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El músico francés se encuentra en uno de los momentos más dulces de su trayectoria. Su último disco, “Grand Prix”, no ha cesado de recibir parabienes y premios, llenando su cancionero de nuevos clásicos. Hablamos con él durante la exitosa gira por Francia con la que se está sacudiendo los fantasmas del confinamiento.
El pasado febrero, los premios Victoires de la Musique, emblema de la escena musical francesa, escogieron a Benjamin Biolay como mejor artista masculino de 2020, y “Grand Prix” (Polydor, 2020), su noveno álbum (sin contar bandas sonoras), como mejor disco. Es bien sabido que las premiaciones no siempre coinciden ni con la popularidad adquirida ni con la calidad deseada, pero, en su caso, se trata de distinciones totalmente merecidas. Por eso, valió la pena viajar hasta París para entrevistarlo poco después de su concierto del 2 de octubre en la sala Le Zénith Paris - La Villette; una de las muchas actuaciones que ofrecerá en el Hexágono hasta el próximo verano.
El músico nos recibió amablemente en su camerino. Equilibrado, atento, y con pinta de tenerlo todo bajo control. En persona es portentoso y atractivo, desprendiendo todavía cierta aura de enfant terrible. Viste cual pandillero, con su frondoso tupé canoso ahora tintado de rubio anaranjado, y para el bolo optó por el negro. A ratos, parece querer emular a su admirado James Dean. “¡Sí, lo intento! Trato de hacer lo correcto, pero definitivamente no dejaré un hermoso cadáver –confiesa jocosamente–. Es demasiado tarde para mí, me fui a otra dimensión con las personas que sobrevivieron. Cuanto más piensas en la muerte prematura, más te entristece el destino de jóvenes que, como Dean, Jim Morrison o Amy Winehouse, hicieron cosas maravillosas. Aún me quedan muchos años, por lo que no veo la vida de la misma manera”.
Sobre el escenario, Biolay continúa moviéndose sin el garbo que suele atribuirse al savoir faire que desprende su música. Salvando las distancias, puede llegar a recordar a Fher de Maná, con quien comparte un indudable talento magnético. Su voz, eso sí, cada vez resulta más cautivadora, y queda escudada por una contundente y experimentada banda formada por los mismos músicos que han grabado el último disco: Pierre Jaconelli (guitarra), Philippe Entressangle (batería) y el danés Johan Dalgaard (teclados), con la incorporación de Philippe Almosnino al bajo.
El conjunto es una máquina engrasada, suficientemente rodada para llegar a la meta de una grand tournée que defiende con orgullo el repertorio de su nuevo trabajo, abriendo a gran velocidad con “Virtual Safety Car”, digna de los mejores Air, y cerrando el bis con el nuevo hit, “Comment est ta peine?”. La escenografía, mínima, también guiña el ojo al imaginario automovilístico, con un neumático de competición y un casco de piloto de coches que Biolay sostuvo con una mano mientras se despedía aclamado por el público. “Desde que era niño me encanta ver el Gran Premio de Fórmula 1. Quizá en este disco haya proyectado algunos buenos recuerdos de mi infancia, con mis tíos y mucha gente ya fallecida. En cualquier caso, siempre me ha fascinado el destino tan extraño de los pilotos: no son personas normales; han de estar pensando en ello durante toda la carrera para estar totalmente concentrados. En cierto modo, me gustan las personas anormales (ríe). Esa devoción a su deporte es bastante cercana a lo mío con la música: es una vida, un viaje de largo recorrido”. Una reflexión tan metafórica como la fotografía de Mathieu César que sirve de portada al disco, entre la existencia y la muerte, con Biolay sentado en un coche de carreras mientras, en segundo plano, vemos a un hombre en llamas.
