Hijo del político Ignacio Walker y la cantante Cecilia Echenique, Benjamín Walker (Santiago de Chile, 1992) decidió hace ocho años desviarse del camino estable al que le amarraban sus estudios de Derecho en la Universidad de Chile. En su lugar, prefirió lanzarse a la aventura como músico. El riesgo ha dado sus frutos en forma de tres discos y numerosos reconocimiento, como el Premio Pulsar al mejor nuevo artista de Chile en 2015, la nominación al Grammy Latino como artista revelación en 2018 o su actuación en el festival Viña del Mar. Tras el reconocimiento en su país, decidió mudarse a Ciudad de México para lanzar su carrera a nivel internacional.
Su estilo tiene corte intimista y se despliega a través del folk y el pop, bajo ciertas coberturas de la música tradicional de su país. “Libro abierto” (Autoeditado, 2021), su último trabajo, sobre las diversas anécdotas recogidas en sus viajes, es la razón de este primer contacto al otro lado del Atlántico como músico. Después de actuar en las fiestas de San Isidro de Madrid, minutos antes de tocar en Barcelona en la sala Sidecar –acompañando al dúo peruano Alejandro y María Laura– y días antes de su primer concierto en Londres, pudimos charlar con él.
Con la llegada de Gabriel Boric a la presidencia de Chile, parece que el país ha enfilado una nueva era política virando, de forma drástica, la línea neoliberal de los últimos años, tan incrustada en el quehacer político. ¿Se respiran nuevos aires? ¿Cómo describes el nuevo tiempo que se vive en Chile, coincidiendo además con el impulso de la redacción de una nueva constitución?
A mí me toca muy de cerca. Por circunstancias azarosas, me ha tocado de cerca aquella generación que ahora toma las riendas del poder ejecutivo. Yo estudié Derecho en la misma universidad donde estudió Gabriel Boric. Y por él entré a militar en su partido político cuando era un estudiante. Junto a él, todos los compañeros que desde 2011 hemos estado en los movimientos estudiantiles que impulsaron un movimiento social que devino en la actualidad ser parte de esas instituciones que antes se criticaban. Hay una parte muy romántica y emotiva en ver cómo estos compañeros que conozco muy de cerca lograron convencer a un país de un proyecto de sociedad que se venía gestando desde los movimientos sociales. Sé que son personas que desde la política, desde la reivindicación de lo político y desde las instituciones políticas buscan generar transformaciones; darle un cauce institucional a las demandas sociales. Por otro lado, tampoco soy ingenuo y sé que estamos en una etapa en que esas pretensiones se vuelven un desafío muy grande cuando, en paralelo a la asunción de un gobierno, tienes a la sociedad haciéndose la pregunta de qué país somos y qué país queremos ser en una nueva constitución. Los flancos están muy abiertos, y hay un establishment de hace años que ve con temor cómo esos cambios pueden afectar sus propios intereses. Eso hace que el proceso de transformación sea muy desafiante. Por ejemplo, los medios de comunicación no están remando para el mismo lado, porque son un brazo activo del establishment. Pero creo que hay que actuar con prudencia para que la ciudadanía también esté convencida de los cambios que hay que hacer. Porque hay que desmantelar un estado que fue diseñado a punta de fuego y sangre hacia un modelo de sociedad que nadie quiso, que era el modelo neoliberal. Me emocionan esas transformaciones, pero las sigo con cautela.
¿Y crees que estas transformaciones se han canalizado en el ámbito artístico y musical o, por el contrario, crees que es demasiado pronto para ver si esta energía ha sido absorbida por la clase artística?
Creo que esas cosas hay que analizarlas a posteriori. A mí, como músico y artista, sí que me inquieta mucho poner en el lugar que se merece, dentro de esa pregunta que se hace Chile actualmente sobre la sociedad que queremos, a las disciplinas artísticas. Porque creo que tiene directa relación con los problemas que nos llevaron a la crisis institucional. Por ejemplo la falta de empatía, la falta de razonamiento crítico, la falta de percepción de vida, la comunicación entre las personas. Creo que todas esas cosas se aprenden y se enseñan a través del desarrollo de tus inquietudes artísticas y emocionales. Hoy día tenemos un país muy quebrado, muy triste. Los índices de salud mental, las tasas de suicidio y de percepción de calidad de vida son terribles, a pesar de ser el país con el PIB per cápita más alto de Latinoamerica. Y ahí están en la cola las disciplinas artísticas, que no forman parte de la realidad de la gente. Así que creo firmemente que el individuo que se crea en este nuevo proyecto social llamado Chile tiene que encontrar un sentido de realización personal a través de las disciplinas artísticas. Y el nuevo gobierno tiene la responsabilidad de poner las artes en el lugar que se merecen.
¿Nos podrías recomendar a algunos artistas de la escena musical chilena que estén en tu órbita?
