reciclar la ecología”, Morton cuestiona la tendencia a abusar de los datos y de la distancia científica para reflexionar sobre el medio ambiente, generando culpabilidad y sermoneando. “Hacemos que la gente se sienta estúpida y malvada la mayor parte del tiempo: ‘No conoces esta estadística y eres muy malo porque vuelas en aviones’. Llamar a alguien ‘estúpido’ no es el mejor punto de partida para hacer cosas. En cambio, me gusta dar a la gente la emoción equivalente a haber aceptado que estas cosas son realmente importantes”, explica.
Para activar esa emoción, articula un relato liberador que dinamita los marcos convencionales desde los que se entiende la ecología, invitando a comprender la biodiversidad, incluso la sexta extinción, experimentándolas, aunque sea desde la indiferencia. “Quizá algunos de nosotros nos equivocamos en el modo de preocuparnos: somos demasiado agresivos, demasiado melancólicos, demasiado violentos. Heidegger afirmaba que incluso la indiferencia es una forma de cuidado. Quizá la propia indiferencia apunta a una forma de cuidado con los humanos tanto como con los no humanos, menos violenta, simplemente dejándoles existir”, señala.
Y puesto que nunca podemos agotar el significado de un poema, ni de una pintura, o de una pieza pieza musical, para Morton son una “puerta”. Por ello se vuelve a servir, en este ensayo, de la música (instrumentos, canciones, letras de Sex Pistols o Talking Heads, entre otros) como metáforas y herramientas, comparando la biodiversidad con una sinfonía. Algo orgánico en él (nunca mejor dicho), porque conectar la ecología con la música se remonta a su infancia: “Mis padres eran músicos y crecí rodeado de música. Hay mucha música en lo que escribo. Cuando tenía cuatro años, mi mamá me regaló el libro ‘S.O.S Save The Earth’, publicado por la UNESCO. Aún lo conservo”. Sus padres se separaron cuando era muy pequeño. Durante un tiempo, su madre (perteneciente a la nobleza galesa) dependió de la asistencia social para mantenerse con tres hijos. A su padre lo ha descrito alguna vez como “Jack Nicholson en ‘El resplandor’”. Aunque no encajaba bien en la escuela, consiguió una beca en la prestigiosa St. Paul’s School. Acabó licenciándose y doctorándose en Oxford.
“Reciclar la ecología” también está salpicado de cultura popular y referencias poéticas o artísticas a través de las cuales deconstruye con acidez la crisis ecológica derivada del antropoceno. Para ello, se sirve de Kant, Hume, Hegel, Nietzsche, Gilles Deleuze, William Blake, Marx, Freud, Heidelberg, la fenomenología, la hermenéutica, el budismo y la teoría cuántica. Pero también del humor: “La conciencia ecológica no puede ser pura, santa e inmaculada. ¿Por qué no puede haber una ecología para el resto? ¿Para aquellos que no saben cómo hacer camping al aire libre y prefieren aislarse con los cascos y escuchar música gótica durante toda la mañana? ¿Cuándo podemos empezar a reír, no solo de una forma sana y fuerte, sino también con ironía, con sentido del ridículo, con desmesurada sensación de alegría? ¿Cómo sería un chiste ecológico?”.
Al preguntarle si conoce algún chiste sobre la sexta extinción, no responde, pero en su ensayo da buenas muestras de cómo usar la ironía para romper esquemas a los ecologistas de estilo auténtico, religioso y eficiente: “Cuando el Ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels escuchó la palabra ‘cultura’, agarró su pistola. Cuando yo escucho la palabra ‘sostenibilidad’, me pongo a buscar mi protector solar”.
El arte es un elemento tan recurrente en la obra de Morton como la belleza, entendida en un sentido muy poco convencional. Ambos ayudan a sintonizar con la emergencia climática al experimentar algo mágico y misterioso sobre nosotros mismos: “Cuando experimento la belleza, coexisto con al menos una cosa que no soy yo, una cosa que no tiene por qué ser consciente o viva, de manera no coercitiva”. Y cuando coexistimos, según Morton, nos solidarizamos.
Hans Ulrich Olbrist, célebre curator y actual director de arte de la Serpentine Gallery, fue uno de los primeros en citar sus ideas. Ha colaborado con muchos artistas, como Haim Steinbach, Emilija Skarnulyte, u Olafur Eliasson, en su instalación “Ice Watch” en 2015 en París –ya estrenada en Copenhague en 2014 y luego también mostrada en 2018 en Londres–, formada por ochenta toneladas de hielo de Groenlandia transportadas al exterior del Panteón de París, dispuestas en doce bloques gigantes en círculo, representando un reloj, donde la gente podía subirse, sentarse o tumbarse, perfectamente visibles por los representantes de la COP21 (la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, de donde salió el Acuerdo de París) durante los trece días que duró. Como si les estuviera susurrando: “El hielo se derrite y el tiempo se nos acaba”.
Parte de ese proyecto era documentar cómo las personas interactuaban con el hielo; incluso se impartió un ciclo de conferencias titulado “Façonner l’avenir”. Morton y Eliasson grabaron una conversación semanas antes en Seúl, sobre ecología y arte, a la que asistieron mil personas, que se emitió allí. “El encuentro con esa instalación, era en cierto modo un diálogo con los bloques de hielo, como una suerte de estructura temporal, no una charla unidireccional. Una de las razones por las que nos encontramos en este desastre llamado ‘calentamiento global’”, dice en su libro a propósito de la experiencia.