Por ahora, la gira de presentación de “Grand Prix” se circunscribe al autosuficiente circuito francés, con puntuales entradas en boxes: Luxemburgo, Mónaco, Suiza y Bélgica. “No era posible imaginar que ibas a tocar fuera de tus fronteras cuando ni se podía salir de tu puto país para viajar. No es que Francia sea inmensa, pero la gente es muy diferente según sus diversas áreas, como sé que sucede en España entre la gente del sur y la gente de Cataluña. La cultura, como la comida, es distinta en cada lugar, por lo que siempre es un placer catarlo todo. Conozco muy bien mi país, pero tengo muchas ganas de tocar fuera, por supuesto”.
En los veintitrés minutos que duró nuestra charla –con la gestora cultural Belén Vera asistiendo en la traducción– nos detuvimos también en otras latitudes, en las cuales Biolay reconoce también cierta influencia: los aires latinoamericanos (concretamente, argentinos) que inspiraron “Palermo Hollywood” (Barclay-Riviera, 2016) y, su continuación, “Volver” (Barclay, 2017). “Ese es mi lado latino. Me enamoré de Argentina la primera vez que fui allí y, a medida que he ido viviendo en aquel país, cada vez más reconozco la cultura hispanohablante. Realmente, he desarrollado un gran vínculo con América Latina. Amo a sus artistas, incluidos los españoles, porque son la base: ellos emprendieron los negocios y después se fueron”. Se declara, incluso, fan de Mala Rodríguez: “Cuando Javier Liñán (director de El Volcán Música, que trabajó con Biolay en su etapa en Virgin) me pasó sus primeras canciones, pensé: '¡Qué carajo, esto es increíble!’. Estoy muy feliz de saber que ahora la Mala es bastante famosa al otro lado del charco. Me gusta la música latina contemporánea, pero, sobre todo, la más antigua. Actualmente, apenas escucho canciones sin melodía, estoy un poco cansado del reguetón”.
La Mala fue, de hecho, una de sus colaboradoras en aquellos discos, para los cuales también buscó la complicidad de artistas de la zona, como las aguerridas raperas Miss Bolivia y Alika, la actriz y directora escénica Sofía Wilhelmi, y el dúo argentino Illya Kuryaki And The Valderramas. “Las amo a todas ellas. A los chicos me los presentó el productor Rafael Arcaute, quien, junto al baterista Fernando Samalea (que acompañó a Charly García y a Gustavo Cerati), son mi familia musical al otro lado del charco. Podría decir que Dante Spinetta (hijo de Luis Alberto y miembro de Illya Kuryaki And The Valderramas) también es un buen amigo. Pasé bastante tiempo por allá e hice muchas amistades a las que quiero”.
A lo largo de los años, se ha instaurado el tópico de que Benjamin Biolay trabaja fundamentalmente con mujeres, algo que refeja la escudería de su editorial Bambi Rose: Alka Balbir, Coralie Clément, Daphné, Dorval, Elisa Jo, Élodie Frégé, Isabelle Boulay, Jeanne Cherhal, Louane, Vanessa Paradis… Pero él pasa lista también a los hombres para quienes ha escrito, producido o arreglado canciones: “Étienne Daho, Julien Clerc, Henri Salvador, Charlélie Couture, Calogero… Creo que he trabajado con la misma cantidad de hombres que de mujeres, pero ya sabes cómo es la mierda esa de relacionarme siempre con las chicas…”. Sea como sea, su ecléctico y prolífico historial lo avala como uno de los compositores más requeridos del país vecino.
