Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
Tras obedecer durante demasiado tiempo a expectativas externas, la cantautora (no solo) folk Alice Phoebe Lou quiso dejarse guiar por sus instintos en “Glow”, disco bajo la ineludible influencia del amor y el desamor y un aprendizaje lento pero seguro de los procesos de grabación analógicos. Tan orgullosa está del repertorio que en él se concentrará, en esencia, durante la gira que la traerá en unos días por España.
Alice Phoebe Lou era conocida por, entre otras cosas, su reticencia a componer puras, duras canciones de amor. Y entonces se enamoró. De ese proceso, también de su posterior desintegración, nació un álbum compuesto casi por necesidad, “Glow” (autoeditado, 2021), desprovisto de cordones sanitarios y cargado de intensidad creíble. Tras los estilizados “Orbit” (Rtbe F-L Groove Attack, 2016) y “Paper Castles” (autoeditado, 2019), la artista (no solo) folk suena aquí más cercana e imperfecta que nunca, en parte también por el giro hacia los procesos de grabación analógicos, que incluye (en la inicial “Only When I” y en “Dusk”) serios flirteos vocales con el altavoz Leslie, el artefacto giratorio por el que se filtró la voz de Lennon en “Tomorrow Never Knows”. En este notable repertorio se basarán los inminentes conciertos de la sudafricana en Madrid (31 de octubre, Independance), Valencia (1 de noviembre, 16 Toneladas) y Barcelona (2 de noviembre, La [2] de Apolo).
¿Empezaste a hacer canciones de amor por decisión o por necesidad?
Creo que, en realidad, fue más por lo segundo. Cuando te dedicas a componer canciones, sobre todo de cariz personal, no necesariamente ficcionales, cuesta elegir una materia: las canciones se presentan ante ti a raíz de lo que estés pasando en ese momento o la clase de emoción dominante en tu vida. Pero también cambió mi actitud hacia las canciones de amor. Me parecen algo poderoso. Si pones tu energía en ello y compones de forma vulnerable, o casi embarazosa, es posible que llegues a ayudar a alguien que pasa por lo mismo. El oyente reconoce la interpretación honesta de los sentimientos.
El repertorio parece cubrir todo el espectro de una relación, del éxtasis físico a los corazones rotos. ¿Es un disco de concepto, quizá de manera involuntaria?
Es involuntario, pero sí, se puede ver así. No suelo acercarme a los álbumes con la idea de contar una historia redonda y desarrollar un principio, nudo y desenlace. Sobre todo porque no me gusta intelectualizar los procesos en exceso. Pero al final acabó saliendo un disco en el que se observa un mismo tema, el amor, desde diversos ángulos, del colocón inicial al bajón final y la necesidad de reconocer que ese dolor no se puede negar, forma parte del amor. Todo surgió de una forma muy natural.
En tus primeros discos, todo sonaba bastante controlado. Este suena más visceral.
Siempre he tratado de dejarme llevar por mi flujo de conciencia, pero es cierto que antes tenía mucho más presentes mis limitaciones. Al no haber estudiado música, ni siquiera haberme propuesto esto desde muy joven… Sentía que debía demostrar algo todo el tiempo. Quería parecer interesante, parecer inteligente, gustar a la gente. Con este álbum he madurado hasta el nivel de ser capaz de, sin ignorar la existencia del oyente, componer solo desde mi perspectiva más íntima. Y disfrutar del proceso como una especie de terapia. Dejar que las letras fluyeran y no retocarlas en exceso, no hacerlas sonar más sofisticadas de la cuenta. Había versos que podían parecerme ingenuos o darme cierta vergüenza, pero me dio igual. Las dejé así porque eran la verdad.
¿Las expectativas de los fans también pueden ser una presión?
Esas expectativas están ahí también. Puedes sentirlas. Pero creo que mis fans han aprendido por fin a entender que estaré cambiando todo el tiempo. En mi opinión, es importante dejar respirar a los artistas y dejarlos pasar por distintas etapas en lugar de querer empujarlos a quedarse en un solo sitio.
¿Te costó mucho darte a ti misma ese permiso para cambiar, para abrazar otra forma de componer y también de interpretar, más cruda, más amiga del error?
Ese estilo más intuitivo estuvo muy ligado a la forma de grabar, que fue muy analógica, con cinta e instrumentos viejos. Grababa cada instrumento en una toma y dejaba vía abierta a las imperfecciones. Me gusta porque no estás mirando un ordenador; estás escuchando, porque empiezas a trabajar con la cinta y solo después llevas las pistas al ordenador. Este proceso ha abierto mis ojos a una forma más intuitiva de grabar. Al final son las imperfecciones las cosas que más me gustan de una canción.
¿Cómo te dejas llevar hacia esa forma tan distinta de trabajar? No sé si es algo que escuchas o algo que lees.