Aunque Morton considera fundamental el arte para comprender nuestra relación con lo no humano, opina que falla cuando solo transmite datos ecológicos, al no ser suficientemente artístico: “Porque la experiencia estética trata de la solidaridad con lo que nos es dado, sin ninguna razón, sin ningún propósito particular, como la evolución, como la bioesfera”, sentencia en su ensayo.
“Realmente no me importa mucho si los académicos leen mi libros”, me confiesa. “Ya lo hacen muchos adolescentes, la Generación Z, también activistas y algunos artistas y arquitectos”. Y es que Morton expande su filosofía ecológica como nadie antes lo hizo. Un ejemplo paradigmático de ello es su relación con Björk. Pero mucho antes de que ella le escribiese confesando que adoraba sus libros –una correspondencia vía e-mail publicada hace unos años en el catálogo de la exposición que el MoMA dedicó a la cantante–, él ya era un gran fan de la islandesa, a quien atribuye una influencia profunda en su pensamiento y en su vida, por la sensación de intimidad inquietante con otras especies de sus canciones y vídeos. Así como por la fusión de estados de ánimo: ternura, horror, rareza y alegría, que es lo que el filósofo considera: “El sentimiento de conciencia ecológica”. De hecho, su icónica canción “Hyperballad” inspiró a Morton su concepto más notable y controvertido, los “hiperobjetos”: objetos distribuidos de manera tan masiva en el tiempo y en el espacio que trascienden la localización. Como la energía nuclear, el cambio climático, el coronavirus, o el plástico: “Los diseñadores deben ser bastante cuidadosos con aquello que crean. A lo mejor, deberían pensar al menos en varias escalas temporales cuando trabajan”, comenta en su ensayo. “Darse cuenta de que hay un montón de formatos temporales diferentes es básicamente de lo que trata la consciencia ecológica. Equivale a darse cuenta de una manera profunda de la existencia de seres que no son tú, con quienes coexistes”.
En esta expansión transdisciplinar, Morton también ha colaborado con Pharrell Williams, ha aparecido junto a Jeff Bridges en la película sobre el calentamiento global “Living In The Future’s Past” (Susan Kucera, 2018); incluso ha realizado incursiones en la ópera –el libreto de “Time, Time, Time” (2019), de Jennifer Walshe–. “La dimensión estética es un peligro necesario, una pequeña zona fascinante de sintonización, sin la cual no podríamos saber que existe un extraño vacío entre lo que las cosas son y cómo se nos aparecen, que es a su vez la razón por la que tratamos a los seres que llamamos ‘personas’ como fines y no como medios, porque los usos que tú puedes hacer de mí no se agotan en mí del todo. Mediante esa sintonización, consigo descubrir que mi espacio interior es infinito”, sostiene.
Pero que nadie piense que hibridar disciplinas con la ecología para “sintonizar” es completamente fortuito: “Me di cuenta de que estos enfoques podrían crear una experiencia mejor que los hechos porque estudié muchas teorías de ideología y propaganda en la universidad. Todas las ideas, como las herramientas, o las botellas de vino, tienen formas especiales de ser manejadas. La palabra para ‘ayudas gubernamentales’ en los Estados Unidos es ‘asistencia social’, lo que hace que suene a caridad. En el Reino Unido es ‘seguridad social’, que suena más importante y agradable. Hemos recogido a tantos verdaderos creyentes en la política ecológica como nos ha sido posible. Pero necesitamos siete mil millones de personas pensando en estas cosas”, explica Morton.
Para el escritor, el carisma es el combustible de esa sintonización. Nos hace dudar y preguntarnos “¿qué significa esto?”. Cuando alude a cómo la gente, en 1970, se quedó maravillada con las grabaciones de los cantos de las ballenas, escribe: “En términos de ‘carisma’, significa que algunos de nosotros estamos sometidos a un campo de energía emitido por el canto de las ballenas. El hecho de que en mi ocupación (la academia) esto sea del todo inaceptable, una forma de describir lo que ocurrió que se pasa de castaño oscuro, constituye una penosa pero excelente paradoja. Uno no puede decir solo que las cosas ocurren por vibraciones. Eso es lo que afirman los hippies. Y nosotros no somos hippies. Somos unos chavales molones que visten de negro, a los que no se les ocurriría ir vestidos con lo que un cómico denominaba esos ‘multicolores ropajes vagamente étnicos que no se ajustan bien’. Nos pasamos la mayor parte de nuestro tiempo intentando no parecernos a Yoda”.
“Reciclar la ecología” se lee con la “extrañeza” y “seriedad juguetona” que Morton reivindica para sintonizar con nuestro entorno, con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro, sabiendo que todas las soluciones presentan fallos en un sentido u otro. “Un cuidado expandido, un cuidado con el halo de la despreocupación, es más probable que acoja otras formas de vida bajo su paraguas, porque está menos enfocado hacia la mera supervivencia. La diferencia que a veces trazamos entre el egoísmo y el altruismo está hecha desde una perspectiva del cuidado demasiado simplificada”, pues mantiene que la ecología instalada en el “¿Qué será de nosotros?” está más abrumada por el cuestionamiento sobre el lugar que los humanos ocupan en el planeta que por comprender nuestro entorno.
Casi al final de la lectura, reconoce que si no consigue respaldar esa idea del “cuidado expandido”, su libro habrá sido una enorme pérdida de tiempo. Definitivamente, Morton no ha perdido el tiempo, ni lo hacer perder. Al contrario, sus reflexiones se expanden en el espacio-tiempo como uno de sus hiperobjetos. ∎