Hubo un momento, en los primeros años de este siglo, en que el nombre de Benjamin Biolay resultaba familiar a buena parte de los aficionados al pop en España. Sin embargo, de un tiempo a esta parte su presencia y protagonismo en estos lares parece haber disminuido; algo que ocurre también con otras figuras de la música francesa. Reflexionando sobre lo que en el siglo XXI reconocemos mutuamente al otro lado de los Pirineos, sobresalen dos de los grandes: Charles Trenet, sobre quien grabó, junto a Nicolas Fiszman y Denis Benarrosh, el personal tributo “Trenet” (Barclay, 2015); y el incomparable Serge Gainsbourg, con quien desde los inicios le buscaron similitudes a Biolay. “Seguramente ellos son los mejores de todos. Y, honestamente, para mí son gigantes. Y yo… soy yo mismo. Únicamente eso. Pero tienes razón, el vínculo ya no existe entre nuestros países y no sé por qué… Aunque artistas como Rosalía me dan esperanza. Es una de las estrellas más grandes y queridas del mundo. Eso hace que España brille un poquito, ¿no? Todos mis conocidos que la han visto en directo fliparon. Eso es lo realmente bueno: tener a alguien que haga que tu cultura brille en todas partes… Me encantaría volver al Primavera Sound y escuchar un montón de bandas españolas, como Love Of Lesbian (con quienes compartió cartel en 2004) o quien sea, porque por Francia no pasan muchos artistas españoles y debemos acudir a internet”.
La primera vez que Biolay actuó en España fue presentando “Négatif” (Virgin, 2003), en el Primavera Sound de 2004. La última, en 2017, en la sala barcelonesa BARTS, dentro de la programación del Festival del Mil·lenni. Entre ambas ocasiones pisó otros escenarios para presentar “Trash Yéyé” (Virgin, 2007) y “La superbe” (Naïve, 2009), e incluso pasó por el Bilbao BBK Live de 2013 con “Vengeance” (Naïve, 2012). “Actuar en España era un sueño hecho realidad, y lo echo de menos. Estoy tratando de hacer algo para volver a la carretera y tocar en vuestro país, pero allí la industria musical está pasando por problemas terribles, especialmente en lo que se refiere a las giras: negocios privados con dinero público. Hay gente que lo está haciendo imposible, no es una cuestión de estado, como en Francia. Pienso que, hoy en día, es cada vez más complicada la cultura en cualquier país. A los que, como yo, tocamos por allí, siempre nos ha parecido una experiencia increíble. ¡Volverá!…”.
Quizá ahora sería un buen momento para tener nuevamente el puente, ya que su primer disco, “Rose Kennedy” (Virgin, 2001), ha cumplido dos décadas, y el próximo año hará un cuarto de siglo de su debut en solitario con el single “La révolution”, aunque no parece muy amante de las efemérides y los fastos. “Quizá cuando lleve cincuenta años, pero por ahora no habrá celebración. Es como si de un futbolista que disputa buenos campeonatos quisiera recordar cómo era cuando pertenecía a un club regional. Ha pasado mucho tiempo, yo he cambiado y esos álbumes no”. ∎
En “La verdad” (Hirokazu Kore-eda, 2019), la diva que encarna Catherine Deneuve lanza la siguiente teoría sobre el arte de la interpretación: “Los grandes actores tienen la misma inicial en el nombre que en el apellido, por ejemplo: Danielle Darrieux, Simone Signoret, Greta Garbo o Anouk Aimée”. La idea del personaje de Deneuve –que fue suegra de Benjamin Biolay mientras duró la relación con Chiara Mastroianni, madre de su hija Anna– encaja curiosamente con el músico, que tiene esta dobles iniciales –“B.B.”, como Brigitte Bardot– y que, en paralelo a su notable discografía, lleva tres lustros fogueándose como actor; en ocasiones con apariciones breves –como en “Personal Shopper” (Olivier Assayas, 2016), donde encarnaba a Victor Hugo– y en otras en roles más destacados, como en la flamante “France” (Bruno Dumont, 2021), donde aparece junto a Léa Seydoux.
En cualquier caso, su filmografía empieza a ser lo suficientemente extensa como para considerarla un mero capricho. Pese a ello, Biolay rehúsa darle una gran importancia: “Nací en 1973 y comencé a hacer cine en 2006. Sin embargo, me relaciono con la música desde los cuatro años, así que para mí es más fácil hablar sobre toda mi vida en la música que sobre la treintena de películas en las que he actuado. Me encanta hacerlo, pero no pienso en ello como una carrera. Y si resultase ser algo cada vez más sólido, tal vez pueda responder a tu pregunta… ¿de aquí a diez años?”. ∎