Nadie podrá decir que 2020 no ha sido 2020 hasta el último minuto: el 31 de diciembre, unas horas antes de atravesar mental y temporalmente lo que separa un año fatídico de otro que promete estar a la altura, el mundo de la música se enfrentó a su último gran trauma. La mujer de MF DOOM (1971-2020), Jasmine, anunciaba en Instagram su muerte “en diferido”.
“Hizo la transición el pasado 31 de octubre”, reza el texto, evidenciando el supuesto desfase temporal entre el fallecimiento y la revelación del suceso. El desconcierto se hizo genérico en las últimas horas del 2020 y los sentimientos a flor de piel se notaron desde todos los ángulos del ecosistema hip hop: Questlove, consternado; Flying Lotus, escribiendo unas sentidas líneas que se observaban improvisadas; DJ Premier, incapaz de articular palabras consistentes. Ellos, entre otros muchos, han creado en las últimas horas una cascada de homenajes que remarcaban la indiscutible influencia de DOOM.
Tienen toda la razón: la causa de la muerte no ha sido esclarecida y el lapso de tiempo entre la nota pública y la muerte del MC no ha hecho más que amplificar la confusión, dejando entrada a las interpretaciones alternativas y agudizar el dramatismo del hecho en sí mismo. Para todos los que estamos en esto, 2020 será siempre (y además) el año que nos quitó al “último gran mito del rap”.
La tendencia hacia las realidad es alternativas en la música afroamericana comienza, objetivamente, cuando Sun Ra decide renunciar a la influencia e importancia del catolicismo en su discurso musical. Reniega, como un pagano, de la religión, aunque no de la espiritualidad. No existe ninguna deidad por encima de él, y el peso recae en el espacio exterior.
Después, más adelante, existen episodios como el de Blowfly (el alter ego perverso y vicioso de Clarence Reid); está la figura de Melvin Van Peebles, padre de la blaxploitation o cine de serie B afroamericano, quien introduce la cinematografía en su discurso musical; y tenemos a Prince intentando controlar su compulsión creativa e inventándose proyectos, pseudónimos y personalidades para dar salida a todo lo que componía.
DOOM no era exactamente un alter ego de Daniel Dumile. Más bien, DOOM era en lo que se había convertido Daniel Dumile. Hay que remontarnos a finales de los 80 para dar con la historia que esconde al enmascarado. De origen británico, el joven Dumile transitaba rapeando y pintando grafitis en Long Beach (Nueva York) con su hermano pequeño Dingilizwe. Ya en los 90, ambos habían cambiado sus denominaciones a Zev Love X y DJ Subroc, haciéndose llamar K.M.D. (Kausing Much Damage).
En 1990 firmaron un contrato con Dante Ross, el A&R de Elektra Records, planteando en poco tiempo su primer single (“Peachfuzz”) y su álbum debut, “Mr. Hood” (1991). Todo se truncó en abril de 1993 cuando su hermano fue atropellado cruzando a pie la autopista de Long Island. Aquella tragedia inesperada hizo hundirse al joven Dumile en una profunda depresión que transformó al MC en alguien más serio y enfadado. A la pérdida se sumaron los problemas con la discográfica motivados por la portada filtrada de su segundo álbum, “Black Bastards”, claramente conflictiva (el sello ya había sufrido polémica con “Cop Killer” de Body Count).
Dumile pasó un año intentando acabar casi en solitario ese segundo álbum como homenaje a su hermano (se cuenta que en su velatorio el joven reprodujo el LP inacabado con un boombox), y la rescisión de contrato con Elektra agravó el trauma al no poder finalmente editar el trabajo de forma póstuma.
Tras aquello, Dumile desapareció de cualquier radar hasta 1997, cuando reapareció ya convertido en una versión embrionaria de MF DOOM. El sello Fondle ‘Em Records, dirigido por su amigo Robert “Bobbito” Garcia, lanzó sus dos primeros singles. Como dijo en la citada entrevista para ‘The Wire’, su personaje era una “mezcla de todos los villanos juntos”, algo así como una personalidad mutable que recordaba al Doctor Doom de Marvel. En la misma entrevista revelaba que en su juventud ya todos lo llamaban “doom” como un diminutivo de su apellido.
“Madvillainy” llegó cuando Stones Throw más lo necesitaba, en un momento en el que, tras varios fracasos editoriales, el sello se encontraba sin dinero para una oficina (teniendo que mudarse a un refugio antiaéreo de la era Eisenhower, al que bautizaron “Bomb Shelter”, que estaba ubicado en Mount Washington y que Egon, Jeff Jank y PBW usaban como casa, estudio y centro de operaciones) y con la única baza de un Madlib cada vez más descentrado.
“Madvillainy” fue concebido por dos figuras escurridizas: a Madlib, de hecho, su propio entorno cercano lo llamaba “The Unseen”. Dos personalidades que por naturaleza se alejaban de cualquier órbita que estuviera muy transitada, teniendo la tendencia común de encerrarse en ellos mismos. El productor californiano ya había experimentado otro síntoma que lo acercaba a DOOM: su propensión a los trastornos de personalidad. Quasimoto, inspirado en la obra del ya mencionado Melvin Van Peebles, era el mejor ejemplo.
Hablamos de un trabajo que sale de la cabeza de dos mitómanos: cuentan las historias que, en el atomizado proceso de creación de la primera versión del álbum, Madlib y DOOM se intercambiaron libros y textos sobre Sun Ra, el primer gran mito dentro de esa categoría que ellos encarnaban.
Las grabaciones (en las que, según DOOM, abundó la “telepatía” entre él y Madlib) estuvieron llenas de coincidencias divinas. Desde la forma en que Eothen Alapatt (Egon) se enteró del paradero de DOOM en Kennesaw (Georgia) hasta las artimañas que él y Peanut Butter Wolf tuvieron que poner en práctica para poder pagar el adelanto al MC por acceder a formar parte del proyecto, pasando por la filtración de la primera versión del disco tras el viaje de Madlib a Brasil (con la Red Bull Music Academy).
Existen pocos precedentes o contemporáneos a DOOM con los que podamos ejercer comparación: antes que él, Eazy-E (Niggers With Attitude) también fue un supervillano, aunque sin máscara, y en el mismo contexto destacaron Prince Paul, el Ghostface Killah de “Supreme Clientele” (2000) o Kool Keith. Citar aquí a Rammellzee, quizá el antepasado de todos los citados, se convierte en una obligación.
Aunque nadie como DOOM supo construir un discurso tan extrañamente emblemático. Sus letras estaban llenas de mentiras, de pavoneos ficticios, de alegorías y diálogos ubicados en algún lugar de su propia conciencia. En la supuesta realidad se comportaba igual: el misterio lo envolvía y tan solo encontrarlo era una epopeya. Sin apenas entrevistas o apariciones en público, DOOM era una leyenda urbana y clandestina de la que nada se sabía a ciencia cierta.
Hoy en día la influencia de “Madvillainy” no solo sigue viva en la segunda golden age del hip hop: artistas actuales como Earl Sweatshirt, MIKE, Armand Hammer o similares recurren al mismo campo semántico. Beats añejos, canciones que realmente son interludios o hilos narrativos psicóticos.
Ha desaparecido de la misma forma que apareció de la nada, entre sombras y desconcierto. Sus tribulaciones mentales, las cuales probablemente purgaba a través de sus dimensiones paralelas, construyeron un personaje que acabó llevando a Daniel Dumile a un viaje sin retorno. ∎