Me ha tocado compartir con muchos cantautores que hemos ido haciendo escena. El dúo Yorka, que son las hermanas Pastene, con las que he hecho una carrera muy afín. Junto a Vicente Cifuentes, que es de Chillán. Es un tipo que se crió en la República Dominicana y trajo la bachata a Chile. Un estilo que en Chile no cumplió un rol cultural importante. El nuestro es un país mucho más frío, quizá cargado al indie y al pop-rock. Soy muy fan de cantautores nuevos como Nando García, Martín Berrios; cantautoras que me vuelan la cabeza como Mora Lucay, de Valparaíso, o Rosarío Alfonso, otra artista que tiene un proyecto muy sólido y un lenguaje muy exquisito. Esta noche comparto con Diego Lorenzini, persona a la que admiro mucho y considero que es la voz más auténtica y original de nuestra generación, junto a Niña Tormenta, con quien me une una carrera muy afín. Es una nueva generación de cantautores que mezclan un lenguaje muy moderno, no desde la nostalgia, de la tradición de la canción latinoamericana, de la trova, sino desde un sentido de cantautor mucho más ligado al pop, conversando con versiones del cantautor más anglo, tipo Sufjan Stevens, Elliott Murphy o José González, todo en general muy triste, muy melancólico, pero mezclado con lo latinoamericano.
En “El derecho de vivir en paz”, un single colaborativo junto a Mon Laferte, Paz Court, Gepe, Pedropiedra, Camila Moreno y muchos más, ayudaste a reformular un tema de Víctor Jara en pleno estallido social en tu país. ¿Podrías explicar cómo nace esa nueva versión?
Junto con Paz Court, que es otra cantautora que también recomiendo, armamos un grupo de WhatsApp cuando empezó el estallido. La idea era coordinar a los artistas en pos de usar nuestras plataformas para comunicar lo que estaba pasando, porque la prensa oficial decidió no informar sobre la represión de estado que estaba ocurriendo en las calles. Gente de este grupo de WhatsApp que terminó siendo masivo –alrededor de 200 personas; prácticamente toda la industria musical chilena–, como los productores Pablo Stipicic, Cristopher Manhey y la cantante Elizabeth Morris, fueron los que decidieron que la gente necesitaba un canto de esperanza. Y como lo de Víctor Jara era algo que había salido espontáneamente en las calles, entonces lo que pasó es que se tomó su canción de “El derecho de vivir en paz”. El debate que hubo en el grupo de WhatsApp era sobre si debíamos o no cambiarle la letra. Porque la original hablaba de Ho Chi Minh y de Vietnam y nos parecía válido cambiar la letra para referirnos a la contingencia inmediata que nos estaba tocando vivir. Luego el tiempo determinará si fue una buena decisión. Pero fue una gesta épica, porque se hizo en 40 horas.
Creo que no es el único tema en el que incorporas un apunte social o político. Pese a predominar el tono intimista e introspectivo en tu cancionero, en “Octubre” hablas sobre la revuelta social de 2019. ¿Crees que la música puede ser un buen instrumento para remover conciencias?
Siempre me he sentido una persona muy privilegiada, no me faltó educación ni tuve ninguna carencia. No me tocó a mí sufrir las deficiencias del sistema en Chile. Y por eso siempre me mantuve alejado de hablar de contingencias políticas en mis canciones, por pudor y respeto. En el tema “Octubre” rompí ese umbral, y fue algo orgánico. Por eso terminé haciéndolo. Por fin sentí la urgencia de escribir sobre aquello. Las canciones que estaban saliendo por el estallido contenían mucha rabia y la gente tenía mucho susto. Y la prensa lo utilizó para convencer a la gente, mediante ciertas consignas, de que el movimiento social era pura violencia. Mi reacción ante eso fue este tema, y sentí que debía tratarlo desde una perspectiva festiva y carnavalesca, pero sin ser ingenuo. Y no solo creo que la canción es un método de transformación, es un hecho de la causa. Así lo demuestra la historia del siglo XX.
Aquí en España la escena musical y artística en general está marcada por la precariedad. ¿Cuál es la situación general de los músicos en Chile? ¿Tenéis una red de apoyo estable o es todo también bastante incierto?
Yo creo que no puede haber un estado de mayor precariedad que el de la música chilena. Aquí al menos noto un consumo de cultura mucho más arraigado en la sociedad. Aquí se vive la vida nocturna, se vive lo de ver tocar a las bandas por las noches. Eso en Chile es difícil. Hay un diseño institucional que no beneficia eso. No están los estímulos donde deben estar para que haya los suficientes locales con escenario. No hay suficiente normativa porque las legislaciones se impulsan en la medida que hay una presión. Y los artistas en Chile nunca hemos sido capaces de ejercer esa presión. Hay una negligencia nuestra a la hora de tener una organización gremial. Por otro lado, ha habido diversos castigos políticos. La música fue la primera trinchera que dio la carga para impulsar los movimientos sociales que derivaron en el estallido social. Y durante la pandemia el gobierno de Sebastián Piñera recortó un 25% la cartera de cultura. La Ministra de Cultura ni protestó. Es más, dijo lo siguiente, y abro comillas: “Un peso que se invierte en cultura es un peso que se pierde en otra cosa importante”. Cierro comillas. Ministra de Cultura. Si con eso no te lo digo todo… Aún así, la escena musical en Chile es original y resiliente. Y mira que yo soy poco chovinista. Pero la realidad es que están todos mis colegas migrando. Yo me fui a México. Ojalá se revierta con los procesos de transformación que estamos viendo. ∎