Siempre había apreciado los discos grabados de esa manera, pero daba por hecho que era como se hacían en los 60 y 70 y ya está. No entendía que todavía podías usar las mismas técnicas. Sin necesidad tampoco de ser extremadamente purista, de hacer exactamente todo con ese estilo, copiando y adoptando al milímetro. Puedes modernizarlo. Puedes incorporar lo moderno a lo antiguo. Todo esto lo descubrí un poco de forma casual: un amigo de un estudio, el teclista de The Whitest Boy Alive (Daniel Nentwig), quería deshacerse de una enorme y pesada máquina de cinta y yo decidí traérmela al salón de casa, donde grababa en esos momentos. Con ella hice “Witches” y, después, “Touch”, dos canciones que fueron como un puente entre “Paper Castles” y “Glow”. Ahora he montado un estudio propio con todas las cosas que necesito para conseguir el sonido que me gusta.
¿Cuánto tuvo que ver el confinamiento, toda la soledad forzada, en esta búsqueda de una mayor independencia a nivel artístico y técnico?
Desde que estalló la pandemia, empecé a componer de manera diferente. Como no necesitaba buscar emociones sobre las que hacer canciones –ya tenía muchísimas, como todo el mundo–, lo único que hacía era pulsar el botón de “grabar” y empezar a tocar. Me daba igual si algunos versos no tenían sentido. La mayoría, además, tenían todo el sentido. Accedía a partes de mi subconsciente que ni siquiera sabía que existían y lograba poner en palabras todas mis emociones. A nivel técnico, el confinamiento me enseñó que no necesitas demasiado para hacer una canción que la gente quiera escuchar. Quiero recordárselo a la gente joven: no hace falta invertir mucho dinero; solo tienes que abrir GarageBand y tener una buena energía y sentimiento.
¿Qué clase de música escuchaste durante el confinamiento?
A veces usaba la música para llorar, claro. ¡Para romperme en pedazos! Es muy útil desahogarse llorando de vez en cuando. Pero también necesitaba bailar sola o levantarme de buen ánimo por la mañana. Por eso escuché mucha música brasileña. También me dediqué a hacer inmersiones profundas en la obra de artistas a los que adoro, como Elvis Presley o Nina Simone. Tomé inspiración de gente que cantó canciones de amor cargadas de autenticidad.
En los últimos tiempos has tenido como vía de escape strongboi (un proyecto de pop cosmopolita con Ziv Yamin, colaborador suyo desde tiempos inmemoriales; toca batería y casi todos los teclados en “Glow”).
Todo el mundo me ha estado animando a usar el nombre de Alice Phoebe Lou para promover strongboi. Pero yo quiero verlo como algo separado, todo lo separado posible. Después de siete u ocho años haciendo música con mi nombre y dando entrevistas en las que cuento todas mis cosas, tener un proyecto musical menos personal es casi un alivio. Me permite expresarme de formas extrañas y oscuras. Estamos haciendo un montón de música.
¿Cómo serán los conciertos de tu inminente gira?
Hemos tenido la suerte de ir tocando desde agosto. Muchos grupos han movido todo al año que viene, lo que entiendo completamente. Yo seguí abriéndome paso. Algunos conciertos cayeron, pero los que todavía eran posibles, quería seguir haciéndolos. No porque me dé igual la seguridad de la gente. Creo firmemente en la vacunación y en contribuir entre todos a la seguridad de nuestras ciudades y comunidades. Pero es un momento importante para empezar a buscar formas creativas de reactivar la música y la cultura, igual que se está reactivando la restauración u otras industrias. Yo quería tocar en cuanto las restricciones lo permitieran. Y los conciertos han sido increíbles. Sobre todo toco temas del nuevo álbum, los que más me apetece tocar. Me gusta hacerlo así porque el público nota el entusiasmo y disfruta también más del concierto. Antes sonaba más a artista folk tranquila, pero ahora vengo con formato de banda indie rock. Por supuesto, bailo entre estilos: de las baladas podemos pasar a la furia rock’n’roll. Pero la formación es muy indie rock.
Por lo que tengo entendido, sigues tocando a veces en la calle, tu escuela musical. ¿Es algo que podría pasar en España también?
Sobre todo, sigo haciéndolo en Berlín (donde se mudó a los 19; ahora tiene 28). Cojo mi amplificador y mis baterías y me lo llevo todo rodando al parque o adonde sea. De vez en cuando, fantaseo con hacerlo también de gira. Pero, por ejemplo, desde el 29 de octubre, cuando toco en Lisboa, tengo un concierto cada día en una ciudad distinta durante cinco días seguidos. ¡Tampoco quiero cargar más la agenda! (sonríe). Además, en los conciertos me encargo del merch y me paso una hora o más firmando y vendiendo cosas. También soy medio tour manager. Es lo que tiene ser una artista independiente. ∎